miércoles, 6 de julio de 2016

De puertas hacia bien adentro





 Tengo sueño ahora, mucho sueño…”, dijo Dios.
Luego se quedó profundamente dormido:
al poco rato comenzaron a aparecer
las imágenes que crearon al mundo y los seres.
Gabriel Jiménez Emán, Sueño.

Convocando un aprendizaje universal, todo creador procura tocar sensibilidades ajenas a partir del añadido de la suya. Mas el intento no queda en el hecho de una mera sumatoria, acaso de una prolongación, sino de un diálogo atrevido y atendible por sus porciones de familiaridad. ¿Qué permite en realidad ese contacto, esa posibilidad de integración? Pues el reconocimiento mutuo de lo realizable, aun en los predios de la sorpresa y de la imaginación provocados por la obra.

Lo negociable entre escritor y lector —para aterrizar ya en una reciprocidad concreta— se da en el trato de una libertad, aburrida de sus horizontes o límites, con una dependencia dolorosa y placentera, pero ambivalente también en cuanto a las propuestas de caminos vivenciales que ofrece. Esto va tanto para autor como receptor. Lo sabe el venezolano Gabriel Jiménez Emán (Caracas, 1950) al examinar el drama del escritor en una de las narraciones cortas de Ficciones, fábulas y microrrelatos (Editorial Arte y Literatura, 2015) y reconocer una secuela casi siempre pasajera: Aparentemente, el drama de un escritor se revela cuando ya no tiene nada que decir y continúa escribiendo, o cuando tiene mucho que decir y no encuentra las palabras apropiada para expresarse. Desde otro punto de vista, podría ser que el escritor escriba para ganarse la vida o tener éxito, y no curra ninguna de las dos cosas. Pero no. El verdadero drama del escritor se produce cuando pone punto final a su obra y se cerciora en ese mismo momento de que esta no existe.1

No por contabilizar sino para reparar en los alicientes y desencantos de la creación, y en los demonios de la autoría, es que bien valen esas páginas como la ya citada y tantas otras en las que Jiménez Emán declara y sugiere como el narrador que es. En “El cuento más bello del mundo” regresa sobre el acto de escribir desde Hugo Han, uno de los personajes más obsesivos de este libro. El mundo ficcional que rememora el fenómeno (re)creador y creativo, al tiempo que la propia experiencia de Emán volcada como confesión en el afán, el placer y la agonía de concebir obra, es fascinante y preocupa por cercano e influyente.

El título del libro: Ficciones, Fábulas y Microrrelatos aparenta cierta clasificación o división genérica, cuando en verdad asistimos a todo un inventario imaginativo que se erige sobre los referentes más misceláneos de distintos contextos. Para colmo, mediados por la fascinante y a la vez pavorosa constelación posmoderna, donde olvidamos creaciones primarias por cuenta de atractivos reciclajes culturales.

Noventa son los textos que dan fe de ello. A veces prima un encontronazo entre realidad y fantasía, rememorando —a manera de homenaje— el dinosaurio de Monterroso o las greguerías de Gómez de la Serna; otras, fabula y no teme a la lección temática o conceptual, aunque más resuelta al cierre conclusivo y esperado de la historia, si bien apetece siempre la reflexión del lector como, por ejemplo, en “La prostituta que vendía sus ideas” y “El caballo que deseaba ser un jinete”.

Por si fuera poco, Gabriel Jiménez Emán retoma figuras históricas, literarias mitológicas y reinventa un universo de la probabilidad ficcional. Y aquí destaco: “Diálogo postrero entre Sancho Panza y Alonso Quijano, oído por el autor del Quijote”, “La mano de Cervantes” y “Troya arde de nuevo”; esta última una invención realmente muy bella en tanto impulso de un imaginario cerca de lo testimonial. Y si acaso Jiménez Emán me preguntara cuál yo prefiero en cuanto a relato ingenioso y sorpresivo, me quedo con “El espectador ausente”.

En Ficciones, fábulas y microrrelatos asistimos a desiguales tonos porque cada tema pide uno en particular. Es de destacar cómo su autor cuela un existencialismo sin didactismos sociológicos o pseudofilosóficos, aunque sí encontramos aciertos psicológicos que valen incluso por esa hechura harto retocada a lo sentencioso. Al inicio de en “La melodía de las esferas” se lee: «La vida es como es y no admite adjetivos: es todas las cosas y ninguna, es todo y nada».Para luego, en esa misma ficción concluir con «la mala suerte no es más que la ridícula traducción de un dato imposible».Ello viene a engrandecer un estado anímico legítimo, una verdad generalizada a partir de lo vivencial.

Ahora, si algo equipara las narraciones de este libro, amén de su espontaneidad expositiva y encanto temático, es sin dudarlo las atmósferas de aislamiento (no de encierro gótico), por lo general vinculadas a esos protagonistas de apartamentos o casas independientes; sobre todo, esos sujetos pensativos y somnolientos en los lechos de sus habitaciones. Pocas veces advertimos en Fábulas, ficciones… una simpatía habitual hacia la calle, el ambiente rural, en fin, el transitar diario.

En el presente libro casi prima lo que siente el personaje de “La taberna de Vermeer”, cuando dice: «Cada vez que intentaba meter la llave en la cerradura para salir a la calle el pulso me temblaba, y tenía que regresar». No es que se imponga la agorafobia, sino que se prefiere vivir de puertas hacia bien adentro.

Como una buena y larga conversación entre personas que se estiman y no tienen por qué estar de acuerdo en cuánto manifiestan, se dialoga de un tirón con Ficciones, fábulas y microrrelatos, una antología encantadora de un narrador de la vida, acaso porque ha sido un obsesivo y verdadero inventor de mundos posibles e imaginados. Ese hombre es Gabriel Jiménez Emán.

NOTAS
1. Jiménez Emán, Gabriel. Ficciones, fábulas y microrrelatos. Editorial Arte y Literatura, 2015, p.37.
2. Ibid, p.158.
3. Ibid, p.162.

FUENTE:http://www.caimanbarbudo.cu

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