lunes, 10 de junio de 2019

RETRATO HABLADO DEL ESCRITOR IMAGINARIO


Fotograma de El Hombre Invisible de 1933.



El escritor Rafael Bolívar Coronado, durante su exilio español, apremiado por el hambre, prepara algunas antologías de poetas latinoamericanos. Lo distintivo de estas antologías fue que si al compilador le faltaba algún poeta, sencillamente se lo inventaba. No obstante su osadía no llegaba hasta allí, sino que también escribía los poemas y le concebía una vida, con algunos libros publicados con una que otra chispeante anécdota. Así fue armando las antologías para darle grosor de páginas y cobrar más de lo acordado. Sin duda fueron antologías un tanto descocidas, pero innegablemente creativas, arbitrarias y rebosantes de imaginación creadora.

Esto de inventar escritores (con sus obras irreales respectivas) es una práctica recurrente de una buena porción de escritores. Algunos lo harán por hambre como Coronado, otros por juego intelectivo, en un lúcido alarde de erudición y otros por sátira para desacralizar el boato ecuménico que muchos profesores y críticos bartheianos le imponen a la literatura.

Jorge Luis Borges, en unos de sus obras, hace la reseña de una novela imaginaria, escrita por un autor hindú ficticio, Mir Bahadur Alí, de Bombay. Él, que nunca escribió una novela, en su exégesis refiere la trama y las vicisitudes que le ocurren al protagonista. Para darle un tono creíble cita la fecha en la que se imprimió el libro, describe el papel, etc. O así Borges lo escribe: “La editio princeps del Acercamiento a Almotásim apareció en Bombay, a fines de 1932. El papel era casi papel de diario; la cubierta anunciaba al comprador que se trataba de la primera novela policial escrita por un nativo de Bombay City: En pocos meses, el público agotó cuatro impresiones de mil ejemplares cada una.(…) Bahadur publicó una edición ilustrada que tituló The conversation with the man called Al-Mu'tasim y que subtituló hermosamente: A game with shifting mimo» (Un juego con espejos que se desplazan). Esa edición es la que acaba de reproducir en Londres Victor Gollancz, con prólogo de Dorothy L. Sayers y con omisión -quizá misericordiosa- de las ilustraciones. La tengo a la vista;…

Inventar autores va a la par en eso de imaginar libros no escritos. Santiago Key-Ayala tiene un exiguo volumen, que Pedro Téllez encontró traspapelado en sus obras completas, titulado Cateo de bibliografía. En el cual reseña libros, pero no impresos sino esos que “jamás existieron”, otros que “fueron concebidos y no llegaron a nacer” y otros que “fueron ajusticiados”.  Key-Ayala escribe de esos libros abortados, perdidos o que se quedaron varados en ese limbo de la no impresión, que fueron ideas (o  anhelos) que jamás cristalizaron.
Stanislaw Lem, escritor polaco destacado autor de ciencia ficción, en dos libros hace un compendio de libros imaginarios, con sus respectivos autores: Vacío perfecto y Magnitud imaginaria. Libros algo agemelados, pero con subrayadas diferencias. En el prólogo del primero se lee: “La crítica de libros inexistentes no es una invención de Lem. Encontramos intentos parecidos no sólo en un escritor contemporáneo como J. L. Borges (por ejemplo, Examen de la obra de Herbert Quain, en el tomo Ficciones), sino en otros mucho más antiguos, y ni siquiera Rabelais fue el primero en poner en práctica esa idea. Sin embargo, Vacío perfecto constituye una especie de curiosum, por cuanto la intención del autor es presentarnos toda una antología de esta clase de críticas. ¿Cuál fue su propósito? ¿El de sistematizar la pedantería o la broma? Sospechamos que en este caso se trata de un subterfugio jocoso,…” Se ocupa de libros y autores bastante raros, pero en Magnitud imaginaria revisa a unos artistas que hacen pornografía utilizando  rayos X, científicos que realizan cultivos de bacterias que pueden comunicarse empleando el código Morse y capaces de predecir el futuro, vendedores de enciclopedias impresas con la historia que todavía no sucede, inteligencias artificiales que escriben obras de autores clásicos con una brillantez creativa que ni ellos mismos habrían podido elucubrar.


Vacío perfecto se inicia con el análisis al  libro Gigamesh de  Patrick Hannahan  (Transworld Publishers, Londres). Gracias a Lem el lector se informa que Hannahan sentía una rivalidad envidiosa  por Joyce; que su libro es una proeza lingüística y vanguardista, etc. Esto lleva al escritor español Luis Goytisolo ha redactar el ensayo “Joyce por fin superado”. Goytisolo puntualiza: “Mi propósito no es el de polemizar con Lem sino, muy al contrario, el de aportar mis propias consideraciones al caudal bibliográfico que gracias a Lem y a tantos otros exegetas (exegetas mejor que críticos) se ha ido desarrollando en torno a la obra de Hannahan”. Goytisolo cuenta que fue una odisea conseguir el libro, hasta que por azar y en Londres descubre en una librería, en la mesa saldo, un pirámide de Gigamesh. Señala así mismo que “el propio Hanna­han, con su prólogo de 847 pági­nas para una novela de 395, se haya convertido en el principal exegeta de sí mismo?” En fin que el escritor español hace un exhaustivo estudio sobre la novela para concluir: “Lo realmente decisivo ha sido el he­cho de que, con la publicación de Gigamesh la polémica ha sido ob­viada: la presunta copia (Giga­mesh) supera el modelo (Finne­gan's wake), quedando para Joy­ce el papel de mero precursor”.
Roberto Bolaño hace otro aporte con “La literatura nazi en América”. Su intención fue (como lo expresó él mismo) recopilar “una antología vagamente enciclopédica de la literatura filo-nazi producida en América desde 1930 al 2010”. Con un estilo abstracto y profesoral va presentando la biografía de unos autores con sus respectivos títulos. Hay una mezcla de lo ficticio con lo real para darle credibilidad a esta aterradora invención literaria. La obra cierra con un extenso complemento: Epílogo para monstruos, en cual contiene un índice onomástico y una investigada e irreal bibliografía de los autores citados.
Otro libro infaltable es La sinagoga  de los iconoclastas de J. Rodolfo Wilcock,  en la se que registran, con innegable genio, los retratos biográficos prefigurados por Marcel Schwob y la de libros inventados. Solo que estos seres se encuentran en ese limite de los extremos donde el suicidio (o la locura) aguardan con fría paciencia. Estos «iconoclastas» reinventan el universo conocido para arrastrar al lector a una delirante aventura.

Dos escritores imaginarios insignes son Marcelo Chiriboga y Bustos Domecq. El primero nació en 1933 y era el menor de tres hermanos; pero lo relevante es que forma parte del conocido Boom Latinoamericano. Sus dos libros que han cimentado su fama son: La línea imaginaria(1969) y Diario del infiltrado(1973). José Donoso ha escrito: "Marcelo Chiriboga, el más insolentemente célebre de todos los integrantes del boom, sus ediciones alcanzan millones en todas las lenguas, incluso en armenio, ruso y japonés: este ecuatoriano ha hecho más por dar a conocer su país con sus novelas, que todos los textos y las noticias publicadas sobre el Ecuador".
Chiriboga surgió de la imaginación de dos escritores: José Donoso y Carlos Fuentes. Al parecer su aparición fue como una necesidad para colocar en el mapa de la literatura a Ecuador o como lo expresó Fuentes: “Por lo menos ese favor le hicimos a Ecuador: le dimos un miembro del boom. Por ahí anda Chiriboga. Y, a lo mejor, hasta nos sobrevive”.
Bustos Domecq según semblanza contenida en Seis problemas para don Isidro Parodi de la educadora, señorita Adelma Badoglio: “El doctor Honorio Bustos Domecq nació en la localidad de Pujato (provincia de Santa Fe), en el año 1893”. Este libro también trae una palabra liminar escrita por Gervasio Montenegro, De la Academia Argentina de Letras. Buenos Aires. Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares a cuatro manos escriben las obras de Domecq y en esta conjunción de nombres y prólogos Lisa Block de Behar escribe: “Borges y Bioy inventan a un autor ficticio (Bustos Domecq) y también inventan a la autora de la biografía de ese autor inventado (Adelma Badoglio) a quien precede un invento anterior (Adelia Puglione),(…)inventan además al prologuista (Gervasio Montenegro), miembro de la Academia Argentina de Letras (institución que aparece mencionada en la edición del 64,no en la del 42),quien es asimismo personaje de la ficción, invadiendo, más de una vez, el espacio de verdad que el prólogo -otra convención- suele acreditar”.



Lo atrayente es que el tal Domecq escribe Crónicas de Bustos Domecq en la que también inventa a escritores y artistas; la sátira de altos vuelos está servida: las reseñas apelan a todos los recursos del ensalzamiento ripioso y ditirámbico. Graciela Sheines escribe: “Crónicas de Bustos Domecq puede entenderse como una burla a las escuelas y estilos en boga, a las estéticas de vanguardia, a los cultores de la originalidad a ultranza, a los escritores vernaculos que veneran la literatura del Norte a tal punto de no poder concebir la escritura sino como copia de los modelos consagrados”. El libro está conformado por veinte breves comentarios sobre arte y literatura con ese estirado, pomposo y rebuscado estilo utilizado por las revistas especializadas en arte o literatura.
                                 
Después que Domecq escribió el libro Un modelo para la muerte hizo un paréntesis. Borges y Bioy Casares seguían frecuentándose, pero Domecq estaba engavetado a decir de Bioy: “Bustos Domecq se había convertido en un bromista insoportable, similar a Rabelais, autor que no nos gustaba”. Transcurrió  un buen tiempo y Borges pasaba por otro amor naufragado y Bioy Casares le propuso sacar de su retiro a Domecq o como lo escribió él mismo: “Una mañana yo sacaba a pasear a mi hija y al hijo de la cocinera. Cada uno de esos chicos tenía en la mano un muñeco y se lo describía al otro. Yo estaba calentando el motor del auto y los oía atrás, describiendo, como si no pudieran ver uno el muñeco del otro. Entonces esa noche le propuse a Borges que escribiéramos un cuento sobre un escritor que describiera por el solo placer de la descripción, aunque fuera la cosa más desprovista de interés: el lápiz, el papel, la mesa de trabajo, la goma de borrar, etcétera. Así surgió “Una tarde con Ramón Bonavena”, que es la primera de las crónicas. Meses después, porque con Borges siempre fuimos reticentes y corteses, me agradeció porque comprendía que yo le había propuesto ese cuento para hacerle olvidar su mal de amores. No fue así. Yo se lo propuse simplemente porque se me había ocurrido el cuento”.

Muchos poetas y escritores se inventan heterónimos y Pessoa fue un mago consumado en dicha materia. El poeta Luis Alberto Ángulo ha creado a un poeta malo llamado Armando Amanaú. No entiendo si se puede inventar un poeta competente con las metáforas, a que viene crear un poeta segundón. Los poco datos del poeta son: Armando Amanaú (Valencia, Venezuela, 1988) es un poeta del Decir que incursiona en el poema político y popular. Textos suyos aparecen en compilaciones como «Poetas venezolanos en solidaridad con Palestina, Irak y El Líbano», «El Corazón de Venezuela. Patria y Poesía» y «100 poemas contra el fascismo». Su poesía es algo así: “Aliado siempre con Cristo,/No me rindo a los imperios,/Mi corazón es un nicho,/Para guardar los recuerdos”.


La captura de Josu Ternera, terrorista etarra, prófugo de la justicia española por múltiples crímenes se llevó a cabo en Francia. Para ocultarse se había convertido en Bruno Martin, escritor con pasaporte venezolano. Como es lógico Bruno Martín escribe libros infantiles que hablan de la libertad y de esa capacidad imperiosa de soñar. Uno de sus libros más editados es La niña que se alimentaba de nubes. Otros libros suyos son: La araña que no sabía tejer y El poético cantar de Grillo Zurdo, escrito en verso con chispeantes trabalenguas y juegos de palabras que recuerda mucho al libro Chamario de Eduardo Polo.

De Bruno Martin he leído frases delirantes que  me recuerdan al siniestro y desquiciado escritor imaginado Jack Torrance del libro El resplandor, de Stephen King que en un absurdo soliloquio, casi hamletiano, se dice: “Era cuestión de usar el cerebro, el celebrado cerebro de Jack Torrance. ¿No es usted el tipo que pensaba vivir de su ingenio? Jack Torrance, autor de best-sellers. (…) Jack Stephen Torrance, hombre de letras, pensador de valía, ganador del premio Pulitzer (…) Y toda esa mierda se reducía a una sola cosa, se dijo, vivir de su ingenio. Vivir del propio ingenio es saber siempre dónde están las avispas”.
Stéphane Mahieu publicó La Bibliothèque invisible, (Éditions du Sandre), Paolo Albani y Paolo Della Bella escribieron Mirabiblia. Catálogo razonado de libros que no se encuentran y Alberto Manguel con Gianni Guadalupi publicaron Breve guía de lugares imaginarios, en el que se compilan todos esos territorios que solo existen en la literatura. Algo así se podría hacer con los escritores inexistentes, una especie de Breve catálogo de escritores imaginarios.
Coda final: Un escritor irreal escribe un libro ficticio sobre escritores que no existen, lo extraño es que muchos escritores del Canon literario nacional aparecen allí como fantasmas inleíbles.

miércoles, 5 de junio de 2019

Yusti, el deslenguado


Carlos Yusti pertenece a esa extraña raza de escritores deslenguados. Pintor, articulista, promotor cultural, lector voraz y autor de varios libros de ensayo.
Diego Rojas Ajmad    

Carlos Yusti y el fotógrafo Yuri Valecillo
Confieso que me atraen fervorosamente las obras de los escritores deslenguados. Poder decir sin el control permanente del recato, y aún así mantener la atractiva belleza cadenciosa de la palabra, es un arte que a no todos les resulta con éxito. Por ello, los escritores de lengua lampiña se me antojan unos excelsos malabaristas que saben caminar con prestancia sobre la cuerda floja del lenguaje.
La grosería, la mala palabra, la voz disonante, el hablar sin pelos en la lengua, siempre han pertenecido a los bajos mundos de la trasgresión, de la locura, del maleficio, de la catarsis y del pecado capital. Ese carácter subterráneo de la mala palabra, asediada por la Iglesia y la escuela, le ha hecho buscar refugio en bares, burdeles, mercados y plazas públicas, convertida en lengua secreta de la intimidad, del desdén y de la afrenta. Las paredes de los baños públicos son en este sentido un provocativo cuaderno en blanco abierto a las necesidades expresivas de los deslenguados. Recuerdo una anécdota contada por García Márquez en su novela El otoño del patriarca. En ella, y si la memoria no me falla, el protagonista, un típico dictador latinoamericano, de esos que desean mantenerse en el poder hasta el cansancio de sí mismos, tenía por costumbre visitar los baños públicos para leer en las paredes la opinión que tenía el pueblo acerca de la efectividad de su mandato. Solo allí, entre números de teléfono y confesiones al voleo, podría encontrar verdades. Así, la mala palabra es también instrumento contra el poder, puñetazo verbal que persigue el rostro del decoro, del disimulo, de la vida monótona y sin sentido.
Aunque pueda resultar paradójico, la grosería y la fealdad también han encontrado lugar en la literatura. Con la Edad Moderna, cuando se quebró el pacto entre la belleza y el arte, lo grotesco pudo exhibir a sus anchas las irregularidades e imperfecciones como elementos dignos de atención y elogio. Don Quijote, Gargantúa, Pantagruel, Quasimodo, Frankenstein, Drácula, desprovistos de las cualidades de la razón, la moral, el orden y la estética, ocuparon el puesto de los apolíneos y bienhablados héroes épicos para ser ahora indecorosos representantes de la otredad. Basta nomás hojear algunas páginas de Charles Bukowski, de Kurt Vonnegut, de Henry Miller, de Hunter S. Thompson, de Fernando Vallejo, entre muchos otros, para comprender el estremecimiento poético y el llamado de atención a la conciencia que también pueden ocasionar la impertinencia y la mala palabra.
En la literatura venezolana el desparpajo ha tenido presencia en deslenguados como José Ignacio Cabrujas, Argenis Rodríguez, Pedro María Patrizi, Rodolfo Santana, Denzil Romero, Salvador Garmendia, Francisco Arévalo, entre otros, para quienes el verbo descarnado ha sido un instrumento que ayuda a acercar a los lectores y a la vida.
Carlos Yusti pertenece a esa extraña raza de escritores deslenguados. Pintor, articulista, promotor cultural, lector voraz y autor de varios libros de ensayo comoPocaterra y su mundo (1991), Vírgenes necias (1994), Cuaderno de argonauta (1996, Premio de Ensayo Casa de la Cultura Miguel Ramón Utrera), De ciertos peces voladores (1997), Los sapos son príncipes y otras crónicas de ocasión (2006, Premio de Crónica IV Bienal de Literatura Antonio Arráiz), Dentro de la metáfora: absurdos y paradojas del universo literario (2007), Para evocar el olvido y otros ensayos inoportunos (2007) y Poéticas del ojo. Una mirada impertinente acerca de las artes visuales (1999-2008) (2011), Yusti, para usar el oxidado lugar común, ha sabido poner el dedo en la llaga de la escritura y en sus fatuos mundillos de elogio mutuo, brindis y apariencia.
No existe disimulo ni pose en la obra de Yusti. Es un escritor enduendado por la magia de la literatura a quien solo le preocupa el sincero y constante trabajo de hojalatería sobre el lenguaje, convirtiéndose así en un escritor del margen, un escritor que va, como dice él mismo, a sus propios aires:
“Para que te consideren escritor no basta con que escribas, sino que tienes que convertirte en un quinta columna; debes ser inodoro e incoloro; ignoto como un corredor de bolsa y con una prosa municipal. Para que la rosca literaria capitalina te otorgue su visto bueno tienes que escribir unos textos zurcidos con literatura comparada donde hables de Borges y su ceguera como anatema político-existencial y otras cuestiones en ese tenor. Tienes que escribir con mucha cretona de escuela de letras y además no puedes cometer faltas ortográficas ni errores políticos. Tienes prohibido escribir el país con tinta mal ortografiada. Mucho menos puedes expresar que Andrés Eloy Blanco es una carraca cursilona ni que Uslar Pietri es la literaria con un excedente de almidón enciclopédico. Debido a esto uno se va por el margen, va a sus aires tratando solo de escribir a secas”.
La grosería es una verdad sin adornos ni maquillajes que nos recuerda el existencial dilema ético entre el mal decir o el decir las cosas a medias. Las malas palabras, aunque sean altisonantes, serán siempre la válvula de escape de lo que hay que vociferar con urgencia. Malas palabras, en definitiva, son las que no conducen a la verdad. Y eso, desde siempre, lo han sabido nuestros escritores deslenguados.
rojasajmad@gmail.com

Fuente: Diario El correo del Caroní

domingo, 2 de junio de 2019

MILAGROS FIGUEROA


Muñecas llenas de historia


 MILAGROS FIGUEROA La muñequera de Guayana





Muñecas llenas de historia
Patrimonio cultural viviente de Ciudad Guayana, artista del trapo, guerrera, curiosa, esa es Milagros Figueroa, conocida como la muñequera, una mujer que es un libro de historia de su región.

Gloria Luzardo

Le dicen “la muñequera” por los trabajos que realiza, utilizando el trapo como medio artístico recrea personajes históricos de la región en busca de dar a conocer todo lo que está detrás del personaje, utilizando el muñeco como elemento didáctico para difundir la historia de Guayana y del país.

Nacida el 20 de febrero de 1947 se ha dedicado a la cultura guayanesa desde los 20 años, siempre entusiasmada por la historia regional no solo se encarga de producir los personajes más conocidos de la historia nacional, si no, también aquellos que son fácil de olvidar por el colectivo general como Rosa Berné o los locos de Ciudad Bolívar, que nos dejan valores como la disciplina, la constancia y la sinceridad.

Esta mujer de tez morena; ojos oscuros, enmarcados por sus lentes; cabello gris y blanco con algunos destellos, de lo que era su color original: negro; y arrugas en el rostro, que denotan los años que tiene, es conocida por su carácter fuerte, esa personalidad imponente que se demuestra al hablar con esa firmeza que la caracteriza.

Como madre es algo desapegada de sus hijos, poco le importa si estos se interesan por su trabajo o sus logros, aunque siempre buscaba inculcar ese cariño por su tierra, su duro carácter no se sosiega en el núcleo del hogar, su hijo la describe como una mujer de fuerte temperamento pero una buena madre, decidida y que sabe lo que quiere.

Para sus compañeros trabajar con Milagros Figueroa es encantador, sí, es una
mujer imponente, pero también es una mujer de las que se puede aprender todo los días. Cuando no le gusta una cosa lo dice, no se calla nada, una mujer que sabe de todo y no le hace falta revisar los libros para hablarte de la historia de Guayana, corrige cuando hay que hacerlo, pero da créditos a quien lo merece.

Parte de la Batalla de San Félix realizada con
algunos alumnos de la Escuela Yocoima
En el plano personal, como amiga, es muy complaciente, alegre, descrita como “muy buena persona”. Pero aún fuera de lo laboral lleva un tema consigo a todos lados: la historia, podría decirse que es su talón de aquiles, y es que si quieres insultar a la señora Milagros no hay mejor forma de hacerlo que no conociendo la historia de Venezuela, y en especial de Guayana, es por esto que es considerada una persona sabia entre sus allegados.

Entre las personas que han marcado su vida estan aquellas prostitutas de la calle Bolívar, mujeres hermosas que ella ha querido enmarcar en sus muñecas, pero que no lo ha hecho por convencionalismos. Recuerda con especial nostalgia a una mujer conocida como Ramona “la autobús”, llamada así porque el autobús en aquella época valía medio, y las comparaciones entre el precio de esta mujer y del transporte público no necesitan más explicaciones; la recuerda por su bondad y no por su oficio, la recuerda por ser esa mujer amable que se paraba en la ventana de su casa a ver las muñecas que había hecho.

Para Milagros Figueroa personajes como este son los que hacen ciudad, los que construyen la historia de una región y es que de eso se encarga ella, de difundir esas anécdotas de las que no se encargan los grandes historiadores, de dar a conocer esas pequeñas historias detrás de esos seres que aparentemente no son importantes pero que pueden marcar la época en el inconsciente colectivo.

Detrás de sus muñecas se puede encontrar un gran trabajo de investigación, de recolección de anécdotas, documentos y entrevistas. Investigaciones profundas para saber la vida de un personaje, no sólo conocer su oficio y de que se trataba, sino también cómo son recordados por la memoria colectiva de la región, estas averiguaciones son ejemplos de su constancia y dedicación a lo que más quiere, su tierra. Sólo hace muñecas de personajes que le gusten, pero hasta ahora no se ha encontrado con un personaje malo, o que no esconda una historia que valga la pena ser contada.

Actualmente se comenta que la señora Milagros siente un dolor un inmenso por cómo se está pisoteando el patrimonio de Ciudad Guayana, porque la gente poco a poco ha ido olvidando lo que es la historia. Para ella no hay mejor forma de superar una crisis que dando a conocer a las generaciones más jóvenes la historia de su región o de su país, porque como dicen muchos la mejor forma de saber a dónde vamos es conociendo de dónde venimos.

Nunca ha considerado dejar su ciudad, o irse de Venezuela porque aunque ha tenido luchas fuertes por el patrimonio de Guayana, donde se ha ganado un par de adversarios, dejarla no es una opción, es por esto que lucha, por su terruño, y su manera de contribuir es difundiendo la historia. Se juzga a sí misma como Guayanesa de pura cepa y es así como muchos la consideran, una incansable defensora y amante fiel de la cultura de Guayana.