martes, 31 de enero de 2017

EL PREMIO INTERNACIONAL DE POESÍA “VÍCTOR VALERA MORA” ANTE EL TRIBUNAL DE LOS ENVIDIOSOS





Por José Pérez

Cierto escritor oriental, para quien la condición de poeta dista mucho de ser parte siquiera de su vanidad terrenal, por cuanto su orfandad de reconocimiento, el crimen humano de que se le ignoren sus “dotes de intelectual probo e intachable”, su perversidad moral y egocentrismo ufano, autor del libelo titulado “Desvíos y extravíos en la actual poesía venezolana”, publicado en los portales http://letralia.com/291 y http://latorredebabel.wordpress.com, señala que los poetas chavistas “en su mayoría son el menú exquisito y elitesco de la cultura oficial, es decir, reconocidos funcionarios del Estado y prominentes adhesiones”, echando por la boca su más ardiente caca de profesor universitario adeco con frases como estas: “gozan de las milagrosas canonjías, se editan y reeditan hasta el descaro sus libros, sacan del cajón de sastre sus intentos fallidos de escritura, retazos de poemas trasnochados y tienen el santo brío de publicarlos en las imprentas del Estado como pulquérrima donación espiritual al pueblo”; se ha aliado a otro fracasado personaje de Oriente, un dramaturgo de poca monta, quien vive en exilio andino desde hace varias décadas.
Para estos sagaces observadores no existe la lectura como patrimonio de los pueblos ni los libros deben ser para el pueblo ni tiene el pueblo el derecho natural a leer. Sólo sus bibliotecas de “clásicos” y sus invaluables obras debe asumirse como biblioteca básica venezolana Uno de ellos maniquea con su pose de lector en las panaderías de la isla de Margarita, a las que acude tratando de llamar la atención ante la más redonda indiferencia de la gente, es pasmosa. El otro forma parte de las reuniones “clandestinas” que en Mérida realizan en cierta casa para planificar cómo cortarlos las cabezas “cuando Maduro caiga y este gobierna se vaya al c…”  Vana inocencia.
El poetastro oriental-margariteño asesora premios literarios a ciertas alcaldías adecas y funge de jurado, rasguñando así unas lochitas pendencieras que aumentan aún más sus penas (morales). Pero semana a semana escribe y llora diciendo que los poetas de la revolución son corruptos y amorales, que han cogido toda la plata de Miraflores sin que a él le haya tocado nada. Pobrecito. La revolución le pagó sus prestaciones sociales sin quitarle un centavo y seguro ya se gastó todo y ahora padece de pobreza. En realidad no conozco un solo poeta de nuestra revolución que pueda presumir de riqueza material, dineros mal habidos del erario público, o que sea contratista de obras o algo parecido. Todos vivimos con la mayor dignidad, asumiendo estoicamente nuestras condiciones de humildes y ejerciendo nuestras profesiones con decoro y amor patrios. Si alguno ha robado algo, debe ser dentro la enorme lengua de este señor, comparable a una fosa antigua llena de arañas, mochuelos, cascabeles y murciélagos hediondos. Y escriben sus bajezas, precisamente, desde sus guaridas nauseabundas, tirando los golpes bajos, solapados, cobardes.
Uno de esos dardos impregnados de miseria y envidia, aparece firmado por Edilio Peña, acompañado de una foto que me pertenece, y que fue publicada en un blogspot durante 2015, para entrelazar con mi persona el agravio al poeta Pereira, puesto que dediqué mi tesis de doctorado titulada “Poética y somari de Gustavo Pereira” al estudio de su obra, y la Editorial El Perro y La Rana publicó y reeditó en 2011 y 2013 mi libro “Cosmovisión del somari”.
El texto en cuestión firmado por Edilio Peña, es el siguiente:

“Premios sin gloria LA TUMBA DE LA POESIA VENEZOLANA
Por Edilio Peña
A Alberto Hernández, gran poeta y noble persona,
quien ha decidido resguardar la memoria
de la poesía venezolana, contra el olvido inmerecido.

Especial para Ideas de Babel. El Gobierno Nacional de esta estafa revolucionaria creó un memorable premio internacional de poesía. En sus dos únicas ediciones, premiaron a sus adalides sin obra sustantiva y trascendente. La primera la obtuvo Ramón Palomares, de poesía bucólica y melindrosa, que terminó su vida escribiendo panegíricos borrachos y mocosos, a Hugo Chávez Frías. El otro, Gustavo Pereira, un poeta con lujosa casa de playa, yate de lujo y miembro del Alto Mando de la Cultura, pero que se declara hombre pobre en el Oriente del país, quien eligió una insufrible brevedad poética por carecer del talento que no otorga ninguna revolución. Ambos farsantes de la poesía, arrebataron no una corona de olivos al erario público nacional, impúdicamente, sino cien mil dólares con la venia de un jurado amañado desde el alto poder de la dictadura venezolana.
Los nombres de Rafael Cadenas, Armando Rojas Guardia, Eugenio Montejo, Alberto Hernández, Edda Armas, Yolanda Pantin, o Victor Salazar, nunca estuvieron entre los prospectos de ganar ese fabricado premio internacional de poesía. Y si alguno de ellos hubiese sido el favorecido en la fantasía imposible, dudo que los poetas vivos o familiares de aquellos que partieron antes de la gloria y la fama, y que siempre algunos quieren asegurar su destino de piedra con su muerte, jamás hubieran manchado sus versos con la falta de ética de una revolución que promovió el narcotráfico, el crimen, el robo, el trafico de influencia y la muerte de la juventud venezolana.
Algún día habrá que investigar a estos militantes de la poesía, mediocre y revolucionaria. Y, si un jurado de justicia purificada lo determina, ambos poetas que ostentan y usufructúan deberán devolver ese premio metálico inmerecido que les insufla el ego o los gusanos.


Como se infiere en esas líneas, a estos personajes de la contracultura les corroe las entrañas la envidia de que dos venezolanos ilustrísimos como Palomares y Pereira hayan obtenido el Premio Internacional de Poesía Víctor Valera Mora, del mismo modo que lo ganaron el cubano Waldo Leyva, el colombiano Jotamario Arbeláez y el argentino Leopoldo “Teuco” Castilla. Además, hasta el Premio Nobel se lo han merecido, tanto Palomares (quien ya no está físicamente entre nosotros) como Gustavo Pereira.
Esa terna que propone Edilio Peña, compuesta por los nombres de Rafael Cadenas, Armando Rojas Guardia, Eugenio Montejo, Alberto Hernández, Edda Armas y Yolanda Pantin tiene su propio espacio en la literatura venezolana, y nadie de nuestro lado hace nada por disputárselo. Más bien creo que faltan nombres que de seguro ganarán grandes reconocimientos en España, Argentina, Francia, México, Colombia, Estados Unidos, Japón, etcétera. Su sola afinidad colegiada de ser autores de derecha, defensores del capitalismo, celebratorios de la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca y demás cosas plausibles del imperio, bien que se apelliden Ordaz, Méndez Guédez, Cartay, Bravo, Guerra, Rojas,  etcétera, los convierte en los autores más preclaros del futuro.
Son prominentes autores y autoras que pronto leeremos en Seix Barral, Anagrama, Planeta, Visor, entre otras trasnacionales del libro, cuando caiga la revolución chavista que tanto odia la derecha política e intelectual venezolana, y se les abran las fronteras a esos compatriotas tan marginados por nosotros los chavistas, y por fin puedan demostrarle al mundo sus portentosas creaciones. Por supuesto yo los leeré efusivamente, señor Peña, para entretenerme. Lástima que un tal William Ospina, de quien García Márquez vaticinó antes de morir, que ganará el Premio Nobel por tratarse de una de las mejores plumas de Colombia e Iberoamérica, le haya arrebatado a usted, a fuerza de calidad temática y escritural, su aspiración de ganar el Premio Internacional de Novela Rómulo Gallegos con la obra El país de la canela, y que usted haya despotricado tan suciamente contra el jurado de entonces, del mismo modo que despotrica ahora de los jurados del Premio Internacional de Poesía “Víctor Valera Mora”, como si nadie se enteraría de esas miserias y esas bajezas. Es la misma bajeza y la misma miseria que ahora emprende contra el Poeta Gustavo Pereira (Poeta con mayúscula, léase bien), para mayor despropósito suyo y de su combo de resentidos. Se supone que su mente aguda siente igual desprecio por poetas como Neruda y Vallejo. No faltaba más. También ellos fueron malos poetas, en su lupa obtusa.
Esta insana actitud es la que propicia esta nota de desagravio contra el poeta Gustavo Pereira,  a pesar de que él prefiere que ignoremos estas miserias de gente tan enferma, tan hostil ante la vida. Mas, considero que hay que desenmascararlos, dar a conocer sus bajezas a nivel nacional e internacional, para que los jóvenes creadores los identifiquen y sepan de sus podridas conciencias. Ellos quieren que los premien sin hacer nada. Que los apabullen con reconocimientos. Que los manden a pasear al exterior como hacía Arráiz Lucca desde el Conac. Que los tengan en un pedestal muy alto porque ayer fundaron algunas revistas y fueron adulados por los adecos de otrora, pero el país cambia, la cotidianidad transforma todo, nada es estático y muchos se quedan en el ostracismo, no crean nuevas obras, y peor aún, no innovan. Por eso se dedican a descalificar.
Todos los cultores populares que han tenido a bien mostrar sus creaciones artísticas durante estos 18 años de gobierno revolucionario chavista han recibido la oportunidad de ser oídos y promovidos. De eso puede dar fe el poeta Benito Yrady. Hasta los mismos adecos solapados han sido tomados en cuenta como nunca antes, con sus pensiones y sus reconocimientos artísticos. Si eso no le basta a estos profesionales de la descalificación personal, que acudan a sus universidades para que les editen y promuevan sus obras, les den recursos económicos y les financien sus viajes. O que se lancen para cargos de alcaldes y gobernadores si en verdad quieren ser políticos en ejercicio. Así veríamos si en realidad nuestro pueblo los quiere tanto. Además, gozarían un bolero.
A nosotros nos basta que nuestro pueblo lea con insistencia los textos sobre Bolívar, Zamora, y Simón Rodríguez, y las obras (poemas, relatos, ensayos, crónicas) de  Palomares, Pereira, Crespo, Calzadilla, Osuna, Cardozo, Márquez, Jiménez Emán, Saab, Perozo Naveda, Trujillo, Ruíz, Pichardo, Fragui, Mieses, Castillo Castellano, Ñáñez, Torcátiz, entre otros; y a Ana Enriqueta, a Chicote, a Lidda, a Maritza, a Laura, a Cecilia, a Acuarela, a Libeslay, a Maribel, a Cecilia, a Nuni, entre otras tantas autoras.
Lecturas, muchas lecturas, lejos de los reconcomios del odio y la perversidad de las pasiones rastreras de ciertos envidiosos y los resentidos (hay excepciones, aunque Ud. no lo crea) de la literatura nacional de derecha.


PATOLOGÍA DE LOS PREMIOS





Gabriel Jiménez Emán



Últimamente, movido por la lectura casual de lamentables trabajos sobre premios publicados en la red por parte de escritores valiosos --que descienden de pronto en la escala del homo sapiens sacudidos por recelos personales-- ante la concesión de determinados premios literarios, me han llevado a hacer algunas reflexiones sobre el asunto.

Los premios pueden ser algo muy bueno, pero también algo muy dañino. En teoría, se han creado para dar reconocimiento a personas sobresalientes en  determinadas disciplinas, y ello está bien; sin embargo los premios en el fondo también pueden ser modos de crear prestigio y estatus, aparte del monto en metálico que puedan otorgar; en este sentido los premios poseen una fuerte base ideológica, que entroniza de inmediato al galardonado, más allá del reconocimiento público otorgado a un trabajo científico, cultural o artístico encarnado en determinada persona.

En la mayoría de los contextos institucionales dentro de los cuales se otorga, un premio se convierte de inmediato en algo simbólico, es decir, la persona premiada es ubicada de inmediato por encima del resto, los demás pasan a pertenecer a la legión de los no ganadores, o en algunos casos a sentirse perdedores, cosa muy distinta. El que no gana puede tomarse el asunto sin problemas o puede tomárselo a pecho, según sea su carácter o temperamento, al sentirse merecedor natural de éste al mismo tiempo y hacer de ello un síndrome, llevando a cabo una crítica a la organización del premio por tal o cual circunstancia (amañamiento del jurado, racismo, amiguismo, favoritismos personales, manipulaciones pecuniarias, etc.). En cualquier caso, un premio puede generar a quien no lo recibe una situación de frustración. Este “afuera” de la sociedad está montado sobre una serie de valores culturales o ideológicos que pueden ser muy implacables, como son los casos de los conocidos premios Oscar en Hollywood o los premios Oscar en Suecia. El primero montado por el Star System de la industria cultural más poderosa del mundo y el segundo por una Fundación Sueca que entrega un premio con el apellido del inventor de la dinamita, cuyas menciones en paz y literatura han sido entregadas recientemente –y paradójicamente-- a personajes belicistas o a intelectuales racistas. Ambos galardones han perdido credibilidad justamente debido a su carácter ideológico, es decir, a su rasgo de fragilidad conceptual.

En el caso de la literatura, los premios se suelen montar (no todos) sobre un sistema donde trabajan: a) editoriales que nombran el jurado.  b) academias y universidades. c) prensa y medios. d) empresas e instituciones públicas. Si estos cuatro motores funcionan bien, la fórmula es casi infalible, y todos salen ganando, a menos que fallen cosas inesperadas de última hora. Al ganador se le entrevista, se le traduce a otros idiomas, se le adapta al cine o a la tv y finalmente se le exige una nueva obra para lanzarla al “mercado”. Cuando un escritor recibe un Premio Nobel este engranaje actúa de modo automático incluso si el autor es mediocre.

El Star System de Hollywood es mucho más complejo, pues los filmes se deciden en los estudios por los productores, quienes escogen a los directores de las películas y al reparto de actores. Hollywood es propietaria de la Academia que otorga los premios y mueve miles de millones de dólares cada año, por concepto de transmisión televisiva del evento, como si éste fuese un final de Mundial de Fútbol, de una Serie Mundial de Béisbol o de un concurso de Miss Universo. Este formato puede reproducirse en micro en países, estados o regiones en sus versiones de premios internacionales, nacionales, regionales o estatales, donde los detalles pueden hacerse más obvios y los resultados más patéticos. De aquí que las inquinas entre intelectuales, actores, artistas e instituciones se produzcan en condiciones más precarias y repletas de incidencias más escabrosas o penosas.

Ganar o no ganar un premio puede convertirse en una marca de por vida, para bien o para mal, puede generar resquemores, inquinas y odios también de por vida. Un premio frustrado puede volverse una obsesión paranoide y terminar con amistades, nexos sociales y familiares,  simpatías políticas, pasiones amorosas; puede arrasar con todo esto y más.

Después está el menor de los males: el monto en dinero, que puede representar la salvación económica (siempre temporal) para muchos, o procurar un gran alivio para pagar deudas. Nada más. Por último está el ganárselo por pura suerte, como si fuese una lotería, su modalidad más benigna. Casi nunca ocurre, pero cuando ocurre es sumamente gratificante, recibirlo por azar, sin ninguna injerencia del premiado sobre el jurado, ni directa ni indirecta, lo cual puede significar algo mucho más estimulante.



                                            © Copyright 2017 Gabriel Jiménez Emán