miércoles, 31 de octubre de 2018

El febril Leopoldo



El febril Leopoldo

Francisco Arévalo



Leopoldo Villalobos Boada nació en Guasipati, estado Bolívar, el 15 de noviembre de 1928. Periodista egresado de la Universidad Central de Venezuela en el año 1960, escritor e historiador desde bastante joven y autor de 30 cuentos inéditos. Ha escrito para toda la prensa de la región y para varios periódicos de circulación nacional. Leopoldo Villalobos es una figura de referencia en cuanto a la historia y desarrollo de Ciudad Guayana, siendo el primer cronista de la ciudad, además se le reconoce como periodista destacado y testigo del crecimiento tanto de Ciudad Bolívar como de Ciudad Guayana. Hay que destacar es un avorazado lector de libros, revistas y periódicos y de cualquier impreso. Creo que es el único lector del diario La Religión.

Entre las diversas actividades que ha realizado estuvo la de formar parte del equipo responsable de esa revista impecable que fue El Minero, de la empresa Orinoco Mining Company, hoy en día conocida como Ferrominera Orinoco, revista que tuvo una larga trayectoria y fijó por más de 50 años la memoria de una región que de manera firme fue dibujándose en el mapa nacional, bueno nuestro amigo Leopoldo fue su insigne director. Es creador del escudo y el himno del municipio Roscio, del estado Bolívar y del himno del trabajador de Guayana, con música del maestro Inocente Carreño. Entre sus publicaciones se encuentra Santo Tomé de Guayana, 1989, con motivo de los 20 años de la Corporación Venezolana de Guayana, donde se expone la historia de la ciudad; Guasipati, Memorias de un pueblo, en el 2003, con motivo de la celebración de los 246 años de Guasipati, su lugar natal. Como poeta tiene un largo poema titulado Megacanto a Guayana. También ha entrevistado a famosos personajes nacionales e internacionales, entre ellos Rómulo Gallegos, Juan Liscano, Carlos Raúl Villanueva, Héctor Guillermo Villalobos, Juan Francisco Reyes Baena y muchos más. Se ha hecho acreedor de varios reconocimientos, entre ellos el Premio Regional de Periodismo, Premio Municipal de Periodismo, Orden Francisco de Miranda en su primera clase; Orden Congreso de Angostura, en su tercera clase; Hijo Ilustre de Guasipati, entre otros. El premio de periodismo de Guasipati lleva su nombre como una forma de reconocer su excelente labor periodística.

Periodista de aquellos

En una entrevista concedida al periodista Antonio Valdez Jr. y ante la pregunta dónde se hizo periodista, expreso: “Nadie se hace periodista en la universidad, de hecho antes no existían las escuelas de periodismo, era más visto como oficio que como profesión. El periodista se hace en base a profunda crítica social, sensibilidad humana, interés por la lectura, preparación e investigación, y sobre todo vocación de escribir para ser agente de cambio. Todo eso requiere tiempo, disposición y entrega”.

En mi accidentada vida como poeta y novelista la escritura en verdad requiere tiempo, vocación, lectura y preparación y creo que en eso Leopoldo Villalobos ha dado interesantes lecciones.

Carlos Yusti que aprecia una enormidad a Leopoldo ha escrito: “Leopoldo Villalobos es un viejo dinosaurio. Tiene la piel curtida de gramática e historia. Tiene el corazón blando de poesía mala y cristalina. El alma atestada de buenos sentimientos, muchos libros, conversación y sueños. Pertenece a ese viejo periodismo lleno de pulcritud (sin erratas políticas ni sintácticas), imparcialidad, objetividad y cultura”.

En lo personal uno ha aprendido a través de los escritos y las crónicas de Leopoldo Villalobos a verle el costado de historia humana a esos dichosos parajes de hormigón de mis sueños y desvelos, a captar esa historia menuda que no interesa a la academia, pero que en la escritura de Leopoldo se vuelve inmensa. No respeto en Leopoldo sus años, respeto si su escritura, su tenacidad y vocación de escribir; si se quiere esa disciplina forjada en la mejor metalurgia de ese periodismo que se vive en la navaja del día a día.

Leopoldo Villalobos es un escritor de temperaturas, escribe con cierto estado febril y en ocasiones vuelve la obviedad en una metáfora fluida, pero hay debajo de esa prosa de aguas tranquilas una inquietud calor restringido, de calor efervescente. Toda buena escritura siempre te desacomoda, se vuelve chirriante, algo así como si la fiebre pasa las uñas por la pizarra de tu alma.



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