Hijo de La Luna
Richard Montenegro Caricote
En los valles
altos del estado Carabobo (Venezuela) en Urama hay una población rural llamada
La Luna. A pesar de ser pequeña tiene cierto encanto. Hay una peculiar y bella
combinación entre cielo, tierra, frondosa vegetación y las, a veces toscas pero
con personalidad, construcciones tradicionales. La disposición de las casas
pareciera irregular pero esconde un orden secreto que invita al forastero a que
lo descifre.
Justo en ese lugar, cruce de extrañas circunstancias,
nació un personaje muy querido en Valencia, a pesar de sus salidas extremas, el
pintor Cristóbal Ruíz (6/02/1950- Naguanagua, 5/02/ 2005)
Conocí a Cristóbal
Ruíz bajo la sombra de una mata de
guayaba y mi conversación inaugural con él se centró en mi aversión al olor de
esta fruta y de cómo este podía enmascarar otros olores. Le comenté que el
patio de mi casa estaba tapizado de guayabas caídas del árbol más alto que he
visto hasta ahora. Cristóbal, atento escucha, hizo referencia, entre otras
cosas, a ese libro sobre García Márquez titulado “El olor de la guayaba”. Luego
diversificamos el tema hasta que cada quien tomó la ruta de su preferencia
después de horas de agradable parloteo. Después se hizo habitual encontrarnos en
la calle, plazas, exposiciones y pasillos de tortura educativos. A veces andaba
irascible buscando atención; esa que normalmente le negábamos, otras era un
oasis dadivoso de historias, afortunado aquel que tuviese sed de cuentos en ese
momento.
Todavía puedo verlo bailando sobre el asfalto dando
giros, al atardecer, más hermosos y ligeros que cualquier discípulo de Nina
Nikanorova. Casi me atrevería a decir que era lo más cercano a conseguirse, en
una aburrida calle de la ciudad, a un Nijinsky de luna llena.
A veces, cuando la obscuridad reinaba con la Luna de
acompañante, caminábamos desde Naguanagua hasta algún lugar del centro de
Valencia, la de Venezuela y en la caminata surgían ninfas, cíclopes y fantasmas
lunares al hablar. No faltaban por supuesto amores o desamores, sin distingo de
género, cantados con fino encaje. Y siempre hacía hincapié en lo fugaz de la
vida y de la belleza.
Era fácil ver como cambiaba con regularidad y después
de un tiempo podías percibir sus fases: Cristóbal Lleno, menguante, nuevo y
creciente. Y cada quien podía escoger la fase de su preferencia. También había
momentos de Cristóbal con halo, ensangrentado y sus periódicos eclipses. Con
paciencia quizás habríamos descifrado sus ciclos y a la manera de los Aztecas
tendríamos una Piedra Lunar donde se mostraría el ascenso y caída de Cristóbal.
Si la hubiese tenido quizás me habría dado cuenta de que aquella vez cuando
volvimos a estar bajo la mata de guayaba y me invitó a su casa, en Trincheras,
para su cumpleaños, iba a ser la última
vez que charlaríamos. Nunca sabremos que cargas soportaba en ese momento
ni que pasó esa noche. Pero esa noche; la Quinta Luna cayó, quizás mañana la
Luna renazca de nuevo.
Publicado en la columna Reflexiones Urbanas del diario
Ultimas Noticias en la página 19 el
domingo 13 de marzo del 2016
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