domingo, 11 de septiembre de 2016

¿Bibliofobia en el manicomio de Valencia?




José Carlos De Nóbrega


Portada de la revista Nanacidender, publicada por pacientes y médicos de Bárbula



“La Hoguera de los Intelectuales” de Fernando Báez (Universidad de Carabobo, 2006) es un volumen sabroso e inquietante que apuntala el afán lúdico lector. Este conjunto  de 33 ensayos breves, nos reconcilia con ese laberinto solitario y significativo de la lectura. Su tono variopinto comprende el contentamiento cómplice [que homenajea a Jorge Luis Borges, Raymond Chandler o Alfonso Reyes], el morbo pícaro [“Cuando los escritores se insultan”] y la denuncia profética en el caso de las bibliotecas destruidas y sus libros incendiados. El ensayo homónimo con que arranca, nos propone una tesis colindante con el terror y la catástrofe: “Los intelectuales han sido los más grandes enemigos de los libros. Tras doce años de estudio sobre el tema de la biblioclastia, he concluido que mientras más culto es un pueblo o un hombre, está más dispuesto a eliminar libros bajo la presión de mitos apocalípticos”. Habíamos supuesto que la devastación bibliográfica era responsabilidad de las polillas, las ratas, el moho, los fascistas y el funcionariado inculto interesado tan sólo en sus prebendas.

     Oportuna recapitulación mediante, Báez enumera una pléyade intelectual histórica y bibliófoba que involucra a los demócratas atenienses, Alejandro Magno, el filósofo chino Li Fi, Lao Tse, el Emperador Augusto, Fray Diego Cisneros, Fray Juan de Zumárraga, el erudito converso y confeso Teófilo de Alejandría, el veneciano André Navagero -fanático de Catulo y pirómano de Marcial-, el bibliófilo y pintor Adolfo Hitler, el filólogo Goebbels, Martin Heidegger, Vladimir Nabokov, Borges respecto a sus primeros títulos y la hoguera de los libros y el Archivo Nacional de Irak concebida por Donald Rumsfeld. Todos ellos promotores de bibliotecas, miembros de la comunidad académica, alumnos aventajados e incluso autores de trascendental valía. Más adelante, aludiendo con sorna al desmantelamiento de la Biblioteca del Quijote, propone un “Inventario de Ausencias”, esto es el catálogo patético de obras literarias y artísticas que ha perdido la atribulada humanidad [El Coloso de Rodas, la décima sinfonía inconclusa de Beethoven y Mahler, un manuscrito quemado de Malcolm Lowry, una novela incompleta de Chandler, el segundo libro de la “Poética” de Aristóteles o las obras de arte de las Torres Gemelas hechas polvo]. En el caso de este Códice del Olvido, recomendamos la lectura de “Bartleby y Compañía” de Enrique Vila-Matas, un maravillado tratado polimórfico sobre aquellos que dejaron de escribir como Juan Rulfo, Arthur Rimbaud y Salinger o, peor aún, el extremo anti-escritural de Pepín Bello -cófrade de Buñuel, Dalí y García Lorca-.

     En nuestra Valencia del Rey tenemos crímenes patrimoniales no menos deplorables que han pasado inadvertidos por los poderes fácticos, la Universidad, las Academias y ciertos medios de comunicación. Comprende la destrucción del mural de Eulalio Toledo Tovar en el Banco de Venezuela del Centro, la desaparición de las bibliotecas departamentales camufladas en las anquilosadas y menguantes bibliotecas de las Facultades, el frustrado proyecto de Biblioteca Central Universitaria, el cierre inaudito de la Maestría de Literatura Venezolana en la UC, la muerte de revistas como Zona Tórrida [inducida por la indolencia burocrática amén del miedo parricida de escritores malucos] e incluso una política editorial que si bien no quema los libros, los esteriliza en un limbo al no publicarlos ni reeditarlos [tampoco se salvan Gerbasi, Pocaterra, Díaz Sánchez o Ida Gramcko].

Ni siquiera nuestro Trapicho o Casa de Locos escapa al acoso insomne de este bandidaje  con sus odios bibliográficos: El Psiquiátrico de Bárbula, además de atenuar notablemente su influjo terapéutico, académico y cultural en esta ciudad al borde del desahucio, sufrió la desaparición de su revista “Nanacinder” [colmena hemerográfica de sus psiquiatras y pacientes] a manos de las autoridades sanitarias en 1962. Ello hasta el punto de no publicarse después la Antología de la revista bajo el cuidado del Doctor José Solanes, ni su versión más reciente a cargo del Psiquiatra y escritor Pedro Téllez Pacheco. Las instituciones gubernamentales y privadas abominan la degustación de esta fruta tropical de exquisitez poética.

     Hoy nos enteramos de fuentes amigas que la Biblioteca del Departamento de Salud Mental de la UC ha desaparecido en un centrifugado bibliofóbico macabro: la biblioteca particular del Dr. y poeta Rómulo Aranguibel, los libros de psiquiatría del Dr. y querido ensayista José Solanes o la tesis de grado de Jesús Semprún, se han convertido en cenizas y pulpa de papel reciclada. Otra envilecida apuesta infame del Poder megalómano por la desmemoria, eso sí, mucho más perjudicial que el Alzheimer. Nuestro llamado a quien pueda interesar y competer, es una indecorosa propuesta rabiosa que insta a confirmar e investigar este aberrante caso de destrucción patrimonial, científica y cultural en Valencia. ¿Acaso hemos de agregar esta bibliografía aniquilada en el Inventario de Ausencias de Fernando Báez?

Fuente:Notitarde

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