sábado, 23 de febrero de 2019

Con áureos buriles o un selfie con literatura


Con áureos buriles o un selfie con literatura

Carlos Yusti

En el libro de Lewis Carrol, Alicia a través del espejo, está el jardín de las flores vivas. En este jardín, de por sí extraordinario debido a que sus flores aparte de estar rebosantes de vida pueden hablar, se descubre; a pesar de la belleza exterior que ofrecen las flores, su fealdad interior, su pequeñez cuando algunas flores hablan y el lector descubre que son envidiosas, intrigantes, chismosas y vomitan pestes de las otras flores.

Una tertulia de escritores es lo más parecido a este jardín de Carrol. Los escritores muchas veces están carcomidos por la envidia y cuyas observaciones, llenas de cuchillos envenenados, con respecto a sus otros colegas deja en claro su pequeñez, su inigualable fealdad.

Portada del libro.
El escritor Diego Rojas Ajmad es un paseante que busca lo menos grotesco en se jardín de la literatura. Como lector aparta el ego, especie de maleza dañina, de los escritores y se sumerge en sus textos tratando de encontrar ese destello hipnótico de la belleza que encierran la escritura a pesar de sus autores.

Esa condición de lector discordante (no todos los profesores son lectores polivalentes) sitúa a Diego Rojas un poco a las afueras donde el jardín de la literatura adquiere aspectos secretos, o asombrosos, lo cual le permite ofrecer dichos aspectos, como escritor y profesor, para despertar en los demás una acuciosa curiosidad sobre el arte escribir y que a la postre resulta un sinuoso mecanismo de relojería con el lenguaje.

En tal sentido las clases del profesor Diego Rojas se salen de ese recuadro del bostezo y permite que sus alumnos aborden lo literario desde sus flancos menos previsibles, quizá tratando de estremecer la somnolencia de un alumnado que cree con firmeza que escribir mensajes de texto es escribir. De sus clases con sus alumnos, aparte de las discusiones de rigor, del análisis de textos y escritores, ha surgido un libro electrónico que recoge un conjunto de ensayos que abordan lo literario.

El libro Con áureos buriles (que pueden bajar de la Internet en esta dirección: http://fondoeditorial.uneg.edu.ve/catalogo/digitales/con_aureos_buriles.pdf) es un exploración de la literatura escrita en el estado Bolívar, o que de alguna manera se ha entretejido partiendo de ese exuberante paisaje que Guayana posee. El recorrido comienza con la literatura indígena pasando por el fascinante y surrealista diario de viaje de Sir Walter Ralegh (“El descubrimiento del vasto, rico y hermoso imperio de la Guayana, con una relación de la gran y dorada ciudad de Manoa a la que los españoles llaman El Dorado".) Sin dejar al margen por supuesto El himno del estado Bolívar o algunas de sus canciones emblemáticas; así como poetas insignes como Jean Aristeguieta o Teresa Coraspe hasta desembocar en escritores y poetas como Francisco Arévalo, Pedro Suárez, Roger Vilaín, Carmen Rodríguez. Es un libro que redescubre el discurso literario de una región, pero a su vez un mapa de una escritura heterogénea que reinventa y metaforiza de alguna forma el perfil de Guayana. El libro a través de la técnica del ensayo y el análisis literario va al hueso de lo literario. Libro antológico por excelencia también recopila las voces por separado de sus autores: Sor Isabel Campo Toussent, Mayerlín Longart, Eglimar Jiménez, Dudy Vega, Alixal Lepage, Rosa Urdiales, Andreína Lovera, Yubinni Noguera, Marielén Muñoz, Martha Jansen, Alenairám Hernández, Anyelice Velásquez, Noemí Barcos y Georgina Bolívar.

No quiero caer en la trampa de explicar el libro, pero si me gustaría traer a colación un texto Diego Rojas Ajmad (compilador y editor): “Recuerdo aquellas clases en las cuales el grupo de estudiantes se acercaba por vez primera, con curiosidad y asombro, a las herramientas y técnicas del análisis literario. Apoyado en el símil del paseante que carece de la terminología y la ciencia de la botánica y que, ante la flor encontrada al lado del camino, no puede emitir otro juicio sino el de decir que es bella, de esa manera defendía a idea de que el lector requiere de un saber que le brinde palabras, argumentos y certezas para decir algo más acerca de una obra literaria. Describir las tramas y recursos del lenguaje que facilitan la constitución de la obra literaria, comprender las intenciones del autor y valorar a la literatura en función de su situación en relación con otras obras, con su contexto y en la tradición de su propio género, les permitió decir a los estudiantes algo más de un “me gusta”, como el ejemplo del paseante ante la flor. Entender que un poema, un cuento o una novela, inclusive una canción o un texto de las redes sociales presentan retos de lectura, niveles de comprensión que deben superarse,…”

A mi este libro se me antoja como una especie de selfie por aquello escrito por Enrique Vilas-Mata: “¿Qué hay en una selfie? Seguramente, un gesto de autoafirmación por parte de quien se auto captura”. En el caso que nos atañe sería que los distintos autores del libro Con áureos buriles se auto capturan como lectores en los distintos ensayos que escriben para aproximarse a determinadas obras y autores. En algunos casos el selfie sale movido, tembloroso; en otros se percibe un poco fuera de cuadro y en algunos otros casos el selfie hace todo lo posible por tener un equilibrio armonioso. Estos niveles y desniveles por supuesto le otorgan al libro su entrecomillado encanto. Además subraya que la escritura, en su aparente sencillez, convoca sutiles complejidades. Si estos jóvenes ha aprendido esta lección la novela, el cuento y el poema ha ganado nuevos lectores y eso es un punto a favor de la literatura. Un lector es aquel hombre o mujer seducido por las palabras, es un paseante en ese jardín de la literatura que va de un libro a otro, como es propio de las abejas ir de una flor a otra, como buscando la luz de la que la escritura encierra a pesar de ir a tientas en la oscuridad cerrada de la existencia.


Cuestión de método


Cuestión de método

Francisco Arévalo  


Hay que buscar cómo vestirse, es el desespero de los partidos y los operadores de la oscuridad (son inevitables para el cambio). Hay que hacer una sola ruta y esa ruta nos llevará al final del camino.

Mi estimada amiga Diana Gámez por estos días me decía que había gente especialista en no decir nada en sus artículos. Algo como que eran tan enjabonados o acuosos que no se comprometían con nada y por lo tanto pasaban las pruebas del gameloteo positivo y la inocuidad. De indefiniciones y culillos está llena la historia menuda de nuestra ciudad y nuestro país.

Advertencia a los verdugos para que no chillen.

Mi pana Carlos Yusti, no sé si mejor artista plástico que ensayista, siempre se ha caracterizado por ser un agudo crítico de todo. Tengo que reconocer que escribo mis artículos inspirado en su corrosiva forma de ver la vida y sus fenómenos. Hoy está dedicado a una hermosa y paciente labor que tiene como fin llevarles alegría a los niños en la organización de las ludotecas escolares. Mi pana Carlos no le da respiro a la formalidad estética del jabón y la estupidez: es implacable.
Pintura de Carlos Yusti

La semana pasada escribí un texto sobre mi ciudad y una dama me dijo que era muy fuerte. Me sentí alegre, pues creo que estoy haciendo lo que siempre he querido hacer: dejar de ser enjabonado con mis escritos. Esta dama es una autoridad en lo que atañe a esta ciudad. Deberíamos prestarle más atención a sus críticas y consejos.

Es cuestión de método cómo usted quiere llegar a la gente, si lleno de ínfulas o sin ademanes. En lo particular me pesan un mundo las ínfulas. Eso sí, cuando las tengo que usar hago el debido derecho de la maldad. No se puede pasar uno la vida con cara de pendejo y que encima la gente se lo crea. Hay que ser y parecer más de la cuenta para que no se entrometan en la intimidad de la casa.

Eso es parte del menú de opciones que me ha dado el nacer y crecer en mi amado San Félix. Ser desconfiando más en la iglesia que en el burdel.

Empezando este 2019 está tomando relevancia ser más vehemente, frontal, osado e hipercrítico. Estábamos secuestrados y sufríamos el letargo del encierro.

Prueba de lo dicho lo vemos en todos los sitios donde confluimos por una u otra razón. Hay un despertar de la capacidad para la rebelión ante el mallugamiento del día a día. La hiperinflación haciendo estragos.

A la capacidad para disentir una formidable arbitrariedad se la había engullido. Estábamos en uno de los estómagos de la bestia y fuimos expulsados violentamente.

En fin, hoy no esperamos mucho de la consabida paciencia tibetana, queremos que cambie el paradigma, estamos hartos del vapuleo, de la precariedad, de la miseria como justificación social, de las negociaciones en los cuartos oscuros y prostituidos de la sociedad y de la asfixiante corrupción que ha tomado cuerpo en todos los espacios de la sociedad. En todos, no hay excepción.

Qué reconfortante que desde afuera intenten, y lo están logrando, sacar a los secuestradores del país. Eso tiene una lectura clara: le duele a muchos nuestro incierto futuro pero más nuestro dramático presente.

Nos han aplastado. La barbarie ha destrozado lo suficiente nuestra modernidad y civilización, pero todavía hay respiro y ganas de ganar la gran pelea contra la malignidad y la recuperación de lo extraviado.

Sigo siendo muy optimista, más de lo presupuestado. Algunos me tildan de tonto, se torna difícil que algunos de los que me lo dicen desde afuera crean que un militante del pesimismo hasta hace poco como yo hoy levanté banderas de esperanza. La razón es muy simple, la opresión con cara de gobierno logró quitarle la máscara y el vestido a todos los factores en puja y dejaron a la gente el protagonismo y la acción con real posibilidad de cambio.

Hay que buscar cómo vestirse, es el desespero de los partidos y los operadores de la oscuridad (son inevitables para el cambio). Hay que hacer una sola ruta y esa ruta nos llevará al final del camino donde inevitablemente el país agarrará por vericuetos o caminos en busca de la liquidada democracia. A eso se le llama variedad, estilo diverso de vida, el que perdimos desde 1998 hasta este día.

Lo que no hay que perder de vista es que vamos a la república o sociedad de los ciudadanos, no a la corrompida y añosa cogollocracia que siempre nos ha puesto los platos en el piso mientras ellos comen en la mesa.

Vamos bien, vamos hacia la sociedad de las ideas, hacia la valiosa república.

Y por favor no inventen un guión distinto que los tenemos pillaos... no hagan una de gato en el tejado.

Los raros de la literatura venezolana


Los raros de la literatura venezolana

Diego Rojas Ajmad  


Una obra rara es aquella que nos desubica como lectores. Nos saca del amodorramiento y nos increpa con desparpajo a abandonar los oxidados esquemas de interpretación para sumergirnos en textos elaborados con originalidad y asombro.

Salustio Gonzaléz Rincón
El poeta nicaragüense Rubén Darío publicó en 1896 un libro de ensayos titulado Los raros. En él exhibía una veintena de semblanzas biográficas de escritores de su predilección, entre ellos, Edgar Allan Poe, Paul Verlaine, Lautréamont, José Martí y otros más, unidos todos por el calificativo de raros. Para Rubén Darío el término raro señalaba, más que una similitud estilística o temática, un afán de anticanon, de contracultura, de apertura de límites de la literatura hacia novedosos e insospechados formatos y lenguajes. Un raro en la literatura, para Rubén Darío, no era más que una oveja negra que no seguía ni se amoldaba a los dictados del canon ni al gusto imperante.

Sucede que el raro es un anacronismo. Está antes o después de los gustos y espectros de comprensión del público, confinado por siempre al cuarto de chécheres de la literatura. Por la incomprensión que generan sus textos, por la incomodidad de no saber qué hacer con ellos, terminan como curiosas piezas de un museo de anomalías y horrores. Aún así, ignorado e incomprendido, el raro se resiste a los dictámenes de las instituciones que participan en la definición de lo literario, orbitando perpetua y peligrosamente en las periferias del canon, y recordándonos de vez en vez que la literatura puede ser otra cosa distinta a la que suponíamos.

Rafael José Muñoz
Alrededor de la llamada literatura venezolana revolotean algunos escritores periféricos, transgresores de la norma y cuyas propuestas de escritura resquebrajan gustos y concepciones preestablecidas. Entre ellos, podríamos incluir a Rafael José Muñoz (1928-1981) y su desvariada poesía impregnada de esoterismo y fórmulas matemáticas; a Raúl Chuecos Picón (1891-1937) y Pedro María Patrizi (1900-1949), con sus inusitadas insolencias y temas escabrosos de prostitutas y enfermedades venéreas en la pacata Mérida de principios del siglo XX; a Emira Rodríguez (1929-2017) y su experimentalismo casi al borde de la locura y a Salustio González Rincones (1886-1933) y sus naturalezas transfiguradas, dichas en una cadencia que se asemeja a los modernos ritmos urbanos del rap y el hip hop.

Podríamos mencionar además a Fray Juan Antonio Navarrete (1747-1814), con sus libros desmesurados y enciclopédicos, que invitan permanentemente al juego con el lector; a Rafael Bolívar Coronado (1884-1924) y su afrenta contra la figura del autor al crear más de seiscientos seudónimos; a Andrés Mariño Palacio (1927-1966) y su exploración hacia la maldad y lo grotesco.

Una obra rara es aquella que nos desubica como lectores. Nos saca del amodorramiento y nos increpa con desparpajo a abandonar los oxidados esquemas de interpretación para sumergirnos en textos elaborados con originalidad y asombro. Quizás dos ejemplos basten aquí para hacernos una idea de la literatura rara. El primero, el poema Aristocrática, de Salustio González Rincones, publicado en 1907:

                                               
“Un pozo en el Barranco.
Flemática está y verde el agua.
Aristocrática agua, obligadamente enigmática.
Simpática es la canción de las ranas, ancha y selvática.

Rojos helechos. Críticos juncos.
Sobre la greda pálida, truncos
yerbajos ariscan sus espeluncos.

Fútil como una arruga,
se agobia el agua bajo la cuenca que la subyuga.

Los arenales
tienen blandura doméstica. En espirales
una gota asidua, titila del agua los vitrales.

Que sol...encomia
de ardor la tierra híspida y momia;
Solo el pozo, destella
bajo el Sol, luz atenta como si de estrella”.


Otro poema, esta vez de Rafael José Muñoz, puede mostrarnos a plenitud la extrañeza que origina este tipo de textos. Desde el título mismo, el poema La antitierra vista desde el espejil, de 1968, es un aterrador y maravilloso ejemplo:
                       
“El cristofué me recuerda la Zona Excs, la Antitierra
donde un aire de blutz abre sus palitos.
El cristofué me recuerda huellas de otra vida,
vientos de Sulis, alcatraces de Sins,
Obeliscos dormidos en el lecho Rousal.

Según veo por el canto de este pájaro
él tiene cruces en su hondor, tiene sulijas
en la Milgrana de Sés Sojél Níger;
y tiene la campana de ludo en el Cajón
donde vientos transversales oscuros
se pasean en flitz y en flatz.

Es decir, que en el Cielo de la Antitierra
las cosas tienen su corazón cerca del Fuego 1,
cerca de la yerba central a 416,69,
lo que equivaldría a la siguiente fórmula:

Antitierra 500.000 años más un átomo de hidrógeno

Por cada litro de espacio sublimado,
equivalente a galaxias perdidas en Burrr,
galaxias aparecidas en Birrr.

Así
      1
________ – 1/n x n – Pi 34 más s
      3

      1
  _____ :
      4         28 x n
             _________
                 36a3

a mitad del paralaje trigonométrico”.

Rafael Bolívar Coronado
Cada uno de estos raros ha aportado desde sus obras, sin hablar de sus peculiares historias de vida, el necesario cambio en la tradición literaria. Sin los raros, sin la continua afrenta y tensión que se producen en las fronteras de lo canónico, en ese espacio de indefinición y cambio permanente, la literatura no sería más que una eterna, invariable y aburrida lista de tareas cumplidas.


rojasajmad@gmail.com


Fuente: Correo del Caroní.