domingo, 16 de diciembre de 2018

Alexis Sequini

Alexis Sequini

Si algo hay que decir de una vez para proseguir, es que estamos hablando de alguien que marcó imborrablemente el concepto plástico de nuestra región. Así que de ahora en adelante hablaré de un ser excepcional, de un maestro que difícilmente puede estar sujeto a la odiosa indiferencia adrede, al olvido ingrato.

Fernández Sequini incursionó con éxito en la pintura, el dibujo, la escultura, el arte vitral, la cerámica, el cine y la fotografía. Difícilmente hay algo que necesite de aportes creativos que no lo haya realizado. Alexis Sequini era un polímata. Era la esencia de la curiosidad.
 
Lo conocí a finales de agosto de 2003. Trabajamos muy duramente para inaugurar por esos días Encuentro en el umbral, una escultura de gran formato que tenía como finalidad simbólica estrechar los lazos de amistad y económicos de socios japoneses y venezolanos en la reductora de aluminio de Venalum. Después, en compañía de otro excepcional artista plástico, Luis Bellorín, concretaron la escultura en homenaje a los trabajadores en la misma factoría.

Sequini (o Bebini, para los panas), era un tipazo. En una ocasión en la que estábamos en mi apartamento librándonos de los demonios de un día insoportable con escocés del bueno, se percató de aquel desorden de libros y pequeños detalles que estaban carentes de espacio adecuado. Me dijo: “poeta, este desastre lo arreglamos mañana”. Fuimos a la ferretería y compramos material a unas medidas que él llevaba en su cabeza, y una vez con el cargamento en el apartamento armó, seis módulos en menos de dos horas. Quedé asombrado de la capacidad de resolución de aquel carajo que rayaba en la genialidad.

Otra de nuestro amigo entrañable: en una ocasión en la que exorcizábamos demonios con tequila Frida Kahlo, se apoderó de mi cocina y preparó una lapa guisada que difícilmente olvide por el resto que me queda de vida. ¡Qué plato tan extraordinario!

Era un exquisito cocinero, o mejor, era un envidiable hombre de cocina. Creo que todo le quedaba excepcional a mi pana Sequini. Lo único, y que le reclamábamos era el amor por su vida: allí siempre salía raspado. Era un extremista, un suicida con nivel de conciencia.

Sequini era un furibundo crítico de esta vida amorfa y malévola que tiene accionar de gobierno. Era muy duro y contundente. Como todo artista era hostil al poder, entendiéndolo como la capacidad de pocos para aprisionar a muchos, y mire que si algo funciona bien aquí es la arbitrariedad y la precariedad existencial y de los sentidos. En eso estaba más que claro.

Alexis tenía una lectura del mundo erudita y liberal. Te podía hablar de los hormigueros de la Gran Sabana, sobre la Biblia o detalles ocultos de la sonrisa de la Mona Lisa o el último libro del venezolano Rafael Cadenas o del neoyorquino Paul Auster, su mundo estaba situado de curiosidad intelectual.

Era un ser modesto, inteligente. Esto lo llevaba al túnel de los detalles. Sabemos que esto es un indicador como el de la memoria que hacen a los seres creativos. Mi pana lo era y de la alto vuelo. Conocer a Alexis me enseñó los límites entre vida y creación. Eso, lamentablemente, mi amigo no lo supo administrar. Sabía de su seria lesión cardíaca pero se echaba a reír cada vez que los amigos le reclamábamos por sus excesos. Se reía infinitamente de sus atentados cotidianos contra su vida. Eso no se lo perdonamos los que en verdad lo queríamos. Morir de 64 años por estos días es hasta un acto egoísta, por eso tengo esa culebra por arreglar con mi pana Alexis Sequini, el más hondo y multidireccional artista que me ha enseñado la ruta de la creación en serio.

lunes, 10 de diciembre de 2018

La pecera de los bagres


 Diego Rojas Ajmad       

La obra narrativa de Francisco Arévalo es el retrato vivo de una época, el testimonio de un explorador que se permite ser parte del relato y se queja de la plaga, del viaje y de las bárbaras costumbres del lugar, sin preocuparse por la objetividad que le exige la descripción etnográfica.

@diegorojasajmad

La pecera de los bagres, editada este año por Estival, es el título de la más reciente novela de Francisco Arévalo. En ella se nos ofrece un crudo lienzo de las relaciones humanas que, a la manera de Balzac y su Comedia humana, constituye un proyecto de escritura de largo aliento que se va hilvanando en el conjunto de toda su obra.

Con anterioridad, ya en sus novelas La esquizofrenia de las golondrinas (1999, Premio Fundarte), Adiós, Matanzas de invierno (1999), Tropiezos en el campanario (2008, Premio IV Concurso Nacional de Literatura Alarico Gómez) y Háblame, háblame, Iolanda (2014), Arévalo ha venido presentando una serie de personajes e historias que, puestos en el contexto de Ciudad Guayana, terminan por hacer un entramado de las vicisitudes que se sufren y se gozan en estos parajes de hormigón, como gusta llamar el escritor a esta sofocante urbe.

Es posible extraer de las novelas de Arévalo una expresión y técnicas recurrentes: un estilo caracterizado por la escritura en primera persona, por la presencia de una voz protagonista que rememora episodios y anécdotas que va tejiendo con la crítica agria y destemplada hacia la sociedad, desde un lenguaje áspero, directo, lleno de referencias literarias, musicales y artísticas. Con respecto a ese lenguaje combativo, del que se desahoga sin andar midiendo consecuencias, uno de los personajes de La pecera de los bagres dirá: “con el lenguaje hay que arriesgarse porque es un todo y es lo que dicta el actuar”.

Podría decirse que la ciudad es el personaje central de la historia. Aunque en la llamada novela de la tierra de principios del siglo XX, y luego en la novela urbana, los personajes eran presentados como víctimas de su contexto, marionetas de la selva, la ciudad o el llano, en La pecera de los bagres es la urbe en cambio el despojo de los filibusteros de traje y corbata: “Estamos entonces claros que esta novela es el drama de una ciudad aparentemente normal donde no parece suceder nada y sucede de todo. Esta ciudad es un botín disfrazado de progreso”.

Por ello veo a la ciudad de La pecera de los bagres como una sabina en rapto, como hija del Cid en afrenta, como personaje femenino de una novela romántica del siglo XIX que languidece de abandono y de tuberculosis; en fin, como una urbe martirizada. Casi rozando la denuncia del libelo, del panfleto y del ensayo sociológico, pero sin caer en sus tediosos párrafos, Arévalo no ahorra en adjetivos y cuenta sin ambages este ultraje: “...esta ciudad de enmascarados, de bagres come excremento como describió Fabricio a los actores cotidianos de esta provincia latosa y asfixiante que se construyó con cimientos de miseria humana. Los que hicieron esta ciudad se trajeron su mal accionar y se lo sembraron a sus descendientes. Por eso no servimos para mucho, no somos mejorcitos ni seremos. Sufrimos del mito, diría del complejo de Sísifo, la piedra que se regresa en este caso como castigo es la mala intención sembrada como verdolaga y el no tener remedio, estamos más jodidos de lo presupuestado”.

A pesar de que su lectura puede llevarnos a concluir lo contrario, La pecera de los bagres no es una novela pesimista. No es tampoco un libro de autoayuda que nos trata de convencer de que todo puede ser distinto y mejor. Allí no se pretende el manifiesto político ni el tratado existencial. No se convierte tampoco en una lección moral de lo que debe ser la sociedad ni un nuevo Manual de Carreño. Ni desamparo ni esperanza. Ni regaño ni ajuste de cuentas. La obra narrativa de Francisco Arévalo es el retrato vivo de una época, el testimonio de un explorador que se permite ser parte del relato y se queja de la plaga, del viaje y de las bárbaras costumbres del lugar, sin preocuparse por la objetividad que le exige la descripción etnográfica.

No dudo en incluir La pecera de los bagres en la tradición de la novela de denuncia, en las obras que practican el oficio de la incisiva mirada escrutadora, en la literatura cruel, como la llamó alguna vez Miguel Ángel Campos, y donde pueden incluirse a autores como Miguel Eduardo Pardo, Pío Gil, Manuel Vicente Romerogarcía y Argenis Rodríguez, entre otros, como persistentes voces de crítica e inconformidad ante las injusticias y apariencias. En las más de quinientas páginas de la novela se desnudan las bajas pasiones de los habitantes de la ciudad y ellas sirven de espejo para que cada uno de nosotros se encuentre y se reconozca. La pecera de los bagres es, para usar el título de una inolvidable canción de un músico argentino, una polaroid de la locura ordinaria, y el mayor peligro que podemos correr al leer sus páginas es encontrarnos en la terrible imagen de una selfi indiscreta.

miércoles, 31 de octubre de 2018

El febril Leopoldo



El febril Leopoldo

Francisco Arévalo



Leopoldo Villalobos Boada nació en Guasipati, estado Bolívar, el 15 de noviembre de 1928. Periodista egresado de la Universidad Central de Venezuela en el año 1960, escritor e historiador desde bastante joven y autor de 30 cuentos inéditos. Ha escrito para toda la prensa de la región y para varios periódicos de circulación nacional. Leopoldo Villalobos es una figura de referencia en cuanto a la historia y desarrollo de Ciudad Guayana, siendo el primer cronista de la ciudad, además se le reconoce como periodista destacado y testigo del crecimiento tanto de Ciudad Bolívar como de Ciudad Guayana. Hay que destacar es un avorazado lector de libros, revistas y periódicos y de cualquier impreso. Creo que es el único lector del diario La Religión.

Entre las diversas actividades que ha realizado estuvo la de formar parte del equipo responsable de esa revista impecable que fue El Minero, de la empresa Orinoco Mining Company, hoy en día conocida como Ferrominera Orinoco, revista que tuvo una larga trayectoria y fijó por más de 50 años la memoria de una región que de manera firme fue dibujándose en el mapa nacional, bueno nuestro amigo Leopoldo fue su insigne director. Es creador del escudo y el himno del municipio Roscio, del estado Bolívar y del himno del trabajador de Guayana, con música del maestro Inocente Carreño. Entre sus publicaciones se encuentra Santo Tomé de Guayana, 1989, con motivo de los 20 años de la Corporación Venezolana de Guayana, donde se expone la historia de la ciudad; Guasipati, Memorias de un pueblo, en el 2003, con motivo de la celebración de los 246 años de Guasipati, su lugar natal. Como poeta tiene un largo poema titulado Megacanto a Guayana. También ha entrevistado a famosos personajes nacionales e internacionales, entre ellos Rómulo Gallegos, Juan Liscano, Carlos Raúl Villanueva, Héctor Guillermo Villalobos, Juan Francisco Reyes Baena y muchos más. Se ha hecho acreedor de varios reconocimientos, entre ellos el Premio Regional de Periodismo, Premio Municipal de Periodismo, Orden Francisco de Miranda en su primera clase; Orden Congreso de Angostura, en su tercera clase; Hijo Ilustre de Guasipati, entre otros. El premio de periodismo de Guasipati lleva su nombre como una forma de reconocer su excelente labor periodística.

Periodista de aquellos

En una entrevista concedida al periodista Antonio Valdez Jr. y ante la pregunta dónde se hizo periodista, expreso: “Nadie se hace periodista en la universidad, de hecho antes no existían las escuelas de periodismo, era más visto como oficio que como profesión. El periodista se hace en base a profunda crítica social, sensibilidad humana, interés por la lectura, preparación e investigación, y sobre todo vocación de escribir para ser agente de cambio. Todo eso requiere tiempo, disposición y entrega”.

En mi accidentada vida como poeta y novelista la escritura en verdad requiere tiempo, vocación, lectura y preparación y creo que en eso Leopoldo Villalobos ha dado interesantes lecciones.

Carlos Yusti que aprecia una enormidad a Leopoldo ha escrito: “Leopoldo Villalobos es un viejo dinosaurio. Tiene la piel curtida de gramática e historia. Tiene el corazón blando de poesía mala y cristalina. El alma atestada de buenos sentimientos, muchos libros, conversación y sueños. Pertenece a ese viejo periodismo lleno de pulcritud (sin erratas políticas ni sintácticas), imparcialidad, objetividad y cultura”.

En lo personal uno ha aprendido a través de los escritos y las crónicas de Leopoldo Villalobos a verle el costado de historia humana a esos dichosos parajes de hormigón de mis sueños y desvelos, a captar esa historia menuda que no interesa a la academia, pero que en la escritura de Leopoldo se vuelve inmensa. No respeto en Leopoldo sus años, respeto si su escritura, su tenacidad y vocación de escribir; si se quiere esa disciplina forjada en la mejor metalurgia de ese periodismo que se vive en la navaja del día a día.

Leopoldo Villalobos es un escritor de temperaturas, escribe con cierto estado febril y en ocasiones vuelve la obviedad en una metáfora fluida, pero hay debajo de esa prosa de aguas tranquilas una inquietud calor restringido, de calor efervescente. Toda buena escritura siempre te desacomoda, se vuelve chirriante, algo así como si la fiebre pasa las uñas por la pizarra de tu alma.



viernes, 26 de octubre de 2018

André Breton: un cadáver nada exquisito





En una nueva edición del libro Apuntar del día(1), de André Breton (Monte Ávila Editores Latinoamericana, 2016), el prologuista Francisco Ardiles se queja de que al gran surrealista se le haya dejado en ese cuartucho de trastes polvosos del olvido, o como Ardiles acota: “André Breton (1896-1966) murió hace cincuenta años y a muchos de sus lectores nos sorprende la poca atención que los medios y la crítica le han dado a este aniversario”. No sé, pero los olvidos a veces no responden al azar y mucho menos son gratuitos. Cada artista se gana su cuota de olvido en la justa medida de su actuación en público, que muchas veces es más pobre que su obra en sí.
De vidente genial no tuvo nada, pero sí mucho de mago de feria, de tragasables icónico y carismático.
André Breton no era un revolucionario ni un visionario, era más bien un director de orquesta competente y algo seductor. Revolucionarios eran muchos otros surrealistas como Antonin Artaud o Joan Miró (incluso el mismo Salvador Dalí cuando le daba al loco con lógica); además eran menos chapados y desalmidonados con eso de la obra, de lo social y lo trascendente. De vidente genial no tuvo nada, pero sí mucho de mago de feria, de tragasables icónico y carismático con algunos excelentes trucos que le permitieron sus cinco minutos de fama respectivos.
Octavio Paz, en una conversación con Buñuel, sobre su tardía adhesión al surrealismo coincidió con el cineasta en que (al margen del magnetismo de Breton) fue el sentido de la moral lo que más les impactó a los dos, o como lo escribe el poeta mexicano: “Para Buñuel la moral del surrealismo era sinónimo de pureza y rebelión, una y otra confundidas en su continua lucha —verdadera agonía en el sentido original de la palabra griega— contra la fe de su niñez, el cristianismo. Para mí, la atracción se condensaba en un triángulo pasional, una estrella de tres puntas, como decía el mismo Breton: la poesía, el amor, la libertad. (…) Su vida estuvo siempre en armonía con sus escritos. Jamás fue infiel a sí mismo, ni siquiera en sus contradicciones y en sus pasajeros extravíos”.
Uno de esos extravíos fue inclinarse un poco al fascismo terrorista cuando expresó aquella famosa frase: “El acto surrealista más simple consiste en salir a la calle con un revólver en cada mano y, a ciegas, disparar cuanto se pueda contra la multitud. Quien nunca en la vida haya sentido ganas de acabar de este modo con el principio de degradación y embrutecimiento existente hoy en día, pertenece claramente a esa multitud y tiene la panza a la altura del disparo”. Esa profecía de André Breton se haría realidad un caluroso día: el 1 de agosto de 1966 en la Universidad de Texas, en Estados Unidos. Aquel día de verano la tranquilidad soleada se agrietó de pronto con el sonido de un disparo. Siguió otro. Y otro. Y muchos otros. Durante una hora y media, Charles Whitman, un estudiante de ingeniería con entrenamiento de francotirador, disparó ubicado en la torre del reloj del edificio del centro universitario. El ataque concluyó con diecisiete muertos y más de treinta heridos. Una telegrafía sin hilos conectó las palabras de Breton con Whitman y ese día la belleza se convirtió en convulsiva.
El que vislumbró la risible mascarada orquestada por André Breton, más que del surrealismo como movimiento, fue Antonin Artaud, quien escribió: “¿Qué queda de la aventura surrealista? Poca cosa además de una gran esperanza decepcionada, pero en el terreno de la literatura misma tal vez hayan aportado algo. Esa cólera, ese disgusto quemante volcado sobre la cosa escrita constituye una actitud fecunda y que tal vez un día, más tarde, sirva. La literatura ha sido purificada por ella, próxima a la verdad esencial del cerebro. Pero eso es todo. Conquistas positivas al margen de la literatura, de las imágenes, no ha habido, y sin embargo era el único hecho importante. De la buena utilización de los sueños podía nacer una nueva forma de conducir el pensamiento, de mantenerse en medio de las apariencias”.
Lo que hoy es revolucionario y contestatario mañana será la oficialidad suprema y estancada y a la que es necesario combatir de nuevo.
No cabe duda de que el surrealismo perfiló, a su manera, la estética del siglo veinte. André Breton fue la madre superiora del movimiento; especie de cadáver nada exquisito que escribió algunos libros y poemas todavía hoy leíbles. El surrealismo fue rico en metáforas y de gran pobreza en cuanto a las ideas o a una filosofía. El mejor epitafio lo escribió Francisco Umbral: “París, que vive de consumir/inventar novedades donde no las hay, había relegado ya el surrealismo a arte decorativo, mientras André Breton, longevo, estaba en Estados Unidos dando conferencias en las universidades, por reunir unos dólares (él, que había bautizado A vida Dollars a Dalí) y cantando, fuera de contexto, las virtudes bélicas de la juventud americana (está recogido en uno de sus últimos libros, porque con la vejez se pierde la vergüenza). Sea como fuere, el surrealismo ha durado e incluso influido mucho más que su padre y origen científico, el psicoanálisis. El surrealismo, ya está dicho, ha sido el arte del siglo en cuanto que coincide con la certidumbre de que todo es uno, o tiende a serlo (impulso metafórico del mundo), y con aquella explicación lírica de Einstein: ‘La luz del atardecer nos llega rojiza, degradada; es una luz cansada, enferma, porque ha luchado mucho contra el tiempo y el espacio’. No creo que jamás se haya hecho un poema tan grandioso sobre el universo, surrealista o no”.
Hay que dejar los cadáveres nada exquisitos en el camino (o en el olvido) para aligerar la carga. Los movimientos de vanguardias han dejado sólo una gran enseñanza: que todo envejece demasiado pronto. Que lo que hoy es revolucionario y contestatario mañana será la oficialidad suprema y estancada y a la que es necesario combatir de nuevo.
Ese verso de un poema en prosa de Breton: “Mi mujer de lengua de hostia apuñalada”, es perdurable aunque los de la funeraria del arte y la escritura griten: “¡Llévense ese cadáver que ya ni apesta ni perturba!”.
1 El libro recopila ensayos y textos breves publicados en diferentes revistas y folletos. Su interés estriba en representan al Breton inicial. No obstante los breves ensayos perfilan ese estilo a contracorriente y sorpresivo.

jueves, 25 de octubre de 2018

Palabras de Rafael Cadenas


Rafael Cadenas 

Discurso del poeta venezolano al recibir el Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana



Señora, señor Rector, señor Presidente del Patrimonio Nacional, autoridades, familiares y amigos. Este es un inmenso honor. Debo decir, una vez más, gracias. Esta palabra es muy importante. Se usa para agradecer, como en este momento, un bien recibido que además viene de la mano de la Reina Sofía y de las autoridades de la más antigua universidad española, por añadidura, en la conmemoración de los ochocientos años de su creación. Este cumpleaños la destaca entre las demás en edad en el mundo. En otro ámbito, el de la política, permítaseme una referencia diferente al motivo que nos reúne. Hay palabras tan principales como aquélla, por ejemplo, libertad, justicia, democracia, civismo, honestidad; las cuales cuando se ausentan de un país tornan muy difícil para sus ciudadanos el hecho de vivir realmente. Esas palabras, además, deben corresponder a lo que designan, si no habría que recurrir a lo que Confucio llamaba rectificación de los nombres, que se asemeja a nuestraadequat. Es que en Venezuela nos urge instaurar la normalidad, que sólo puede ser democrática. Pero no voy a adentrarme en este punto porque no es la ocasión de hacerlo.
Quisiera sí señalar la importancia del lenguaje en el ejercicio de la política. Tiene la enorme tarea de enfrentarse a la neolengua de todo totalitarismo, un peligro para los seres humanos porque los vuelve absolutamente dependientes del Estado. Ahora, voy a decirles mis vínculos con España. A ella me une profundamente la lengua. Sobre esta relación no es necesario insistir. Menos evidente es la que he tenido con su literatura. Comencé a leerla siendo muy joven, creo que a los catorce años, y me cautivó. El desfile empezó con la Generación del 27. Rafael Alberti, Federico García Lorca y Pedro Salinas fueron los primeros con quienes estuve. Debo mencionar también a Miguel Hernández, cuya poesía se adhiere tanto a la memoria, y a León Felipe, que peregrinó por Hispanoamérica diciendo sus poemas y quien, a su vez, se adelantó en España, como Walt Whitman en Norteamérica, a la ampliación del poema, la cual lo hermana con la prosa. Recordemos que ya Lorca llamaba prosía a los poemas de Salinas. Más tarde, leí a Jorge Guillén y a Luis Cernuda. Luego pasé a los autores del 98. Antonio Machado, Juan Ramón Jiménez, Azorín, y a Miguel de Unamuno, nombre inseparable de esta universidad. Este despertador de almas llegó temprano a Venezuela a través de las ediciones argentinas. De ellas tengo casi toda su obra. De Unamuno me interesa, además de su estilo, lo que él llamaba instinto de charla, su liberalismo y la idea de intrahistoria que realza a la gente del común, que no entra en la historia pero sostiene todo. En cuanto a la riña con Ortega y Gasset sobre lo de españolizar a Europa o europeizar a España creo que lo resolvió la creación de la Unión Europea. Como soy un gustador de la prosa, ¿qué amante del idioma no lo es?, disfruté la de todos los mencionados.
La palabra crisisaplicada a Venezuela es un eufemismo. Nuestra situación es algo que va más allá de la crisis. Es de salida muy difícil.
A mi regreso de Trinidad, a donde me exilió una de nuestras habituales dictaduras, que fue derrocada por un sector del pueblo y del ejército, la vida me llevó de la mano a estudiar en la Escuela de Letras de la Universidad Central de Venezuela. Después di clases por más de treinta años, y en esa época una de las principales materias a mi cargo fue la de poesía española. Continúo este recuento. Con mi esposa, y gracias a ella, recorrimos mucho España. Inicialmente por iniciativa propia, después por invitaciones de la Residencia de Estudiantes, lugar sagrado para mí, Casa de América, o festivales como Poemat; a cada paso encontrábamos rasgos de nuestra filiación.
Ahora me referiré a un hecho capital de nuestra historia que a menudo se olvida: la llegada a Venezuela de los exiliados españoles durante o después de la guerra civil. Fueron miles y entre ellos vinieron profesores, científicos, escritores, que contribuyeron decisivamente con nuestra cultura. Como Juan David García Bacca, Pedro Grases, Manuel García Pelayo, Marco Aurelio Vila, Juan Niño, Federico Riu, Manuel Granel, Guillermo Pérez Enciso, Mateo Alonso, Santiago Mariño y muchos otros. Todos dejaron su impronta perdurable en nosotros. Quisiera nombrar a otros, pero en razón de su cantidad no puedo. En realidad vinieron españoles de todas las profesiones.
Hace años se publicó en Caracas un libro de dos tomos con biografías breves de ellos, aunque no de todos, y en 2015 apareció el libro Humanistas españoles en Venezuela, compilado por el escritor Tulio Hernández, hoy exiliado de Venezuela. Les daré una idea de lo dicho. Yo hice el bachillerato en una ciudad del interior, Barquisimeto, que originariamente se llamó Nueva Segovia de Barquisimeto, y recibí clases de tres profesores españoles. Es decir, no sólo trabajaron en las universidades, sino también en el Instituto Pedagógico, en los liceos de Caracas y de otras ciudades.
Antes de concluir, debo agradecerle a la profesora Carmen Ruiz Barrionuevo lo que a su vez ha hecho aquí por nosotros con el apoyo de la Universidad de Salamanca. Ella fundó hace años la cátedra que lleva el nombre de un gran poeta venezolano, José Antonio Ramos Sucre, a fin de conocer la poesía venezolana. Merece un gran reconocimiento de parte nuestra.
En una entrevista dije que la palabra crisis aplicada a Venezuela es un eufemismo. Nuestra situación es algo que va más allá de la crisis. Es de salida muy difícil. Termino con una observación tal vez oportuna. Creo que los nacionalismos son abominables. Traen odios, conflicto, guerra. Ojalá aprendamos y optemos por la amistad entre las naciones; por eso he evocado la que existe entre Venezuela y España, no sin recordarles a los que atacan este país que lo hacen en español.

Fuente: Letralia

lunes, 22 de octubre de 2018

LA LUCHA POR LA TERRITORIALIDAD: LA PIEDRA KUEKA



LA LUCHA POR LA TERRITORIALIDAD: LA PIEDRA KUEKA

Carlota Surós




En toda la región conocida como la Gran Sabana, en el Estado Bolívar de Venezuela, sólo hay una carretera pavimentada, la Troncal 10, que la comunidad indígena pemón llama “La Carretera Negra” o “La Serpiente Negra”. La carretera pasa por El Dorado y asciende precipitadamente, tras un puñado de kilómetros, hacia el Parque Nacional de Canaima, que abarca gran parte del Municipio Gran Sabana. En su tramo final atraviesa el último poblado venezolano, Santa Elena de Uairén, situado a unos 15 kilómetros de la frontera con Brasil, y conecta con Boa Vista, en el Estado de Roraima. El área es un territorio geopolíticamente estratégico por sus grandes recursos biogenéticos, y la carretera –impulsada para conectar las zonas de intensidad de consumo y productividad con la región amazónica– ilustra una historia de conflicto y disputa por el control territorial, de explotación incontrolada de recursos naturales y de abuso extractivista que marca gran parte del siglo XX y se extiende hasta día de hoy.

La construcción de la Troncal es tan solo un preámbulo en la historia de expropiación, modificación y ocupación de las áreas indígenas de la Gran Sabana. Dado que los recursos naturales de la zona son vitales para el desarrollo de la economía del país, su exportación y comercialización son realizadas por el mismo Estado[1], a menudo sin el consentimiento de sus habitantes. A pesar de que las organizaciones de los pueblos originarios han reconocido ciertos avances legislativos en materia de derechos indígenas, los pueblos originarios de la Gran Sabana han denunciado en numerosas ocasiones la modificación indiscriminada de su territorio, así como la prospección de proyectos de exploración, extracción y explotación de los recursos naturales[2] por parte del Estado sin consulta o participación de las mismas comunidades. Medidas como la Ley Orgánica de Seguridad de la Nación, que anula “cualquier participación o consulta a la sociedad civil y criminaliza cualquier manifestación realizada en la zona”, revelan los intereses específicos del Estado sobre el territorio, y la falta de soberanía y amparo de las comunidades. Por otro lado, la zona transfronteriza se ha vuelto desde la construcción de la carretera una zona extensamente vulnerable a la clandestinidad, deforestación, redes de explotación sexual, tráfico de mujeres y drogas, y al contrabando de extracción, en especial combustible, oro, minerales, carbón, caucho, baterías o piedras preciosas; afectando el modelo social y cultural de los pueblos que en ella habitan.

Uno de las comunidades más sufridas por estos cambios ha sido el pueblo pemón, que desde la apertura de la carretera se ha mantenido en pie de lucha para reivindicar la tierra que le pertenece, sin resultados concretos que respalden la propiedad ancestral de su territorialidad. Según Jenny González Muñoz, sus problemas van más allá de la tenencia física del espacio físico per se, instalándose, también, “en la transgresión de las zonas arqueológicas y objetos que configuran la cosmovisión indígena[3]” y la concepción simbólica del territorio. Este ha sido el caso de la Piedra Kueka de los pemón, extraída el año 1998 del Parque Nacional de Canaima, cerca de la comunidad de Santa Cruz de Mapaurí, a 42 kilómetros de Santa Elena de Uairén. Sustraída por el artista alemán Wolfgang Kraker von Schwarzenfeld, Kueka es una piedra de entre 9 y 12 metros cúbicos, de 30 toneladas de jaspe, que hasta este año 2018 ha formado parte del Global Stone Project[4], una instalación personal del artista alemán en el espacio público de Berlín que contiene piedras extraídas de cada continente y a las cuales el artista ha asociado una propiedad distinta (en el caso de Kueka, el amor). Tras su extracción, la piedra fue trasladada a Alemania, donde fue pulida, tallada, afilada e intervenida con varias inscripciones, y ha permanecido en el parque Tiergarten de la ciudad hasta su repatriación en mayo de 2018 a Venezuela.


Sanación de la piedra en Berlín en mayo de 2018. Foto:@CancilleriaVE

Para el pueblo pemón, cada piedra, así como cada rincón de la Gran Sabana, fue creado por Makunaima, dios de su tierra. Su cultura tiene una estructura cosmogónica de la naturaleza, a la que se considera sagrada y con el poder de incidir en el destino de los pueblos. Las piedras son divinidades, seres protectores, espíritus tutelares e intermediarios; son un lugar seguro para la prosperidad del pueblo y por ello son celadas encarecidamente[5]. Kueka, como dueña de lo que existe en la tierra, es considerada en la comunidad una madre, una abuela. En el momento de su extracción, los pemones estaban protestando contra el tendido eléctrico que se iba a construir en la Reserva Forestal de Imataca. El proyecto del tendido se remonta al año 1997, cuando Rafael Caldera, por entonces presidente de Venezuela, acordó con las empresas Edelca y Electronorte la instalación de una línea de alta tensión para dotar de electricidad a la región norte de Brasil, y la entrega de más de la mitad de las tierras de la reserva para la explotación minera por parte de empresas multinacionales (Decreto 1850). Los pemones, que sabían que su hábitat y el patrimonio natural de la región se verían seriamente afectados por estos proyectos, protestaron pacíficamente contra las acciones del Gobierno, emprendidas sin su consentimiento, sin obtener resultados. Ante la falta de respuesta a sus demandas de autodeterminación y derecho a la participación, cuando las obras se establecieron en su territorio inmediato, los miembros de la comunidad de Santa Cruz de Mapaurí optaron por cerrar la carretera durante varios días en julio de 1998. El bloqueo fue levantado después de que el Gobierno regional les prometiera una reunión con los ministros de Ambiente y Agricultura de Venezuela.[6]

Cuando los pemones volvieron a su pueblo tras la protesta a finales del mes de julio, interceptaron a la Kueka ya en la carretera, cargada en el camión y lista para ser exportada. La piedra se encontraba unos metros apartada del camino del pueblo y ni el pueblo pemón ni las autoridades indígenas habían sido informadas sobre su sustracción. A modo de protesta, los pemones y varios grupos de apoyo detuvieron su transporte en la Troncal. La Kueka permaneció a espera de nueva orden bajo el comando de la Guardia Nacional hasta diciembre de 1998, cuando fue finalmente trasladada a Berlín. La presión ejercida para evitar el transporte de la piedra no obtuvo resultados positivos; no funcionaron ni las protestas, ni la denuncia de la Comisión de Ambiente del Senado, ni el traslado del caso a la Fiscalía del Ministerio de la República. Según el documento de Derechos de los Pueblos Indios[7], los asesores de la Comisión advirtieron a Von Schwarzenfeld de las “violaciones legales, nacionales e internacionales” en las que incurría con la expropiación de la piedra, y le advirtieron sobre el conflicto que esto suponía con las comunidades indígenas que habitaban en el municipio. Aun así, el artista solicitó un permiso al Instituto Autónomo para Ambiente, Minería y Ordenación del Territorio (IAMOT) de la gobernación del Estado Bolívar, quien, “sin tener la potestad para ello, autorizó el traslado de la piedra”. El permiso fue presentado, según el documento, ante el jefe del Área de Vigilancia y Control del Servicio Autónomo Ambiental de Guayana, quien finalmente autorizó el traslado de la piedra del comando de la Guardia Nacional hacia Europa. El permiso de sustracción inicial de la piedra había sido otorgado, ilícitamente, por el entonces presidente de Inparques (Instituto Nacional de Parques), vulnerando la Ley Orgánica de Ordenación del Territorio de 1983, que aseguraba que el objetivo fundamental del parque es preservar el patrimonio cultural y natural del mismo, y la Ley Orgánica de Hacienda Pública Nacional, que explícitamente prohíbe a cualquier funcionario otorgar permisos y autorizaciones de bienes que pertenezcan al Estado. El transporte también obtuvo el beneplácito del entonces embajador en Alemania, Eric Becker. En todo caso, ninguna acción legal pudo bloquear la irregularidad institucional a través de la cual se permitió el expolio.

En el transcurso de los siguientes años, los pemones tomaron cartas en el asunto, dirigiéndose tanto a Inparques como a la Defensoría del Pueblo y a la Embajada de Alemania, a los que visitaron con el propósito de exigir las gestiones necesarias para la devolución de la Kueka al Parque Nacional de Canaima. Tras la persistencia de las protestas, tanto el nuevo presidente de Inparques como el nuevo embajador de Alemania en Venezuela, Edmund Duckwitz, se comprometieron a encontrar una solución que nunca tuvo lugar. Los múltiples reclamos verbales no tuvieron éxito hasta que la Fiscalía empezó a actuar en 2012, cuando la movilización empezó a tener repercusión internacional y la envergadura de la lucha se acrecentaba; el asunto se ha resuelto, finalmente, este año 2018. La falta de toma de responsabilidades[8], el retraso en las gestiones y de convenciones internacionales efectivas de protección de patrimonio histórico y cultural se han evidenciado con la lentitud y desidia de los gobiernos, que durante décadas se han trasladado mutuamente la responsabilidad de la restitución de la Kueka, amparándose, por otro lado, en la dádiva, por la cual no se consideraba la sustracción como expolio, a pesar de la irregularidades burocráticas. Por otro lado, la vaguedad del proceso ha dificultado la aplicación de medidas internacionales como la Convención Internacional de 1970 de la UNESCO[9], cuya función es prohibir y sancionar la extracción ilícita de bienes culturales, para evitar su tráfico ilegal. La convención establece una forma de reclamo que carga el coste del retorno en el reclamante, y usa el discurso buenista de la fe: si quien obtuvo el bien cultural lo hizo de buena fe, está exonerado de responsabilidad, cosa que, por sus términos subjetivos, dificulta las reclamaciones y el éxito de las demandas de repatriación.

Según Raúl Grioni, presidente del Instituto de Patrimonio Cultural de Venezuela, la repatriación de la Kueka, en forma de re-donación, es una forma de “evitar que se abra una compuerta de reclamos que no pueda terminar nunca”[10] y de sostener, bajo una fórmula legal, la vuelta de la piedra sin tener que reconocer la ilegalidad de su sustracción. Por otro lado, el Global Stone Project, cuyo discurso es la conexión de paz entre los pueblos a partir del diálogo entre las piedras, era ya en los últimos años demasiado inconsistente a nivel institucional y semántico. El eco del conflicto con las comunidades indígenas ponía en primera orden la problemática del expolio en Alemania, uno de los países europeos con más bienes culturales extraídos de países que fueron colonias en el pasado. En cambio, la repatriación de la Kueka abría una posibilidad de redención e imagen de justicia para los gobiernos implicados, cuya administración había sido un ejemplo perfecto de hasta qué punto los limbos burocráticos son también relativos a la legalidad que sirve a un poder o a una red de poderes. La decisión fue clara.

Este artículo empieza con la historia de apertura de la carretera porque, en el caso de Venezuela, así como en muchos otros lugares, es a través de decisiones como ésta que se evidencian las relaciones de poder. La lucha de recuperación de la Kueka por parte de los pemones es equivalente a sus luchas contra la construcción de la carretera, el tendido eléctrico y el arco minero a día de hoy. Su relación es fundamental e incontestable: es la lucha por reconquistar la territorialidad. El caso de la extracción de la Kueka, así como la mera existencia del Global Stone Project, son la evidencia de acciones que se llevan a cabo solo desde y para la élite, desde la supremacía cultural occidental y el privilegio, y con el desprecio paternalista hacia las comunidades indígenas que no sólo han habitado el territorio ancestralmente, sino que han sido despojadas del usufructo del lugar que les pertenece, sobre el que no tienen potestad legal; siendo, por consecuencia, privadas de la vida. El expolio es, a nivel cultural, el sostén de un desplazamiento que se refleja diariamente en todos los demás niveles: política, legal, social y geográficamente. Tenemos mucho trabajo que hacer, y mucha responsabilidad todavía por admitir.



[1] La asociación Laboratorios de Paz publicó un informe ejecutivo sobre la situación del extractivismo en Venezuela.

[2]  Como por ejemplo, el oro, el carbón, los diamantes o el coltán.

[3] González Muñoz, Jenny. “La territorialidad de los pueblos originarios: una historia de despojos y violaciones en el Abya Yala”. Cuadernos do LEPAARQ – Textos de Antropologia, Arqueologia e Patrimônio. V-VII.13/14 (2010).

[4] El proyecto tiene página web:  http://www.globalstone.de/

[5] González Muñoz, Jenny. “Mitos sagrados de pueblos ancestrales. Exploración a los espacios de la memoria warao y pemón de Venezuela” Parallelus, Recive, .4.8 (2013): 153-161.

[6] Dado el consiguiente incumplimiento de los acuerdos, el conflicto se extendió varios años, pasando por diferentes fases y mandatos, incluído el gobierno de Hugo Chávez (electo en 1999). Los temas sustantivos del conflicto se quedaron sin resolver. Para una lectura detallada sobre el desarrollo del proyecto del tendido eléctrico, se recomienda leer https://www.ecopoliticavenezuela.org/georreferenciacion/72/; el Informe CRA-AIT de Venezuela y el artículo de Mery Pérez en su bitácora; entre otros.

[7] Accesible aquí.

[8] En palabras del embajador Georg-Clemens Dick en 2012, con motivo de la visita de representantes del Pueblo Pemón: “Esto jamás ocurrió con la intención de quitarles algo: siempre consideramos la piedra Kueka como un regalo de Venezuela, para así crear una obra de arte global para la paz. Sin embargo, les ruego que comprendan la dificultad que implica una acción de esta naturaleza. (…) Para ello se requiere que todos los involucrados den su consentimiento para esta devolución, ya que el donativo original de la Piedra Kueka fue un regalo desde el punto de vista legal”. Puede leerse entera en aquí.

[9] Consultable aquí.

[10] En conversación con William Castillo en el programa TV Foro, en diciembre de 2012. Aunque en baja calidad, puede visionarse aquí.

***

Carlota es una investigadora transdisciplinaria con una debilidad por el arte contemporáneo, la sociología urbana, el feminismo, la música electrónica y la teoría crítica que vive en Berlín. Hace malabarismos para combinar todo eso en su trabajo diario, a la vez que escribe sobre lo que no la deja dormir bien. Tiene dos masters (en Museología y teoría crítica y en Estudios literarios y culturales) y combina actualmente estudios de postgrado con un trabajo de asistente en la universidad Humboldt de Berlín. Mientras le sigan diciendo que siempre está buscando las grietas en el pavimento, sabrá que está haciendo las cosas bien.



Fuente: A*DESK Magazine

domingo, 21 de octubre de 2018

La pecera de los bagres


La pecera de los bagres

La obra narrativa de Francisco Arévalo es el retrato vivo de una época, el testimonio de un explorador que se permite ser parte del relato y se queja de la plaga, del viaje y de las bárbaras costumbres del lugar, sin preocuparse por la objetividad que le exige la descripción etnográfica.

Diego Rojas Ajmad @diegorojasajmad


La pecera de los bagres, editada este año por Estival, es el título de la más reciente novela de Francisco Arévalo. En ella se nos ofrece un crudo lienzo de las relaciones humanas que, a la manera de Balzac y su Comedia humana, constituye un proyecto de escritura de largo aliento que se va hilvanando en el conjunto de toda su obra.
Con anterioridad, ya en sus novelas La esquizofrenia de las golondrinas (1999, Premio Fundarte), Adiós, Matanzas de invierno (1999), Tropiezos en el campanario (2008, Premio IV Concurso Nacional de Literatura Alarico Gómez) y Háblame, háblame, Iolanda (2014), Arévalo ha venido presentando una serie de personajes e historias que, puestos en el contexto de Ciudad Guayana, terminan por hacer un entramado de las vicisitudes que se sufren y se gozan en estos parajes de hormigón, como gusta llamar el escritor a esta sofocante urbe.
Es posible extraer de las novelas de Arévalo una expresión y técnicas recurrentes: un estilo caracterizado por la escritura en primera persona, por la presencia de una voz protagonista que rememora episodios y anécdotas que va tejiendo con la crítica agria y destemplada hacia la sociedad, desde un lenguaje áspero, directo, lleno de referencias literarias, musicales y artísticas. Con respecto a ese lenguaje combativo, del que se desahoga sin andar midiendo consecuencias, uno de los personajes de La pecera de los bagres dirá: “con el lenguaje hay que arriesgarse porque es un todo y es lo que dicta el actuar”.
Podría decirse que la ciudad es el personaje central de la historia. Aunque en la llamada novela de la tierra de principios del siglo XX, y luego en la novela urbana, los personajes eran presentados como víctimas de su contexto, marionetas de la selva, la ciudad o el llano, en La pecera de los bagres es la urbe en cambio el despojo de los filibusteros de traje y corbata: “Estamos entonces claros que esta novela es el drama de una ciudad aparentemente normal donde no parece suceder nada y sucede de todo. Esta ciudad es un botín disfrazado de progreso”.
Por ello veo a la ciudad de La pecera de los bagres como una sabina en rapto, como hija del Cid en afrenta, como personaje femenino de una novela romántica del siglo XIX que languidece de abandono y de tuberculosis; en fin, como una urbe martirizada. Casi rozando la denuncia del libelo, del panfleto y del ensayo sociológico, pero sin caer en sus tediosos párrafos, Arévalo no ahorra en adjetivos y cuenta sin ambages este ultraje: “...esta ciudad de enmascarados, de bagres come excremento como describió Fabricio a los actores cotidianos de esta provincia latosa y asfixiante que se construyó con cimientos de miseria humana. Los que hicieron esta ciudad se trajeron su mal accionar y se lo sembraron a sus descendientes. Por eso no servimos para mucho, no somos mejorcitos ni seremos. Sufrimos del mito, diría del complejo de Sísifo, la piedra que se regresa en este caso como castigo es la mala intención sembrada como verdolaga y el no tener remedio, estamos más jodidos de lo presupuestado”.
A pesar de que su lectura puede llevarnos a concluir lo contrario, La pecera de los bagres no es una novela pesimista. No es tampoco un libro de autoayuda que nos trata de convencer de que todo puede ser distinto y mejor. Allí no se pretende el manifiesto político ni el tratado existencial. No se convierte tampoco en una lección moral de lo que debe ser la sociedad ni un nuevo Manual de Carreño. Ni desamparo ni esperanza. Ni regaño ni ajuste de cuentas. La obra narrativa de Francisco Arévalo es el retrato vivo de una época, el testimonio de un explorador que se permite ser parte del relato y se queja de la plaga, del viaje y de las bárbaras costumbres del lugar, sin preocuparse por la objetividad que le exige la descripción etnográfica.
No dudo en incluir La pecera de los bagres en la tradición de la novela de denuncia, en las obras que practican el oficio de la incisiva mirada escrutadora, en la literatura cruel, como la llamó alguna vez Miguel Ángel Campos, y donde pueden incluirse a autores como Miguel Eduardo Pardo, Pío Gil, Manuel Vicente Romerogarcía y Argenis Rodríguez, entre otros, como persistentes voces de crítica e inconformidad ante las injusticias y apariencias. En las más de quinientas páginas de la novela se desnudan las bajas pasiones de los habitantes de la ciudad y ellas sirven de espejo para que cada uno de nosotros se encuentre y se reconozca. La pecera de los bagres es, para usar el título de una inolvidable canción de un músico argentino, una polaroid de la locura ordinaria, y el mayor peligro que podemos correr al leer sus páginas es encontrarnos en la terrible imagen de una selfi indiscreta.
Fuente:CORREO DEL CARONÍ·VIERNES, 19 DE OCTUBRE DE 2018

domingo, 14 de octubre de 2018

miércoles, 15 de agosto de 2018

PÍO GIL




José Carlos De Nóbrega


Pedro María Morantes, Pío Gil, fue un polémico escritor y panfletista tachirense nacido en La Sabana el año 1863 y fallecido en París el año 1918. Entre sus libros, centrados la mayoría en una crítica endurecida al gobierno de Cipriano Castro, tenemos la novela “El Cabito” (1909), “Los felicitadores (1911), “Cuatro años de mi cartera” (1911, materia de esta glosa), la serie “Personalismos y verdades” (Panfletos Amarillo, 1912; Azul, 1912 y Rojo, 1913), Lira Anárquica (1917) y la biografía “El Capitán Tricófero: Cipriano Castro” (edición póstuma de 1955). No es descabellado de nuestra parte considerarlo como uno de nuestros más conspicuos moralistas, al igual que el dionisíaco Andrés Mariño Palacio, el muy apolíneo Arturo Uslar Pietri y el aguafiestas Domingo Alberto Rangel.


“Cuatro años de mi cartera”, duélale a quien le duela, es un libro muy venezolano tanto en el tratamiento del tema como del lenguaje. Panfleto, eso sí, de un gran virtuosismo escritural y, por qué no, de una notoria vigencia: Los aduladores o, como los definió Pío Gil, los “felicitadores” aún pululan por Venezuela, América Latina y el resto del mundo. Por ejemplo, el grupo de oligarcas valencianos que le lamió las heridas y las suelas a Cipriano Castro en Tocuyito, esto es al caudillo por venir, queda muy mal parado. “La radiografía de la adulación en la Venezuela de Castro”, cubre el período de escritura que va de 1905 a 1911 (históricamente desde el inicio de su gobierno hasta la traición de su compadre Juan Vicente Gómez).



Sin lugar a dudas, la obra panfletaria de Pío Gil constituye la prosa-padre de escritores como Argenis Rodríguez, vástago putativo a quien le tocó fustigar la Venezuela Saudita de Carlos Andrés Pérez I a mediados de los setenta. No sólo se trata de la fijación moralista del autor respecto a su época histórica, sino en especial de la asunción de un lenguaje criollo, mestizo y escatológico. Acompañamos entonces al escritor Carlos Yusti en la vindicación del panfleto bien punzante y mejor escrito. Claro está, Pedro María Morantes no apela a la coprolalia inigualable de Rodríguez.

En el caso de Pío Gil, tenemos que el cronista-ensayista no economiza denuestos ni invectivas contra los politicastros, empresarios indolentes y funcionarios rastacueros que integran el bando de los enemigos de la República. La hipocresía y el despropósito, signos disfuncionales típicos de las Sociedades de Cómplices, son expuestos descarnadamente como en una desolada tienda de abarrotes. Por ejemplo, el Decir de su discurso áspero no necesita de las veladuras del estilo ancladas en el anonimato enculillado: “No hay grandes virtudes ni grandes vicios; hay, sí, grandes robos, pero los ladrones no son grandes; son rateros que saquean las arcas públicas con miserables combinaciones de granujas; pilletes que estafan millones, con vergonzantes operaciones”. La escritura incansable se erige su propia guillotina en la promoción de la impunidad.

Si revisamos el capítulo titulado “Por los estados Lara, Carabobo y Aragua”, el pulso escritural asume el trazo hiperrealista y caricaturesco: La gira del presidente Castro pareciera más bien la comparsa circense que mueve tanto a la carcajada desternillante como a una tristeza azteca de larga data. Pío Gil, como si fuese el Goya de Los Caprichos o Los Desastres de la Guerra, utiliza con maestría la hipérbole a la hora de consolidar con la Palabra ácida su sátira política compulsiva: En Barquisimeto, luego del discurso “pasada de rabo” proferido por un servil sacerdote Álvarez, nos encontramos que “Enternecido por uno de los discursos, el primer orador de Venezuela (se refiere al único, esto es al Cabito), el general Liscano, Presidente del estado Lara, lloró y se limpió el llanto con el pomo de su espada”. Más adelante, no queda títere carabobeño sin cabeza, fuere prelado o seglar: “Entre una canonización y un continuismo es seguro que preferirá el continuismo. El Vicario de Valencia (léase presbítero Arocha) le restó al cielo un santo, el santo con que lo había enriquecido el padre Álvarez, para darle a Venezuela un déspota nuevamente usurpador. La idea está lanzada: el periodismo se encargará de propagarla; los consejos municipales en pedirla, y el congreso en sancionarla”. Por supuesto, el Presidente del estado Carabobo, el doctor Niño, se sumó al corifeo apoteósico y adulador de las mal llamadas fuerzas vivas. ¿No recuerdan al doctor Bebé ridiculizado en la novela de José Rafael Pocaterra?

La breve crónica “El gran asesinato”, por otra parte, se refiere a la vil ejecución del General carabobeño Antonio Paredes en 1907 (nos sumamos a la propuesta del poeta Angulo en cuanto a la reivindicación de este personaje histórico). La post-data no escatima la indignación del moralista venezolano: “P.D. Me ha parecido inexplicable la conducta de los deudos del heroico Paredes, tratando de vengar su muerte en el ejecutor dudoso del asesinato, cuando existen los autores indudables de él. Aquel fue el brazo obediente, movido por la voluntad; quien asesina es la voluntad, no es el brazo”. Por supuesto, además de Cipriano Castro, se trata de la Voluntad perniciosa del Poder: El Cabito acompañará a Bruto, sobrino de César, en el círculo infernal (forjado por la literatura) que corresponde a los homicidas por motivos políticos.

El capítulo final del libro es harto curioso, pues el panfletario y su egregia víctima coinciden en el barco “Guadaloupe” a finales del mes de noviembre de 1908: Supone el exilio de Cipriano Castro luego del golpe de estado tributado por su compadre Juan Vicente Gómez. Enterados ambos de esta trastada en plena travesía, Pío Gil persiste en la claridad de juicio político y, por ende, el pesimismo nacionalista dada la nueva circunstancia: “(Gómez) No se independizó de Castro por amor a la patria, sino por interés personal”. Páginas más adelante, nuestro iracundo moralista argumenta lo siguiente: “Como aquellos emperadores de Bizancio, coronados por los alabarderos de palacio, Gómez no fue a la conquista de la dictadura: la dictadura se la llevaron a su casa los cortesanos”. Ojo avizor, no obviemos el papel de las potencias occidentales en este desencuentro de compadres que trituraría a la República: Las concesiones petroleras serían el botín a repartir para apuntalar el régimen gomecista.

No está de más (re)visitar este libro, pues los “felicitadores” y caudillos aventureros son todavía algunas de las marionetas movidas por los poderes fácticos, ello para desgracia de la ciudadanía que los padece. Una pertinente lectura de la Historia nos permitirá ver e identificar con la claridad calcinante del mediodía a los verdaderos enemigos de la República.