Carlos Yusti
La
vida de la escritora estadounidense Lucia Berlin estuvo bastante lejos de ser
común. No obstante fue una aguda observadora de la vida, con las rusticidades y
bellezas del caso, que fluía a su alrededor y en la cual ella unas veces era
protagonista y otras apenas un personaje subsidiario. Nunca tuvo ese dichoso
cuarto propio tan pregonado por Virginia Woolf y si lo tuvo fue un cuarto de
muchas mudanzas. Quizás por este motivo su trabajo de escritura no alcanzó todo
el potencial y la atención requerida en su momento.
Su
periplo existencial tuvo distintas etapas y experimentó giros subrayadamente novelescos.
Fue una vida imprecisa y nómada que transcurrió en Chile, Alaska, Nueva York, Texas,
California, Nuevo México, Colorado y DF en México, no en este orden. Nació en
Alaska en el año 1936. Su padre era ingeniero y su madre ama de casa. Se
divorció en tres ocasiones. Tuvo cuatro hijos. Publicó sus primeros relatos en
la revista The Noble Savage, creada por Saul Bellow. En 1981 se edita su primer
libro Angels Laundromat (Lavandería de Ángeles). Con su libro Homesik (Nostálgico)
obtuvo el American Book Award. Publicó 77 cuentos a lo largo de su vida y una
buena parte fueron recopilados en libros por Black Sparrow Press: Homesick: New
and Selected Stories (1991), So Long: Stories 1987-92 (1993) y Where I Live
Now: Stories 1993-98 (1999).
A
Lucia Berlin le gustaba escribir, pero al parecer le subyugaba más todo ese
ambiente de pirotecnia bohemia de drogas, alcohol, música y los personajes
desaliñados (o extravagantes) que giraban en torno al hecho artístico y
literario. Sus fracasos matrimoniales, sus hijos y el hecho de realizar los
oficios más dispares (aseadora de casas, enfermera, profesora) para seguir
adelante y contra todo augurio seguir
luchando con las palabras para escribir cuentos. Su vida un poco aterremotada
nunca pudo estabilizarse del todo.
Su inclinación
a la bebida lo fue resquebrajando todo y sin embargo realizó un peregrinaje
cuesta arriba para superar esos años de borracheras, con escándalos incluidos,
y breves detenciones en la policía. Pudo zafase de las garras de su dipsomanía
y se mantuvo sobria durante veinte años. Seguía martillando en su máquina de
escribir, pero ya si afán de publicar, solo buscaba referir esa belleza
despiadada de la vida común y corriente que la respiraba cada día. Su energía aparatosa
y creativa se diluía en una serie de trabajos ingratos, de hijos, de una
hermana con la que no se trataba y de una madre propensa al suicidio. Todo se
fue sumando y acabó por convertirla en un fantasma de la letras
norteamericanas. Un libro póstumo la traería de vuelta para reafirmarla como
una escritora excepcional.
Desde
la publicación del libro Manual para
mujeres de la limpieza (2015, Farrar Straus and Giroux), Lucia Berlin volvió
en un segundo aire al escenario literario con un conjunto de historias, que sin
delicadeza alguna, entremezclan su vida (a ratos) con la de una variopinta de
personajes al natural, sin retoques ni maquillajes, un tanto desquiciados, o
que cruzan como equilibristas sus pequeños abismos personales, con las heridas
en el alma que la cotidianidad más doméstica
y simple va infligiendo, desde ese ardor insípido de tragicomedia insondable.
El
libro es antológico y reúne 43 relatos. Editado por Alfaguara, trae un prólogo
escrito por Lydia Davis y una introducción de Stephen Emerson. Davis escribe: “Las
historias de Lucia Berlin son eléctricas, vibran y chisporrotean como unos
cables pelados al tocarse. Y la mente del lector, seducida, fascinada, recibe
la descarga, las sinapsis se disparan. Así nos gusta estar cuando leemos: con
el cerebro en funcionamiento, sintiendo latir el corazón”. En verdad los
cuentos relatan situaciones de gente del montón y lo que fascina es la manera
elegante, directa y sin piedad como narra Berlin. En pocas pinceladas descubre
los personajes y sin tanta broza literaria narra un incidente desde un humor desolado
y cierto desapego despiadado.
El
cuento titulado mamá es una
conversación entre hermanas sobre su madre ya fallecida. Cada una va contando
algo. Por ejemplo: “Nuestra madre se preguntaba cómo serían las sillas si
dobláramos las rodillas al revés. ¿Y si a Jesucristo lo hubieran electrocutado?
En lugar de llevar crucifijos en las cadenas, la gente iría por ahí con sillas
colgando del cuello”. La madre de Lucia Berlin era todo un personaje. Un tanto
amargada y depresiva era de una inteligencia rápida y feroz. De un humor
vitriólico, afecta también a beber terminó suicidándose, luego de varios
intentos fracasados.
Este
mezclar su vida con la historia que cuenta es una de sus características. En su
cuento “Punto de vista”, proporciona algunas claves sobre como escribe una
historia: “La mayoría de los escritores utilizan accesorios y decorados de su
propia vida. Por ejemplo, mi Henrietta toma cada noche una cena frugal en un
mantelito, con exquisitos cubiertos macizos italianos de acero inoxidable. Un detalle
curioso, que podría parecer contradictorio en esta mujer que recorta los vales
de descuento de los rollos de papel de cocina, pero capta la atención del
lector. O al menos espero que así sea”. Más adelante anota: “Creo que no daré
ninguna explicación en el relato. A mí, sin ir más lejos, me gusta comer con
ese tipo de cubiertos elegante. El año pasado encargué un juego para seis
comensales del catálogo navideño del Museo de Arte Moderno. Muy caro, cien
dólares, pero pensé que merecía la pena”. Más que los accesorios para contar la
historia, le interesaba en sí la historia y ese sentido trágico e hilarante que
poseía. Era como si narrara el chisme a una vecina; chisme que aderezaba con
brevísimos capítulos de su vida y algo de humor para mantener el interés en su
historia. Le importaba poco si ella estaba en cada relato desgranando, de a
poco, su desencuadernada existencia y así armar el esqueleto cínico de sus
observaciones con una fábula de fondo. Lo escrito por Elizabeth Geoghegan, que
la conoció, es lícito: “Como la mayoría de los grandes contadores de historias,
Lucia era una cotilla de primera categoría. Pero su cotilleo nunca era banal.
Lo mejor siempre estaba conectado con su vida. Pero era arriesgado pensar que
habías entendido su biografía, creer que sabías a qué hijo o a qué marido se
refería en una determinada historia. Aún peor mezclar las aventuras amorosas,
abortos y suicidios de sus relatos con lo que realmente había ocurrido”.
Su
escritura no es vanguardista. La comparan con Raymond Carver. Sin embargo su
retrato de la realidad no es pesimista y Lucia Berlin se limita en anotar, sin
entrar en detalles, esos puntos luminosos y oscuros que tiene la cotidianidad
menos mágica. Es una gran observadora, herencia de su madre como cuenta ella en
uno de sus relatos, de aquello que la rodea. Además está ese humor de sutil
filo que todo lo corta de manera imperceptible.
En
las fotos que circulan por la red se percibe que Lucia Berlin era mujer con un
belleza cautivante como su estilo narrativo. Ella aseguraba que tendía a veces
en exagerar mucho y su tendencia a mezclar ficción y realidad podía dar la
impresión que todo lo que narraba era mentira, pero en realidad en su cuento
había mucha verdad aunque no lo pareciera. Lo cierto es que en sus cuentos
reduce con gran precisión todo la broza literaria y con frases precisas va
desnudando las situaciones, delineando personajes, todo diseñado con esmero y
habilidad inigualable.
Su
vida fue desastrosa, pero a la hora de escribir/contar lo hizo con elegancia
perfeccionista, con esa belleza discreta y poco apreciada de la luz del día
entrando por una ventana.
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