Encerrarse con la censura
Carlos YUSTI
“La censura perdona a los cuervos y se ensaña con las palomas.”
Juvenal
La censura en
nuestros días no ha desaparecido del todo y mas bien ha sutilizado sus mecanismos para seguir
silenciando lo inconveniente, lo que puede ser desfavorable a la administración
ejecutiva del poder, sea político, religioso o burocrático. Tiene renovados métodos y se traspapela con nuevos nombres como corrección política, derechos
de las minorías, etc. En algunas ocasiones se ampara en la ley para crear
gráciles dispositivos legales y todos felices.
En nuestro país (Venezuela) estuvo vigente la Ley sobre Vagos y Maleantes. La misma regulaba a los individuos etiquetados en las categorías de “vagos y maleantes”, a los cuales consideraba individuos peligrosos y en tal sentido eran detenidos sin proceso alguno. En dicho grupo entraban aquellas personas sin oficio conocido, las no afectas al gobierno de turno y todo aquel que resultara incomodo a la administración. Esta ley fue derogada, pero se han implementado nuevos mecanismos para silenciar la protesta en cualquier escenario. Ya no censuran periódicos, ni detienen a sus directores sencillamente le niegan la publicidad gubernamental o el papel para imprimir los diarios. Al que escriba algo inconveniente (o salga a la calle a protestar) le pueden aplicar traición a la patria, incitación al odio.
Alicia Francis
(Barcelona, 1967) es una de esas artistas que busca en el arte sus
posibilidades trasgresoras, su incidencia en el día a día a través de objetos
artísticos anticonvencionales para subrayar su reflexión del mundo, con sus
vaivenes, desde su experiencia vital con la cotidianidad entrampada en los
objetos comunes, en el caso que nos ocupa serían los libros. No sin razón ha
dicho en una entrevista: “El arte es el único reducto de libertad que nos
queda”. Quizá sea más bien la última trinchera para darle una vía de escape a
la creatividad y la desazón. El arte como una manera enfática de esquivar
la censura.
Una obra de Alicia Francis, que puede sintonizarse como referencia contra la censura, es sin duda La Habitación de los libros prohibidos, la cual forma parte de la serie “Habitaciones Prohibidas”, un conjunto de habitaciones para usos específicos. Así están La habitación del grito, del olvido, etc.
Con estas habitaciones Francis visualiza su preocupación por ese espacio privado, e incluso personal, que está a la vista pública. Reinventar el espacio como una manera de imaginar, de dar rienda suelta a esos temores que de alguna manera encierran a los individuos. Cada habitación se concibe, en algunos casos, desde la interacción con el público o desde la crítica.
Por ejemplo, La Habitación del olvido (2013), es un gran cubo trasparente llena de una sustancia blanca, algo así como harina y que es Metyrapone, un medicamento cuyo valor terapéutico permite al paciente olvidar episodios traumáticos ya que incide sobre los niveles de cortisol para reducir la capacidad del recuerdo. Este olvidar es una manera de escapar de eso que daña y causa dolor.
En La
habitación del grito (2012-2013), el espectador puede acceder a un
cubículo aislado del ruido externo y que permite al público gritar y activar, a
través de un mecanismo electrónico, una impresora 3D, la cual convertirá el
grito en una pequeña figura tridimensional.
En la obra La
Habitación de los libros prohibidos el público asistente puede entrar
a un espacio acogedor y bastante cómodo. Sus paredes están tapizadas con
estantes y libros. Es un espacio que invita a la lectura. La pequeña habitación
de madera contiene 189 libros, que el espectador puede hojear, leer si le
apetece. La única particularidad es que los libros de esta peculiar sala de
lectura tienen todas las portadas iguales (de color gris) y en ellas está
impreso brevemente la historia de censura a la que cada libro fue sometido en
su momento.
Entre algunos de
los libros (y autores que encontrará el espectador) se encuentran Franz Kafka
y La metamorfosis que los Nazis arrojaron a las llamas; Los
Versos Satánicos de Salman Rushdie, considerado un libro blasfemo y
por la que su autor tuvo que esconderse protegido por guardaespaldas. No podía
faltar Henry Miller, ni el Ulises de James Joyce, considerado
un libro degradante y obsceno con juicio incluido a sus editores. Infaltable elCándido de
Voltaire; los escritos de Giordano Bruno; Lolita, de Vladimir
Nabokov, libro libidinoso y que fue considerado una expresa apología a la
pedofilia y al incesto. También está un libro soso de brujos, magos, varitas
mágicas y nada original como Harry Potter.
En una entrevista
Alicia Francis ha explicado: “Más allá de permitir comprobar que muchas de las
que ahora consideramos obras maestras fueron prohibidas en algún momento de la
historia, la instalación es un pretexto para iniciar el diálogo. Lo
verdaderamente importante es lo que pasa entre la gente dentro de la habitación”.
Esta obra de
Francis permite encerrarse con la intolerancia, el fanatismo y sobre todo con
la censura. Las habitaciones concebidas por Francis me traen a la memoria esa
habitación hecha de palabras de Virginia Woolf, “Una habitación propia”. Libro
que recopila una serie de conferencias sobre la mujer y la novela dictadas por
la escritora en la Sociedad Literaria de Newham y la Odtaa de Girton. Woolf
escribe: “Nunca podría cumplir con lo que, tengo entendido, es el deber
primordial de un conferenciante: entregarles tras un discurso de una hora una
pepita de verdad pura para que la guarden entre las hojas de sus cuadernos de
apuntes y la conserven para siempre en la repisa de la chimenea. Cuanto podía
ofrecerles era una opinión sobre un punto sin demasiada importancia: que una
mujer debe tener dinero y una habitación propia para poder escribir novelas; y
esto, como ven, deja sin resolver el gran problema de la verdadera naturaleza
de la mujer y la verdadera naturaleza de la novela”. Por supuesto de lo que
escribe la escritora inglesa es de esa dificultad que tiene la mujer para
ejercer de autora de novelas en una sociedad atiborrada de prejuicios e
hipocresías que ejerce la censura desde las costumbres sociales. En el
trasfondo de sus conferencias late escondido ese perro guardián de esa
censura otra que sojuzga y somete e incluso invisibiliza a la
mujer.
El escritor Günter
Grass escribió algo bastante pertinente: “La literatura universal no es el
producto de santos. Amenazada en todo momento por la censura, hemos entregado a
ésta, sin embargo y con frecuencia, el campo, y la mayoría de las veces a la
ligera, ya fuera por sutilezas, ya fuera por amor al ego. Tampoco estamos
llamados a ser mártires, a pesar de que a la sociedad le gusta mucho el
apropiarse a posteriori, como mártires, de los escritores perseguidos”.
En La Habitación de los libros prohibidos el espectador puede encerrarse con la censura, sopesar sus endebles preceptos y sus fobias para con el otro, sobre lo que piensa o escribe. Puede ver en esos los libros tachados como impropios un espejo que refleja esos los oscuro pasadizos del espíritu humano, de su obsesivo afán de amoldar el mundo a sus temores y cegueras más paranoicas.
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