Los raros de la literatura venezolana
Diego Rojas
Ajmad
Una obra rara es aquella que nos desubica como lectores. Nos
saca del amodorramiento y nos increpa con desparpajo a abandonar los oxidados
esquemas de interpretación para sumergirnos en textos elaborados con
originalidad y asombro.
Salustio Gonzaléz Rincón |
El poeta nicaragüense Rubén Darío publicó en 1896 un libro
de ensayos titulado Los raros. En él exhibía una veintena de semblanzas
biográficas de escritores de su predilección, entre ellos, Edgar Allan Poe,
Paul Verlaine, Lautréamont, José Martí y otros más, unidos todos por el
calificativo de raros. Para Rubén Darío el término raro señalaba, más que una
similitud estilística o temática, un afán de anticanon, de contracultura, de
apertura de límites de la literatura hacia novedosos e insospechados formatos y
lenguajes. Un raro en la literatura, para Rubén Darío, no era más que una oveja
negra que no seguía ni se amoldaba a los dictados del canon ni al gusto
imperante.
Sucede que el raro es un anacronismo. Está antes o después
de los gustos y espectros de comprensión del público, confinado por siempre al
cuarto de chécheres de la literatura. Por la incomprensión que generan sus
textos, por la incomodidad de no saber qué hacer con ellos, terminan como
curiosas piezas de un museo de anomalías y horrores. Aún así, ignorado e
incomprendido, el raro se resiste a los dictámenes de las instituciones que
participan en la definición de lo literario, orbitando perpetua y
peligrosamente en las periferias del canon, y recordándonos de vez en vez que
la literatura puede ser otra cosa distinta a la que suponíamos.
Rafael José Muñoz |
Alrededor de la llamada literatura venezolana revolotean
algunos escritores periféricos, transgresores de la norma y cuyas propuestas de
escritura resquebrajan gustos y concepciones preestablecidas. Entre ellos,
podríamos incluir a Rafael José Muñoz (1928-1981) y su desvariada poesía
impregnada de esoterismo y fórmulas matemáticas; a Raúl Chuecos Picón
(1891-1937) y Pedro María Patrizi (1900-1949), con sus inusitadas insolencias y
temas escabrosos de prostitutas y enfermedades venéreas en la pacata Mérida de
principios del siglo XX; a Emira Rodríguez (1929-2017) y su experimentalismo
casi al borde de la locura y a Salustio González Rincones (1886-1933) y sus
naturalezas transfiguradas, dichas en una cadencia que se asemeja a los
modernos ritmos urbanos del rap y el hip hop.
Podríamos mencionar además a Fray Juan Antonio Navarrete
(1747-1814), con sus libros desmesurados y enciclopédicos, que invitan
permanentemente al juego con el lector; a Rafael Bolívar Coronado (1884-1924) y
su afrenta contra la figura del autor al crear más de seiscientos seudónimos; a
Andrés Mariño Palacio (1927-1966) y su exploración hacia la maldad y lo
grotesco.
Una obra rara es aquella que nos desubica como lectores. Nos
saca del amodorramiento y nos increpa con desparpajo a abandonar los oxidados
esquemas de interpretación para sumergirnos en textos elaborados con
originalidad y asombro. Quizás dos ejemplos basten aquí para hacernos una idea
de la literatura rara. El primero, el poema Aristocrática, de Salustio González
Rincones, publicado en 1907:
“Un pozo en el Barranco.
Flemática está y verde el agua.
Aristocrática agua, obligadamente enigmática.
Simpática es la canción de las ranas, ancha y selvática.
Rojos helechos. Críticos juncos.
Sobre la greda pálida, truncos
yerbajos ariscan sus espeluncos.
Fútil como una arruga,
se agobia el agua bajo la cuenca que la subyuga.
Los arenales
tienen blandura doméstica. En espirales
una gota asidua, titila del agua los vitrales.
Que sol...encomia
de ardor la tierra híspida y momia;
Solo el pozo, destella
bajo el Sol, luz atenta como si de estrella”.
Otro poema, esta vez de Rafael José Muñoz, puede mostrarnos
a plenitud la extrañeza que origina este tipo de textos. Desde el título mismo,
el poema La antitierra vista desde el espejil, de 1968, es un aterrador y
maravilloso ejemplo:
“El cristofué me recuerda la Zona Excs, la Antitierra
donde un aire de blutz abre sus palitos.
El cristofué me recuerda huellas de otra vida,
vientos de Sulis, alcatraces de Sins,
Obeliscos dormidos en el lecho Rousal.
Según veo por el canto de este pájaro
él tiene cruces en su hondor, tiene sulijas
en la Milgrana de Sés Sojél Níger;
y tiene la campana de ludo en el Cajón
donde vientos transversales oscuros
se pasean en flitz y en flatz.
Es decir, que en el Cielo de la Antitierra
las cosas tienen su corazón cerca del Fuego 1,
cerca de la yerba central a 416,69,
lo que equivaldría a la siguiente fórmula:
–
Antitierra 500.000 años más un átomo de hidrógeno
Por cada litro de espacio sublimado,
equivalente a galaxias perdidas en Burrr,
galaxias aparecidas en Birrr.
Así
1
________ – 1/n x n – Pi 34 más s
3
1
_____ :
4 28 x n
_________
36a3
a mitad del paralaje trigonométrico”.
Rafael Bolívar Coronado |
Cada uno de estos raros ha aportado desde sus obras, sin
hablar de sus peculiares historias de vida, el necesario cambio en la tradición
literaria. Sin los raros, sin la continua afrenta y tensión que se producen en
las fronteras de lo canónico, en ese espacio de indefinición y cambio
permanente, la literatura no sería más que una eterna, invariable y aburrida
lista de tareas cumplidas.
rojasajmad@gmail.com
Fuente: Correo del Caroní.
Fuente: Correo del Caroní.
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