Funesta celebración
GIOCONDA BELLI
Este 19 de Julio de 2018, estoy en una Nicaragua muy distante a la de aquella fecha que hoy se celebra. Cada uno de estos 39 años, he empezado el día recordando a mis amigos muertos. La sensación de pérdida de tanta gente buena e idealista caída en la lucha contra la dictadura somocista sigue doliendo como aquel 19 de Julio de 1979 cuando vestida de verde olivo, con mi pañuelo rojinegro al cuello, recorrí en la trasera de un camión la Managua jubilosa. Lloré mucho recorriendo las calles llenas de gente que nos vitoreaba. Lloré por todos los que no verían ese sueño cumplido. Hoy, en cambio, siento alivio de que no llegaran a ver lo que ha pasado con su revolución. Desde el 18 de abril, los nicaragüenses hemos vivido lo que jamás debió repetirse.
Foto del diario "EL NUEVO DIARIO" |
Durante 11 años, pareció invencible. Logró dividir a la
oposición, impidió con argucias legales la participación de partidos legítimos
y dominó el poder electoral para obtener resultados favorables. Pero todo el
maquillaje, el ropaje, cayó cuando tuvo que enfrentar las consecuencias de la
brutal represión con que intentó acallar las protestas del 18 de abril. En tres
días, 23 personas, estudiantes la mayoría, fueron asesinados. Nicaragua
conmovida despertó y mostró el descontento que calló durante 11 años. De las
grandes ciudades a los pequeños pueblos, la protesta contra un decreto derivó
en un grito unánime: “Que se vayan”.
Inicialmente sorprendido, se mostró conciliador. Llamó a un
diálogo con la mediación de la Conferencia Episcopal y dejó correr la euforia
de la población que por unas semanas se sintió capaz de convencerle de que
debía marcharse, que debía dejar su ambición de perpetuarse en el poder o de
instalar otra dinastía a través de su esposa, la vicepresidenta. Pero el
verdadero Daniel Ortega no resistió mucho tiempo el desafío. Mientras el
diálogo le ganaba tiempo, él se preparó para aplastar la rebelión.
Sistemáticamente, pueblo por pueblo, con un ejército de paramilitares
encapuchados, dominó, sin reparar en el costo humano, las barricadas que el
pueblo levantó. Contra morteros, hondas, piedras y unas pocas pistolas
artesanales, arremetió con armas de guerra.
En tres meses más de 300 nicaragüenses, en su mayoría
hombres jóvenes, murieron asesinados. Otro tanto ha sido detenido y acusado sin
debido proceso. Hay cientos de heridos y desaparecidos. Y la cuenta sube a
diario. Aunque él evade su responsabilidad, el pueblo ha filmado con sus
teléfonos los atropellos y sabe quién es el responsable. La condena de la
comunidad internacional tardó pero llegó al fin. 21 países representados en la
OEA condenaron su actuación el pasado miércoles 18 de Julio. Este 19 en la
plaza, sin embargo, en la celebración del 39 aniversario, ignoró los muertos
del pueblo.
Leyó solamente los nombres de los pocos policías caídos en
la ola de violencia que él mismo desató. Acusó a los sacerdotes de golpistas,
de guardar armas. Demonizó a quienes se le oponen llamándolos satánicos,
terroristas y delincuentes. Calificó de golpe la rebelión, la atribuyó a
intereses externos. Flanqueado en la tarima por invitados de Cuba y Venezuela,
repitió su discurso de paz y llamó a sus partidarios a defender esa paz
mortífera a toda costa. La rebelión ha amainado, reducida a sangre y fuego,
pero él, como el cuento de Anderson, El traje nuevo del emperador, ha quedado
desnudo, ha revelado su esencia de dictador ante su pueblo atribulado y el
mundo.
Gioconda Belli Fotografiada por Yuri Valecillo |