JOSÉ CARLOS DE NÓBREGA
1.- Miranda según Téllez.
El ensayista Pedro Téllez acaba de
publicar “El Diario de Viajes de Francisco de Miranda” (2016), un volumen que
por fortuna trasciende el formato académico para consolidar una propuesta
escritural propia e incluso afín a la del Generalísimo. Por ejemplo, Téllez es
de los pocos que incluye a Miranda en el panorama literario venezolano y
latinoamericano de todos los tiempos [Arturo Uslar Pietri, Pedro Henríquez
Ureña y Sánchez-Barba son sus antecedentes de excepción]. Alega que el Diario
mirandino se inscribe en la anti-literatura, pues su austeridad estilística
justifica la configuración de un “objeto enciclopédico” de contrabando: Tenemos
la mixtura o fusión de la crónica de viajes, el registro etnográfico, el
coleccionismo compulsivo del entomólogo y el filólogo, el picante relato oral,
la crítica estética y la de costumbres.
Sólo que el Miranda viajero y
memorialista se desplaza a contracorriente del cronista de Indias o del
intelectual romántico como Goethe: Este blanco de orilla [proveniente de la
periferia] posa sus ojos mestizos en el Centro occidental del Poder [Francia,
España, Rusia o el Imperio en ciernes que era entonces Estados Unidos] para
encaminar su pulsión emancipadora. Detrás de las notas escuetas de este
“Agendario”, contentivas del hastío galante y diligente, se esconde un Proyecto
de liberación de la América Latina, cuyo aliento visionario y vanguardista
calza con el grado cero de la escritura y, mejor aún, con la objetualización
del pensamiento complejo de Don Francisco. Claro está, Téllez comenta que
nuestro prócer enarbolaba una bandera libertaria que se movía de lo intelectivo
a lo militar: “Miranda diferencia por tanto entre la opresión física y la
intelectual que sería más cruel”. Además de precursor y mentor de la
Independencia, tenemos a un escritor de raza difícil de catalogar:
Proto-ensayista como Bolívar y Simón Rodríguez, memorialista al igual que el
duelista Rufino Blanco Fombona y el aventurero Rafael de Nogales Méndez.
Buceando en la Teoría de la Recepción
para generar una ágil y vivaz glosa ensayística, el comentarista hace de las
suyas al observar que de la cotidianidad del diarista se desprenden
paradójicamente pasajes que conmueven, reconfortan y despiertan el morbo
lector: “Interesa literariamente su Diario de Viajes por el fluido de paseos,
comidas, coitos, más que las notas históricas con ‘h’ mayúscula, memoriales y
reseñas de acontecimientos de gran repercusión”. Precisamente, Pedro Téllez
destaca más adelante que el monumental diario de Miranda no sólo vivencia y
toca de lleno el siglo de las luces, sino también le da sentido totalizador a
su vida heroica y fabulosa, al punto de dibujar un intervalo brillante con un
extremo cerrado y otro abierto. El autor de “Colombeia” realiza en el Diario un
peculiar vaciamiento de su espíritu romántico cercano a Byron y Goethe, sin
cortarse las venas ni diciendo toda la verdad que es un desangrar del corazón,
tal como nos lo enseña hoy Gracián. Esta aproximación cómplice y familiar a
Francisco de Miranda, se agradece también porque cuenta con una Galería de
fotos, catálogos, reproducciones y grabados que allanan plácidamente la mirada
curiosa, voyerista y concupiscente de los lectores por venir.
2.- Miranda según Miranda.
La Biblioteca Ayacucho, en su
colección “La Expresión Americana”, nos ofrece en versiones física y digital su
“Diario de Moscú y San Petersburgo” (1993), cuya selección y presentación
estuvieron a cargo de Oscar Rodríguez Ortiz. Comprende el intervalo temporal
que va del 11 de mayo al 6 de septiembre de 1787. El Diario, por obra y gracia
del compilador, pareciera una extraña novela policial o de espionaje: El Tour
ruso de Miranda va en pos de la Emperatriz Catalina II, cuyo recorrido se ve
favorecido por aliados como el Príncipe Potemkin e importunado tanto por la
Inquisición española y sus agentes como por las envidias y hablillas de la
Corte. Nuestro protagonista y autor, sublima y diversifica el móvil de su
empresa caballeresca: la solicitud de ayuda financiera para la causa
independentista de América, la admiración agradecida y el solaz lúbrico con la
matriarca real. Por otra parte, Francisco Herrera Luque en “La Historia
Fabulada. Segunda Serie” (1982), escribió una radionovela que registra el trío
amoroso entre Miranda, una horrible Catalina y la púber Colombeia que lo seduce
y enguayaba. La épica mirandina hecha escritura autobiográfica, descuelga años
después textos diversos y paradójicos.
Este diario puntual de Miranda
ratifica la condición de crónica de Indias a la inversa: Sacudirse el yugo
colonial implica conocer, catalogar y cautivar a Europa. Se vale tanto de una
indagación antropológica en la formalidad y el boato de los usos cortesanos,
como del magma informal y despojado del lenguaje. El marginado político,
religioso y social, no en balde su extraordinaria cultura europea, nos ofrece
la perspectiva insólita, heterodoxa y crossover de un latinoamericano en el
exilio. En esto antecedió a voces como las de Julio Cortázar, Alejo Carpentier y
Carlos Fuentes. La objetividad del sociólogo va de la mano cómplice con el
vuelo cachondo: La crítica estética, los comentarios mordaces a las
instituciones y la arquitectura, además del asombro conmovido ante el paisaje
de la Gran Rusia, atracan por vía de un ritmo telegrafiado y trepidante en los
coitos furtivos provistos por sirvientes bribones. La jornada unas veces cierra
lacónica y lánguida [“A casa fatigado”] y en ocasiones corona con una apetitosa
presa [“A casa y me trajeron una mala moza con quien dormí y chapé cuatro veces
en la noche, cosa muy extraordinaria para mí”]. Indudablemente, los Diarios de
Miranda desprenden un encanto objetual sin igual: Poseen el rigor de los
catálogos artísticos y los inventarios palaciegos, la riqueza artesanal numismática
y la bibliofilia que acaricia con la mirada y el entendimiento los clásicos
greco-latinos que donaría antes de morir a la Universidad de Caracas.
Asimismo la sabrosura de la picaresca
vertida en los encuentros libidinosos y las bellaquerías de mayordomos
envilecidos. Se entiende la consideración atenta a la figura de Pedro I, entre
la admiración por la abundante trascendencia de su obra política y el
desconcierto por sus desafueros megalómanos. Francisco de Miranda nos deja
presenciar a través de un resquicio otra cara mucho más refrescante y
enternecedora: Bien se apiade de una enculillada moza virgen a la que no
violentó su voluntad, o el feliz desconcierto que le provocaron los campesinos
de Viborg ajenos al valor de cambio y consubstanciados con el paisaje feraz
como si se tratase de una utopía ardiente realizada en la Tierra.
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