José Carlos De Nóbrega
Nuestro amigo prosista y pintor Carlos Yusti celebra aún de
manera polémica y empática a José Rafael Pocaterra, egregio homenajeado de
Filven Carabobo 2019 junto a Ana Enriqueta Terán, en su libro “Pocaterra y su
mundo” (Gobierno de Carabobo, 1991).
Se nos antoja, pese a la nota del autor al inicio, una
biografía portátil crítica del polígrafo valenciano. Yusti la configuró a la
luz de una lectura desenfadada pero atentísima de su obra por demás
imprescindible. También incidió la conversa con otros lectores y escritores
como Luis Alberto Angulo, María Narea y Alfonso Marín. Por supuesto, la habida
con su carnal, el fotógrafo y socio del proyecto Yuri Valecillo.
Al igual que en la novela “Sostiene Pereira” de Antonio
Tabucci, Yusti parodia la cultura necrofílica de las efemérides con un
efectismo político-literario libertario. Ya lo decía el mismo Pocaterra en
“Cartas Hiperbóreas”: Prefiero ser un derivado de “anarkos” hegeliano que un
teorizante de pacotilla o un “Zaratustra” empastelado.
Es obsceno el desmontaje de la historiografía modelada por
los poderes fácticos, así como de la recepción conservadora mentecata y
pseudo-liberal farisaica que le tributaran a la obra de este narrador
hiperrealista.
No obstante, Yusti bucea -sin anacrónica escafandra ni
exótica manguera de oxígeno- las contradicciones políticas del biografiado: De
la apostasía a un conformismo burocrático movido por la decepción ideológica.
Acierta el biógrafo
destemplado en el sentido vitalista que excede la condición autodidacta de
Pocaterra: Esa extraña mixtura de lo nostálgico, lo enternecedor y lo abyecto
que se desparrama en su el discurso literario de los Cuentos Grotescos y Memorias
de un venezolano de la Decadencia.
Tanto Pocaterra como su díscolo glosador, despotrican de la
decadencia goda y politiquera inducida de Valencia y ese concepto horroroso que
se denomina valencianidad: “La Valencia actual es el horrible y sucio patio trasero
de la ciudad capital (…) De los vestigios de su majestad colonial sólo quedan
derruidas casas heridas por el tiempo y la desidia”. // La valencianidad es más
que un contado número de apellidos, es una actitud ante la vida, es un lirismo
de derechas entre el divismo y la cursilería”. Ni el biografiado se revuelve en
la tumba (sino que se duerme de lado fastidiado), ni el biógrafo se indigna
gesticulando en la inutilidad y la polémica estéril.
Es más, la crítica endurecida de Pocaterra posee vigencia hoy,
pues la ciudad se debate en una decadencia al hastío y la proliferación
insufrible de los delitos patrimoniales de presidentes y gobernadores de
estado, empresarios incultos y ciudadanos anestesiados.
¿Quién se acuerda que Cipriano Castro, paladín antiimperialista,
fusiló sumariamente al General y escritor valenciano Antonio Paredes? ¿Y qué se
dijo del círculo rastacuero valenciano que festejó a Castro ofreciéndole cual
abuelas desalmadas a cándidas y vírgenes adolescentes? Sólo Pío Gil en su
tiempo. El círculo andino, por lo menos, se fajó en el campo de batalla, de
allí su repulsión a los centrales. En el libro de Carlos Yusti ni en los
escritos de Pocaterra –claro está- no queda muñeco cabrón godo sin cabeza.
La polémica que escarnece en apariencia al biografiado, se
edifica en un recurso literario compartido por el compa biógrafo: La hipérbole
que configura la caricatura socio-política de uno y otro tiempo. Sea criticando
“el machismo folletinesco” o la poesía declamatoria de Pocaterra, esto nos parece
mucho más válido que la estulticia de los profesores de literatura de ayer y
hoy. Qué decir del despropósito político partidista y su funcionariado cultural
bobo y chupasuelas.
El poema y discurso que Pocaterra dedicó a Valencia en su
cuatricentenario. Coincidimos con Yusti sobre la influencia del Círculo de Bellas
Artes y, especialmente, de los caricaturistas Job Pim y Leoncio Martínez (no
obviemos a Goya, ni a José Guadalupe Posada ni a Munch) en el grabador y
dibujante oscurantista que fue Pocaterra en su discurso narrativo y
periodístico que pateaba el culo al periodiquismo rastrero de la época.
La caricatura plástica contribuyó al tratamiento que el
biografiado dispensó a la psicología profunda y esperpéntica de sus personajes,
al punto de anteceder al argentino Roberto Artl en el grotesco criollo
desarrollado en sus novelas y cuentos con siete locos y lanzallamas.
Por fortuna nuestra y desgracia de los cultores de
efemérides inútiles, Carlos Yusti no se enamora de su tema, tal como hicieron
Caballero con Betancourt y Gómez o, peor aún, Espinoza y Gorodeckas con la
adequidad. Deja respirar a José Rafael Pocaterra en el mar interior de las
contradicciones y paradojas que lo dignifican en la memoria.
Revisen la Biblioteca Feo La Cruz en su pavoso edificio cellista,
no vaya a ser que este libro los muerda para bien.
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