José Carlos De Nóbrega
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Pedro Téllez/Foto: Yuri Valecillo |
Pedro Téllez (Valencia, Venezuela, 1966). La obra ensayística de Pedro
Téllez se solaza en la consideración sensual, objetual y conceptual del libro.
Por supuesto, dista de una apología fetichista de la literatura, pues el oficio
de los escritores de raza se sustenta, entre otras cosas, en su vinculación
dialógica con las letras que lo anteceden y la vida misma que acarrea sus
objetos voluptuosos, manjares y bebidas.
Por ejemplo, Añadir comento (1997), su primera entrega, representa una
aproximación lúdica, desmitificada y humorística, si se quiere, a la literatura
clásica que hace llevadera y digna la existencia de los hombres.
Fichas y remates
(1988) es un ready made lingüístico que relaciona dinámica y dialécticamente
los bares, los remates de libros a la intemperie y las bibliotecas personales;
de modo que las ficheras, las putas, los comerciantes portugueses, los
mesoneros y los lectores de a pie se muevan en espacios aparentemente
contrapuestos, preñados de la peripatética e insensata consistencia del gran
Imperio de la Utopía encarnado en la ciudad de Esquilda.
La Última Cena del Ensayo (2005) se nos antoja una transfiguración
ensayística de los cuatro evangelios, por supuesto, configurada por un ateo en
pos de una escurridiza ars poética del género que invoca y trastoca a
Montaigne, Bacon, José Solanes y el padre Carías.

Hoy nos corresponde, de nuevo y por fortuna, referir a la comunidad
lectora su más reciente colección de ensayos, Elogio en cursiva del libro de
bolsillo (2007), bajo el sello amigo y alternativo de Ediciones Protagoni, c.a.
de Luis García. Valga mi entusiasmo como lector y comentarista, nos parece que
este título no sólo confirma la recapitulación obsesiva de los temas que
siempre han ocupado a Pedro Téllez, amén
del afilado instrumental de disección crítica y expresiva, sino también la
evolución y consolidación de una de las voces más interesantes y
comprometidas del momento literario en Venezuela.
El arranque que nos dice «Bestiario Doméstico» empalma con «La otra
mitad», lo cual redunda en la estructuración contingente, poética y camaleónica
de todos sus libros: El ensayista muta en
entómologo, bibliotecario y reportero del mundo que lo embarga en sacudidas
que colindan entre la revelación poética y el malabarismo intelectual que
despotrica de los convencionalismos academicistas.

No nos sorprende entonces la inmediatez y la oralidad picante de una conferencia como «Biblioteca Personal del Diablo», en
el marco del ciclo de charlas “Septiembre Diabólico” del Grupo Li Po: Su texto
vivo, afín a un espíritu sedicioso y charlatán, centra su desnudez en el cambio
frenético de la vestimenta, desde el
retruécano hasta la sátira y la carnavalización de su discurso: El Diablo
se excita con los místicos del Siglo de
Oro español, con las traducciones del Cantar de los Cantares de Fray Luis de
León, y con la tercera redacción del Cántico Espiritual de San Juan de la Cruz
y con la Séptima Morada de Santa Teresa. De manera que el texto ensayístico
estriba en la impostura más cruel, pues no podemos acceder a la humanidad en el
confortable y pío despropósito de los vendedores de indulgencias religiosas y
políticas (no es casual que escritores de medio pelo le endosaron en el siglo
XX los cuatro sonetos atribuidos a Miguel de Guevara, Ignacio de Loyola y la
referida Santa Teresa).
«Conversaciones con Taxistas» que, al igual que la despiadada esencia
objetual de Fichas y Remates, complace y se conduele del morbo de todo lector
que se precie de serlo y vivirlo. Persiste la mirada entomológica que excede la
del psiquiatra y el sociólogo, pues no sólo aprisiona los testimonios contra el
papel como coleópteros clavados con chinches, sino clasifica a los taxistas
además de incorporar categorías como “taxear” y “ruletear”. Incluso nos
podríamos topar con un pastiche que involucra los géneros de la crónica urbana,
el cuento breve o la fábula que troca en bestiario envilecido.

He aquí otro salto en la discontinuidad reticular de este elogio al
libro en rústica:"Amistad y Sabiduría", homenaje que festeja a su padre, el
Doctor Téllez Carrasco, y a sus amigos Humberto Giugni, Roman Prypchan y Rafael
Carías. Se nos antoja que su discurso fue concebido en el laberinto de los
sueños y las anécdotas familiares, tendido su autor al lado de la presencia
inasible del Padre: el amigo es un espejo donde mirarse, y define a la amistad
como una unidad de almas, que comparten virtud. Permítanos citar un texto
anterior, «La última mitad», uno de los que más preferimos: «Mi padre vivió lo
suficiente para que terminara tratándolo como a un hijo: de él heredé los
bienes –que tardó años en acumular- y la profesión; los bienes los gasté en
meses y todavía trabajo como psiquiatra».
Leer y revisitar este estupendo
libro no es un desangrar del corazón, sino un abrazo fraternal y solidario
con el lector de a pie. No nos queda duda, es uno de los mejores libros
publicados en los últimos treinta años por los valencianos de San Simeón el
estilita, San Desiderio o Rasputín el monje bonchón.
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