lunes, 4 de julio de 2016

Reflexiones Urbanas


 Hijo de La Luna

Richard Montenegro Caricote







En los valles altos del estado Carabobo (Venezuela) en Urama hay una población rural llamada La Luna. A pesar de ser pequeña tiene cierto encanto. Hay una peculiar y bella combinación entre cielo, tierra, frondosa vegetación y las, a veces toscas pero con personalidad, construcciones tradicionales. La disposición de las casas pareciera irregular pero esconde un orden secreto que invita al forastero a que lo descifre.

Justo en ese lugar, cruce de extrañas circunstancias, nació un personaje muy querido en Valencia, a pesar de sus salidas extremas, el pintor Cristóbal Ruíz (6/02/1950- Naguanagua, 5/02/ 2005)

Conocí a Cristóbal Ruíz  bajo la sombra de una mata de guayaba y mi conversación inaugural con él se centró en mi aversión al olor de esta fruta y de cómo este podía enmascarar otros olores. Le comenté que el patio de mi casa estaba tapizado de guayabas caídas del árbol más alto que he visto hasta ahora. Cristóbal, atento escucha, hizo referencia, entre otras cosas, a ese libro sobre García Márquez titulado “El olor de la guayaba”. Luego diversificamos el tema hasta que cada quien tomó la ruta de su preferencia después de horas de agradable parloteo. Después se hizo habitual encontrarnos en la calle, plazas, exposiciones y pasillos de tortura educativos. A veces andaba irascible buscando atención; esa que normalmente le negábamos, otras era un oasis dadivoso de historias, afortunado aquel que tuviese sed de cuentos en ese momento.

Todavía puedo verlo bailando sobre el asfalto dando giros, al atardecer, más hermosos y ligeros que cualquier discípulo de Nina Nikanorova. Casi me atrevería a decir que era lo más cercano a conseguirse, en una aburrida calle de la ciudad, a un Nijinsky de luna llena.

A veces, cuando la obscuridad reinaba con la Luna de acompañante, caminábamos desde Naguanagua hasta algún lugar del centro de Valencia, la de Venezuela y en la caminata surgían ninfas, cíclopes y fantasmas lunares al hablar. No faltaban por supuesto amores o desamores, sin distingo de género, cantados con fino encaje. Y siempre hacía hincapié en lo fugaz de la vida y de la belleza.

Era fácil ver como cambiaba con regularidad y después de un tiempo podías percibir sus fases: Cristóbal Lleno, menguante, nuevo y creciente. Y cada quien podía escoger la fase de su preferencia. También había momentos de Cristóbal con halo, ensangrentado y sus periódicos eclipses. Con paciencia quizás habríamos descifrado sus ciclos y a la manera de los Aztecas tendríamos una Piedra Lunar donde se mostraría el ascenso y caída de Cristóbal. Si la hubiese tenido quizás me habría dado cuenta de que aquella vez cuando volvimos a estar bajo la mata de guayaba y me invitó a su casa, en Trincheras, para su cumpleaños, iba a ser la última  vez que charlaríamos. Nunca sabremos que cargas soportaba en ese momento ni que pasó esa noche. Pero esa noche; la Quinta Luna cayó, quizás mañana la Luna renazca de nuevo.




 La Monalisa pide fiao

Publicado en la columna Reflexiones Urbanas del diario Ultimas Noticias en la página  19 el domingo 13 de marzo del 2016


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