martes, 16 de julio de 2019

“MONÓLOGO PARA VARIAS SOMBRAS” O LA INFINITA REALIDAD DEL LLAN


 Alfredo A. Ramos.

El bien y el mal, así como la luz y la oscuridad, el día y la noche, la vida y la muerte, constituyen el binomio antagónico por antonomasia en la cosmovisión de hombres y sociedades, y se les suele representar por medio de seres sobrenaturales en las más diversas mitologías y religiones del mundo.

Para el cristianismo judeo-cristiano -Nuevo Testamento mediante- es el Diablo o Satanás la encarnación del mal, la oscuridad y la muerte. Satanás es el mismo ángel Lucifer que, según el cristianismo nuevo-testamentario, se reveló contra Dios y éste lo condenó y expulsó del Cielo. Desde entonces se le conoce como el “Príncipe de las Tinieblas”, ser sobrenatural que siembra de mal y muerte a la tierra, utilizando su gran poder y astucia para adueñarse de las almas de las personas y llevarlas al infierno.

Este tenebroso personaje, llegó a tierras indoamericanas en el equipaje ideológico catequizador del conquistador europeo, quien lo utilizó como aliado para intimidar a los nativos, obligarlos a abrazar la fe católica (con sus ángeles y demonios) y abandonar su mitología originaria, abundante en dioses, frondosos rituales y revelaciones mágicas, so pena de ser víctima de  fieros castigos y muerte, bajo la acusación de hereje. Así, entre misas, sacramentos y obligaciones de la nueva religiosidad, los pobladores de estas tierras fueron experimentando una metamorfosis cultural, heredada luego a las nuevas generaciones.

Los llaneros, nueva etnia mestiza producto del encuentro de europeos, indios y negros, se harán portadores de cierta mitología, creencias y rituales de la Iglesia Católica. Entre ellas, y con marcado acento, la relativa a la existencia del Diablo. Solo que, en su proceso histórico de constitución étnica, como resultado de su apegada raigambre al paisaje regional: la tierra-madre nutricia (sabanas, montes y ríos), su relación íntimamente familiar con los animales y las plantas, su modo de asumir el trabajo (“trabajo de llano”) y su valiosa participación en gestas independentistas, el llanero constituirá su propia cosmovisión, en la que la espiritualidad cobrará un alto signo distintivo, profundamente telúrica, expresada en nuevas ritualidades y extraordinarios mitos y leyendas. En ellos, la superstición es condición inmanente.


El Llano de los misterios
Abierto, anchuroso e inconmensurable es el universo en el que habita el tendido cuerpo del inmenso llano venezolano, atravesado por la soledad, por lagunas y ríos como venas. Allí donde las cercanías son tan distantes, y el mediodía es cielo y tierra juntos, en una prolongación maravillosa. Eso insondable que desborda el alma y la agita, es fuente nutricia para los enigmas que inquietan los sentidos de tanta soledad a plena luz del día y detienen el tiempo en la espesura de la noche.  .

Desde pequeños, en medio de agrestes faenas, los llaneros asumen -y ejercen con sin igual destreza- diversos oficios que curten el arrojo y aceran su valentía, pero al mismo tiempo, se les amamanta con historias y cuentos sobre muertos, animas, espantos, y otras apariciones. Crecen y viven así, en una unidad indisoluble con el copioso mundo de enigmas que rondan por aquellos territorios, convirtiéndose éstos en piel y tuétano de su imaginario. Lo fantasmal y misterioso es una presencia perenne, un vínculo trascendental en su existencia, una realidad. Dice el poeta Isaías Medina López que El misterio en el Llano es fiel compañero de andanzas, es el pie de entrada para tocar la llanura”

Habla copiosa de fábulas, el llanero se desparrama en palabras que dibujan y nombran su universo. De ellas dimanan relancinos,  los seres sobrenaturales y alegorías que acompañan sus andanzas. Gallegos, en su obra Cantaclaro, señala que las palabras son los propios espantos de la sabana. Y como muestra, agrega: “Fue suficiente que el bonguero mencionara al Diablo para que éste estuviera realmente en la embarcación”

En el llano, la noche es una sola sombra, territorio espeso de incertidumbre y acechanzas. En la sombra habita  lo siniestro con sus signos terribles. La oscuridad es la muerte, el reino del Diablo. Por eso, el llanero afila el puñal de las oraciones y los versos, muele el miedo entre los dientes y el tabaco, y se apresta a replicar la afrenta que le ha hecho, aquel que desanda el camino de todos los tiempos, y amenaza con llevárselo amparado en la negrura.



Roger Herrera y su apuesta por lo mítico llanero en el teatro.
“Sin  las  estructuras  míticas,  no  hay  inteligencia  histórica  posible”
-Gilbert Durant-

En “Monólogo para varias sombras”, Roger Herrera Rivas acude decididamente al encuentro con lo mítico del llano, pues muy probablemente él considere que, tal y como afirma Gibert Duran, “el mito termina siendo las más científica de las facultades del hombre, el más afinado mecanismo de comprensión de la analogía universal que no es otra cosa que el entendimiento de la interioridad humana con el cosmos, con el universo

En esta obra, el misterio que encierra lo siniestro es presencia omniabarcante. Desde el principio, el hombre presiente la punzante acechanza de Satanás en todos y cada uno de los espacios físicos e inmateriales en que se mueve: en el aguacero que nunca termina, en el río con su bonguero que lleva y trae la muerte o el espanto, detrás de la mata; hasta en su  propia sombra:
“-¿Quién es …- Caracha ….a no ser que sea yo o será mi sombra
¿De cuándo acá uno tiene sombra?, a menos que sea el diablo”

“¿Dónde andará el Misio? No me desampare patrón. Ahora menos que nunca, que ese duende de la noche me anda escamoteando el sueño...
¡Ave María Purísima! ¡No joda!” 

Sin embargo, el llano por el que este escritor hace discurrir lo fantasmal, lo sombrío de la muerte, la sempiterna pugna entre el bien y el mal, encarnado este último por el Diablo (Misio), no es representación natural-objetiva al estilo de los dramaturgos del teatro realista, sino construcción profusamente simbólica que, mediante el uso de imágenes y sonidos del cuerpo y la palabra, en una narrativa teatral nada convencional, expresa una totalidad cosmogónica.

La intertextualidad, la tributación que ofrece la poesía, el cuento fantástico, la danza y la música, al corpus de la obra; todos ellos portadores de signos, símbolos y referentes metafísicos inherentes a la mitología llanera,  así como el aparente tránsito caótico de las acciones, configuran una realidad otra del llano, más allá de lo real inmediato percibido; esto es, la infinita realidad, que suscita fascinación y temor, y de la cual nos habló obstinadamente Antonin Artaud. Proponiendo así, el dramaturgo Roger Herrera Rivas, aunque quizás no haya sido éste su propósito último (o a lo mejor sí), una  estética teatral distinta para el abordaje de lo mítico llanero. Para que la historia del llano siga siendo posible.


Alfredo A. Ramos.

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