viernes, 16 de septiembre de 2016

POEMAS OBJETOS DE FRANKLIN FERNÁNDEZ







“Es preciso entender la tradición como conquista, no como herencia”.

Juan Ramón Jiménez.

“Yo siempre digo que la tradición se tiene que continuar, no repetir. ¿Por qué hacer una cosa que ya está hecha? Lo que pasa es que la tradición sirve para continuarla. Es un punto de partida para desarrollar el arte”.

Joan Brossa.

“En lo popular lo importante no es lo que se conserva sino lo que se transforma”.

Néstor García Cancini.


“Dentro de los hogares venezolanos, los íconos históricos tienen una presencia familiar al rendírseles culto como si fueran antepasados propios, manteniéndolos en la memoria a través de los altares’.
                                                                                                                           Luis Moreno.

“Durante nuestra infancia jugábamos a disfrazarnos, a ponernos en el lugar de nuestros antepasados. Hoy en día, gracias al arte podemos volver a reconocernos a través de esos gestos lúdicos’.

                                                                                                                            Prada Colón.














domingo, 11 de septiembre de 2016

¿Bibliofobia en el manicomio de Valencia?




José Carlos De Nóbrega


Portada de la revista Nanacidender, publicada por pacientes y médicos de Bárbula



“La Hoguera de los Intelectuales” de Fernando Báez (Universidad de Carabobo, 2006) es un volumen sabroso e inquietante que apuntala el afán lúdico lector. Este conjunto  de 33 ensayos breves, nos reconcilia con ese laberinto solitario y significativo de la lectura. Su tono variopinto comprende el contentamiento cómplice [que homenajea a Jorge Luis Borges, Raymond Chandler o Alfonso Reyes], el morbo pícaro [“Cuando los escritores se insultan”] y la denuncia profética en el caso de las bibliotecas destruidas y sus libros incendiados. El ensayo homónimo con que arranca, nos propone una tesis colindante con el terror y la catástrofe: “Los intelectuales han sido los más grandes enemigos de los libros. Tras doce años de estudio sobre el tema de la biblioclastia, he concluido que mientras más culto es un pueblo o un hombre, está más dispuesto a eliminar libros bajo la presión de mitos apocalípticos”. Habíamos supuesto que la devastación bibliográfica era responsabilidad de las polillas, las ratas, el moho, los fascistas y el funcionariado inculto interesado tan sólo en sus prebendas.

     Oportuna recapitulación mediante, Báez enumera una pléyade intelectual histórica y bibliófoba que involucra a los demócratas atenienses, Alejandro Magno, el filósofo chino Li Fi, Lao Tse, el Emperador Augusto, Fray Diego Cisneros, Fray Juan de Zumárraga, el erudito converso y confeso Teófilo de Alejandría, el veneciano André Navagero -fanático de Catulo y pirómano de Marcial-, el bibliófilo y pintor Adolfo Hitler, el filólogo Goebbels, Martin Heidegger, Vladimir Nabokov, Borges respecto a sus primeros títulos y la hoguera de los libros y el Archivo Nacional de Irak concebida por Donald Rumsfeld. Todos ellos promotores de bibliotecas, miembros de la comunidad académica, alumnos aventajados e incluso autores de trascendental valía. Más adelante, aludiendo con sorna al desmantelamiento de la Biblioteca del Quijote, propone un “Inventario de Ausencias”, esto es el catálogo patético de obras literarias y artísticas que ha perdido la atribulada humanidad [El Coloso de Rodas, la décima sinfonía inconclusa de Beethoven y Mahler, un manuscrito quemado de Malcolm Lowry, una novela incompleta de Chandler, el segundo libro de la “Poética” de Aristóteles o las obras de arte de las Torres Gemelas hechas polvo]. En el caso de este Códice del Olvido, recomendamos la lectura de “Bartleby y Compañía” de Enrique Vila-Matas, un maravillado tratado polimórfico sobre aquellos que dejaron de escribir como Juan Rulfo, Arthur Rimbaud y Salinger o, peor aún, el extremo anti-escritural de Pepín Bello -cófrade de Buñuel, Dalí y García Lorca-.

     En nuestra Valencia del Rey tenemos crímenes patrimoniales no menos deplorables que han pasado inadvertidos por los poderes fácticos, la Universidad, las Academias y ciertos medios de comunicación. Comprende la destrucción del mural de Eulalio Toledo Tovar en el Banco de Venezuela del Centro, la desaparición de las bibliotecas departamentales camufladas en las anquilosadas y menguantes bibliotecas de las Facultades, el frustrado proyecto de Biblioteca Central Universitaria, el cierre inaudito de la Maestría de Literatura Venezolana en la UC, la muerte de revistas como Zona Tórrida [inducida por la indolencia burocrática amén del miedo parricida de escritores malucos] e incluso una política editorial que si bien no quema los libros, los esteriliza en un limbo al no publicarlos ni reeditarlos [tampoco se salvan Gerbasi, Pocaterra, Díaz Sánchez o Ida Gramcko].

Ni siquiera nuestro Trapicho o Casa de Locos escapa al acoso insomne de este bandidaje  con sus odios bibliográficos: El Psiquiátrico de Bárbula, además de atenuar notablemente su influjo terapéutico, académico y cultural en esta ciudad al borde del desahucio, sufrió la desaparición de su revista “Nanacinder” [colmena hemerográfica de sus psiquiatras y pacientes] a manos de las autoridades sanitarias en 1962. Ello hasta el punto de no publicarse después la Antología de la revista bajo el cuidado del Doctor José Solanes, ni su versión más reciente a cargo del Psiquiatra y escritor Pedro Téllez Pacheco. Las instituciones gubernamentales y privadas abominan la degustación de esta fruta tropical de exquisitez poética.

     Hoy nos enteramos de fuentes amigas que la Biblioteca del Departamento de Salud Mental de la UC ha desaparecido en un centrifugado bibliofóbico macabro: la biblioteca particular del Dr. y poeta Rómulo Aranguibel, los libros de psiquiatría del Dr. y querido ensayista José Solanes o la tesis de grado de Jesús Semprún, se han convertido en cenizas y pulpa de papel reciclada. Otra envilecida apuesta infame del Poder megalómano por la desmemoria, eso sí, mucho más perjudicial que el Alzheimer. Nuestro llamado a quien pueda interesar y competer, es una indecorosa propuesta rabiosa que insta a confirmar e investigar este aberrante caso de destrucción patrimonial, científica y cultural en Valencia. ¿Acaso hemos de agregar esta bibliografía aniquilada en el Inventario de Ausencias de Fernando Báez?

Fuente:Notitarde

sábado, 3 de septiembre de 2016

Alis Darnott: el poeta de Pompeya



  Francisco Arévalo

Suelo hacer ejercicios de memoria que me reconfortan. Hace poco conseguí a un conocido que compartió conmigo la amistad del poeta Alis Darnott. Admitimos con generosidad y picardía que Alis fue un ser con particularidades excepcionales.

Rememorar espacios y momentos es deleitoso y placentero. Alis fue protagonista inobjetable en lo que atañe y se relaciona con la poesía moldeada en esta ciudad contradictoria, que se ama y se llega a detestar en misma medida. Es que en esta ciudad pasa de todo y pareciese no pasar nada. De cualquier chistera o sujetador sale un dinosaurio o para ser más auténticos una anaconda o una tragavenao.

La poesía es un recurso valiosísimo en quien la ejercita o cultiva, tiene entre sus virtudes descubrir las perversiones del poder, ese lado ya no tan oscuro que deviene en maldad pura, de simpleza y proverbio digno de emular a La Comédie Humaine, de Honoré de Balzac, por allá en el 1830 francés.

A los que hacen de ostentadores del poder general ya no les importan las formas, lo que les interesa es el fondo del saco, el preciso madero con lo que se le va a dar a la piñata de manera de agarrar lo más posible en el más breve tiempo. Darnott me lo decía e insistía por los intermedios de los años 80. Siempre estuvo claro, es por eso que se le endilgaba esa categoría de conflictivo que no era otro motivo que ser incómodo por no compartir la injusticia y la “discrecionalidad administrativa como se manejaba la cosa pública” que para aquel entonces era el centro como ahora en todas las instancias.
El poeta se burlaba de los fantoches sociales con un cinismo único, esos que prometen tanto como sus movimientos respiratorios, hablamos de los políticos oficiosos de la nadería o la ramplonería que acribillan a la inteligencia y que de la misma no morirán como acuso uno a otro por estos días.

Por más que quise aprender su culta manera de decirle ridículo a quienes lo hacen desde que se paran hasta que se acuestan, no he podido. Alis era el mejor. Eso lo reconoció el conocido quien me motivó a escribir estas líneas de catarsis, ante la sordidez que nos acaba el ánimo y de súbito si no se anda mosca, la vida.

Con las ocurrencias del poeta por poco nos infartamos de la risa esa tarde de lunes. Por cierto a menos que lea este texto, nunca sabrá que él estaba en el cartel de los ridículos que emulaba mi pana Alis, era o es de los primeros de la fila.

Alis era incansable en la búsqueda de algo que se define como bienestar de su familia y no es más que la entrada y salida a estos tiempos donde uno sobrevive aferrado a la mascarilla social. Siempre estuvo detrás del golpe de suerte que lo sacara de las limitaciones económicas propias de una sociedad que está todavía por definir sus parámetros de progreso social. Trabajó en instituciones pero donde se vio a sus anchas fue en el periodismo. Laboró en radio y en la prensa escrita, bien como articulista bien en las mesas de redacción. Pero teniendo claro que era la poesía por la que tenía razón de ser sus disquisiciones y polémicas, que fueron copiosas e interminables, estaban siempre signadas de un pensamiento progresista que por supuesto era descalificado e inclusive perseguido. Me pregunto qué sería de mi amigo Alis con estos devaneos y disfraces ideológicos que hoy andan a sus anchas hablando de cosas y teorías que tienen sentido es en los bienes que han adquirido desde la oscuridad de la vieja manera de hacer política.

Creía en el arte como principio y fin de la vida, lo recuerdo sudando en su carrito amarillo sin aire acondicionado entrevistando a los pintores que después integraron sus 42 pintores guayaneses, como también los pintores tachirenses. Era el ser más optimista que he conocido, creer en las artes plásticas, en el teatro, en el cine de culto, en la música sinfónica y en la poesía en una sociedad estructurada hasta en lo más mínimo con los residuos del rentismo minero petrolero es algo así como una utopía, como esperar que una vaca pariera camellos.

Con el poeta Darnott compartí los inicios de este oficio que todavía no me ha dejado tranquilo. Sigo en la literatura aferrado a más sinsabores que placeres. Me gusta el lado semioscuro de la incertidumbre, ése que convoca a descifrarlo olvidando el mundo de lugares comunes y seres comunes que no van ni llegan de ninguna parte, eso se lo debo a Darnott, mi amigo inconfundible y particular que filosofaba acariciándose la barba candado que hasta el final usó.

Recuerdo que me dijo una tarde en un cafetín que estaba en el Trébol I, sitio de agite y moda económica del intermedio de los años 80 del siglo pasado, que escribiera hasta que doliera porque eso es lo que le deja un oficioso y creyente de la palabra al país que lo nace, y sigo creyendo en eso que me dijo el poeta Alis unas cuantas décadas atrás...