Francisco Arévalo
Suelo
hacer ejercicios de memoria que me reconfortan. Hace poco conseguí a un
conocido que compartió conmigo la amistad del poeta Alis Darnott. Admitimos con
generosidad y picardía que Alis fue un ser con particularidades excepcionales.
Rememorar
espacios y momentos es deleitoso y placentero. Alis fue protagonista
inobjetable en lo que atañe y se relaciona con la poesía moldeada en esta
ciudad contradictoria, que se ama y se llega a detestar en misma medida. Es que
en esta ciudad pasa de todo y pareciese no pasar nada. De cualquier chistera o
sujetador sale un dinosaurio o para ser más auténticos una anaconda o una tragavenao.
La
poesía es un recurso valiosísimo en quien la ejercita o cultiva, tiene entre
sus virtudes descubrir las perversiones del poder, ese lado ya no tan oscuro
que deviene en maldad pura, de simpleza y proverbio digno de emular a La
Comédie Humaine, de Honoré de Balzac, por allá en el 1830 francés.
A
los que hacen de ostentadores del poder general ya no les importan las formas,
lo que les interesa es el fondo del saco, el preciso madero con lo que se le va
a dar a la piñata de manera de agarrar lo más posible en el más breve tiempo.
Darnott me lo decía e insistía por los intermedios de los años 80. Siempre
estuvo claro, es por eso que se le endilgaba esa categoría de conflictivo que
no era otro motivo que ser incómodo por no compartir la injusticia y la
“discrecionalidad administrativa como se manejaba la cosa pública” que para
aquel entonces era el centro como ahora en todas las instancias.
El
poeta se burlaba de los fantoches sociales con un cinismo único, esos que
prometen tanto como sus movimientos respiratorios, hablamos de los políticos
oficiosos de la nadería o la ramplonería que acribillan a la inteligencia y que
de la misma no morirán como acuso uno a otro por estos días.
Por
más que quise aprender su culta manera de decirle ridículo a quienes lo hacen
desde que se paran hasta que se acuestan, no he podido. Alis era el mejor. Eso
lo reconoció el conocido quien me motivó a escribir estas líneas de catarsis,
ante la sordidez que nos acaba el ánimo y de súbito si no se anda mosca, la
vida.
Con
las ocurrencias del poeta por poco nos infartamos de la risa esa tarde de
lunes. Por cierto a menos que lea este texto, nunca sabrá que él estaba en el
cartel de los ridículos que emulaba mi pana Alis, era o es de los primeros de
la fila.
Alis
era incansable en la búsqueda de algo que se define como bienestar de su
familia y no es más que la entrada y salida a estos tiempos donde uno sobrevive
aferrado a la mascarilla social. Siempre estuvo detrás del golpe de suerte que
lo sacara de las limitaciones económicas propias de una sociedad que está
todavía por definir sus parámetros de progreso social. Trabajó en instituciones
pero donde se vio a sus anchas fue en el periodismo. Laboró en radio y en la
prensa escrita, bien como articulista bien en las mesas de redacción. Pero
teniendo claro que era la poesía por la que tenía razón de ser sus
disquisiciones y polémicas, que fueron copiosas e interminables, estaban
siempre signadas de un pensamiento progresista que por supuesto era
descalificado e inclusive perseguido. Me pregunto qué sería de mi amigo Alis
con estos devaneos y disfraces ideológicos que hoy andan a sus anchas hablando
de cosas y teorías que tienen sentido es en los bienes que han adquirido desde
la oscuridad de la vieja manera de hacer política.
Creía
en el arte como principio y fin de la vida, lo recuerdo sudando en su carrito
amarillo sin aire acondicionado entrevistando a los pintores que después
integraron sus 42 pintores guayaneses, como también los pintores tachirenses.
Era el ser más optimista que he conocido, creer en las artes plásticas, en el
teatro, en el cine de culto, en la música sinfónica y en la poesía en una
sociedad estructurada hasta en lo más mínimo con los residuos del rentismo
minero petrolero es algo así como una utopía, como esperar que una vaca pariera
camellos.
Con
el poeta Darnott compartí los inicios de este oficio que todavía no me ha
dejado tranquilo. Sigo en la literatura aferrado a más sinsabores que placeres.
Me gusta el lado semioscuro de la incertidumbre, ése que convoca a descifrarlo
olvidando el mundo de lugares comunes y seres comunes que no van ni llegan de
ninguna parte, eso se lo debo a Darnott, mi amigo inconfundible y particular
que filosofaba acariciándose la barba candado que hasta el final usó.
Recuerdo
que me dijo una tarde en un cafetín que estaba en el Trébol I, sitio de agite y
moda económica del intermedio de los años 80 del siglo pasado, que escribiera
hasta que doliera porque eso es lo que le deja un oficioso y creyente de la
palabra al país que lo nace, y sigo creyendo en eso que me dijo el poeta Alis
unas cuantas décadas atrás...
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