jueves, 16 de abril de 2020

Entrar en el obra o comerse la banana


Entrar en el obra o comerse la banana

Carlos YUSTI



Al cruzar por primera vez un penetrable (hecho con hilos blancos) del artista Jesús Soto comprendí que yo formaba parte de la obra, que no era unestático espectador. En ese instante, de atravesar aquellos hilos, cerré los ojos e imaginaba que volaba por un banco de nubes. El arte puede encerrar lo simple, pero a su vez va más allá de tu asombro inicial para sumergirte en un hechizo que no se puede explicar con palabras. En los penetrables sonoros (conformadas por delgadas varas de aluminio) a medida que recorres las entrañas de la obra una armonía extraña deja su estela a cada paso.

Algo similar buscaba Mark Rhoko con sus granes lienzos, quería que el espectador se incorporara al cuadro y fuese capaz de palpar los entresijos del dolor con lo cuales fueron pintados. Muchos artistas buscan que su obra arrastre al público  a sus entrañas y de esta forma sacarlo de su comodidad y sumergirlo en esa desazón que asalta al creador al emprender su trabajo.

El mundo de los pintores es hondamente extraño. Con los pintores es poco probable que se hable de arte y conozco una buena porción. Con los escritores puedes conversar de libros, chismear acerca de otros escritores o hacer disertaciones, a dos voces, sobre distintos autores. No obstante con los pintores los diálogos son mínimos y los silencios se derraman por todos lados. Los pintores parecen lejanos, bocetos apenas y que cobran corporeidad real cuando entran en contacto con la tela o diseñan alguna obra conceptual.

Cuando visité al pintor y artista conceptual Ramón Espina en su taller me sentí un tanto decepcionado. Me esperaba un estudio lleno de papeles, pinturas, objetos inútiles, polvo, etcétera; en fin  una especie de caos al estilo del lugar de trabajo de Francis Bacon, pero nada: era un espacio desnudo. No había un libro por ninguna parte. En un rincón una hamaca. Al otro extremo, de una amplia habitación, una mesa limpia con apenas un boceto tridimensional, del tamaño de un cartón de leche, de la obra El paquete económico. Obra cuya realización resultó al final una estructura de aproximadamente ocho metros de altura realizada en madera, cartón y otros desechos, que se estuvo armando por un lapso de varios días en los terrenos del histórico Cerro El Gallo en San Félix. Esta actividad cultural, que contó con recitales poéticos y música, concluyó cuando la estructura ardió en llamas y se convirtió en residuo/arte efímero.

El estudio de Franklin Fernández, escritor, pintor y constructor de poemas objetos, es  muy distinto: Nada de caos. Todo parece estar organizado a conciencia e incluso la biblioteca posee una alineada disposición y pulcritud. El estudio de Ana Rosa Angarita, pintora, novelista y mitóloga, ocupa un espacio en su departamento y allí la anarquía también te deja respirar y el ambiente, a pesar de lo pequeño, es agradable. Los libros se encuentran en otro cuarto. Hay un diferencia significativa cuando el pintor también escribe poemas o cuentos.

Volviendo a Bacon y a su guarida hay un libro de Michael Peppiatt: Francis Bacon en el estudio. Que explora al pintor desde su lugar de trabajo. Para Peppiatt el espacio era de un asco tremendo e inhóspito: “No había alfombras y bombillos colgaban del techo como frutas malignas y brillantes, aumentando la sensación de desafío y amenaza que a menudo irradiaba la presencia de Bacon». Mención aparte el piso. Un basurero tenía más candor y estaba formado por  infinidad de adminículos variados «zapatos viejos, libros de arte caros, pinceles cubiertos de pintura seca, periódicos, suéteres de cachemira con manchas de pintura, algún que otro pasaporte, gafas de lectura, aerosoles de pintura acrílica y platos o cazuelas que había utilizado como paletas».

No sé si el espacio determina los derroteros que tomará el trabajo del artista. Yo trato de encontrar en los estudios de mis amigos pintores las motivaciones que mueven su diferentes trabajos. En una oportunidad le preguntaron a Bacon si había aprendido a pintar y este respondió: “En absoluto. Nunca sé cómo hacer un cuadro. La idea me viene —o no me viene— trabajando. Si pinto, ¿sabe usted?, es un poco por casualidad. Aprendí solo y nunca pensé que mi pintura despertaría interés. El hecho de vivir es una oportunidad. Nunca pensé en hacer carrera, como suele decirse. He trabajado y trabajado. Durante diez años, lo destruía todo. ¡Y todavía a veces pienso que debería de haber seguido destruyéndolo todo!”.

Creo que todo artista, aunque domine los vericuetos del dibujo, no sabe como realizar un cuadro, una obra conceptual, una instalación o un performance. El artista desearía que el espectador dejara de ser sólo un fisgón entrometido de la obra de arte y que se convierta en otro espectador-ejecutante. Que a su vez se trasmute en creador en ese instante que se integra a la obra y descubra de propia mano los calvarios creativos.

Todo esto escrito hasta el momento se convierte en broza cuando la “escultura” de Maurizio Cattelan: una banana pegada, con  cinta adhesiva industrial, a la pared, se convierte en el último hito/grito del arte en la actualidad. Avelina Lésper escribe: “La obra significó un gran esfuerzo para Cattelan, así debe ser, si algo caracteriza a este tipo de obras es que todas están por encima de las posibilidades de los artistas…”

Comerse la banana de Cettelan no es igual que ingresar en un penetrable de Soto, pero con respecto al arte nunca se sabe.

martes, 14 de abril de 2020

William Osuna y el poema traspapelado en la esquina


William Osuna y el poema traspapelado en la esquina

Carlos Yusti

Colocarle etiquetas a poetas y escritores no es mi fuerte. Cada creador literario no decide de manera consciente que derrotero seguirá su escritura, creo que esto se va dando de manera progresiva, además influyen otros factores como las capacidades intelectuales del escritor (o del poeta). Su equipaje repleto con los efectos personales de sus fobias, lecturas y afectos. Buena porción de escritores están marcados por el espacio en el que dieron forma a su niñez y adolescencia. La escritura es propensa de impregnarse de todas esas fragancias, de todos esos recuerdos y de esas vivencias clavadas como una astilla en el devenir de los días.



Al poeta William Osuna lo han encasillado como poeta urbano, vaya a saber cual es el significado (o la connotación) que eso tiene. Lo cierto es que él ha intentado saltar la barda de las etiquetas desarrollando su poesía, al margen de modas, en un contexto en la que la ciudad marca su territorio y le proporciona el material ineludible para su escritura poética. No es gratuito lo escrito por Alberto Hernández: “Tabernas, callejones, pensiones, aceras, funerales, manicomios, barrios, oficinas, discotecas: la ciudad y sus órganos vitales son los encuentros de William Osuna. Cada uno vierte la rebeldía, la soledad y el caos que teje un paisaje odiado y amado a la vez. La ciudad de Santiago de León de Caracas es una agresión, también una caricia”.

Como poeta no olvida su orígenes y en sus poemas queda al descubierto el barrio, la calle, el trapicheo de la jerga, los amigos y las andanzas que conforman su hoja de vida. La también poeta Daniela Saidman acota: “Imposible no imaginárselo corriendo detrás de una pelota de trapo en un baldío de Caracas, volando papagayos o jugando trompo en una calle empinada de una barriada, con las rodillas raspadas como cualquier niño travieso…”

En su poesía la ciudad se mueve como un animal vertiginoso y camaleónico, es algo así como un personaje de novela con sus tribulaciones y angustias. El río Guaire, que la atraviesa, posee también su personalidad, su cadencia y el poeta ha captado su sonoridad con perspicaz oído.

El discurso poético de William Osuna tiene un acento juglaresco, un tono narrativo que a veces se transmuta en una crónica que indaga la ciudad vivida desde sus bordes y con todos los sentidos; esa ciudad que en apariencia es Caracas, pero que muy bien podría ser cualquier ciudad del mundo.

El libro SAN JOSÉ BLUES 1923 (Monte Ávila Editores Latinoamericana, 2019), que se ha editado en varias oportunidades en otras distintas editoriales, está dividido en tres partes: San José Blues 1923, Epopeya del Guaire y Otros poemas. Cada segmento marca un itinerario que va de lo íntimo/personal a lo político y hacia la ciudad como espejo que refleja los sinsabores y luchas en ese cuadrilátero de la cotidianidad siempre sorprendente y sugestiva.

En este libro pueden encontrarse determinadas claves características de su poética: el poema extenso (legado quizá de sus noctívagas lecturas a los poetas de la generación Beat). Metáforas que cruzan el paso de cebra surrealista. Sincretismo musical, que deja sus huellas en cada texto. Lo escrito por Héctor Seijas es pertinente: “La visión heterogénea y heterodoxa de la ciudad le permite a William Osuna la conjugación de registros verbales cuya esencia y fortuna son la expresión de modalidades y estilos musicales que comprenden la nostalgia del tango (Gardel), el grito contestatario del rock (Woodstock), la balada de amor (Elvis, los italianos), el blues (B.B. King),…” Y como punto final está esa atmosfera enrarecida de absurdo que el poeta plasma como un componente  sorpresivo e inusual de la ciudad.

Sus poemas dan cuenta de los amores y desamores que transitan por las calles, del delirio y la soledad que bajan por los desagües de esos callejones iluminados de basura y pestilencia. Poemas que escrutan esa lírica pedestre que se fragua en el bar de mala muerte; con la fichera de turno narrando los artilugios de la vigilia en esa penumbra domesticada con alcohol y música de rocola.  

En los poemas de William Osuna la muerte camina por las calles como otro ciudadano de a pie:

la otra noche un camionero colombiano la vio en un
callejón de Catia
La bombió contra unos peroles de basura, y tirándole
un collarín
de ajo, le gritó en fuga: «bien lejos contigo, híjole,
a’ su madre
con ese ajiley». «Será que la muy bacana no respeta».

William Osuna se encuentra atrincherado en ese bando de quienes sufren la historia. A pesar de ello trata de no imprimirle un eco panfletario a sus poemas y en una entrevista confesó: “…cuando uno trabaja con las palabras, sobre todo en la poesía, las palabras son multívocas y polisémicas, en poesía es muy difícil que los signos tengan la referencia inmediata, porque es muy manido, muy panfletario, lo que buscamos es la altura poética, pero que contenga las admoniciones que uno pueda tener ante las injusticias,…”

Todo lo que disfruté quedó en un zanjón.
Estas imágenes vinieron conmigo.

Veo en la calle que va a Palacio,
la ceremonia de los huesos. A un país vuelto cero
en polvo
en las despensas de la mala calle. En un aro de humo
a los desempleados comerse los cables
sobre el basurero de los días.

A los manes de mi ciudad venidos de la sombra
estrangulados por los cuatro límites.
A los que se censaron en los grandes partidos
Acumulando fangos y el espejo les devolvió hocicos
de cerdo
mientras reían frente a un teatro clausurado.

(Fragmento: Piedra vieja[ I ] )

La jerga de la calle subraya en el poema ese diálogo con el otro sin ese cincelar de la metáfora en busca de la belleza y del verso cocinado en el fuego de los días y no con el diccionario y la gramática:

Piedra Vieja, estoy enculebrado, las chicas de la
avenida Roosevelt
me olvidaron. Ayer frente a las puertas de la altiva
ciudad,
vi cómo el polvo había disipado con todos los hierros
los amores que perdí.
Mis poemas fueron inútiles.
Ninguno abrió las puertas del Reino.

(Fragmento: poema Piedra vieja[ I ] )

Sus lecturas se incorporan en su discurso poético y todo viene atado con ese ritmo del frenesí mordiente:

…en este barrio iluminado
como lujoso burdel de los años 50
dije mis canciones
aquel poema de Pavese
que tanto me gusta
cuando voy en los toneles
de la ebriedad
mis ganas de voltear mesas
a un lado del camino
mi tronco político
aquí siempre tengo 13 años
y a unos amigos
que Buendianamente perdieron
todas sus batallas

(Fragmento: poema Discurso preparado por el escribano cuando los castaños-El cementerio cumpla su primer milenio)

En ocasiones el poema es vaticinio crítico, una visión del futuro que le espera a un poeta pasado de moda. Aguijoneando al poema breve y esos inconfundibles ademanes prestados del haiku​:

En este verano se impondrán los poemas cortos,
seis dedos más arriba de la rodilla con chivita
fu-manchú, hilo chino de la mejor especie y
variaciones de rombo japonés.
Aún así no cambiaré ni el ruedo.
Trotaré por la ciudad entre restos de basura
y picos de botellas de espaldas al porvenir.
Seré como aquel disco tapablanca de los Beatles
que nadie escucha. Me guardarán en el sótano
como un viejo patín. Nadie bailará conmigo.
Celebraré al caballo, al perro y a la rueda.

(Fragmento: poema Modas)


Retuerce la metáfora hasta sus extremos chirriantes, busca sacarle el jugo de todas sus posibilidades; le da muchas vuelta de tuerca a las palabras, hasta encontrar la imagen en su explosión disonante:

Famosas fueron mis borracheras
en el Billy’s.
Famoso el sueño de Geraldine
donde sus bucles
crecían como tornillos mohosos
y ¡Dios! ella entera
se convertía en una flor hidráulica
que germinaba en medio de la noche.

(Fragmento: poema El desalentado)

Los poemas de encuentro/despedida a su madre son los más logrados de este libro. Son algo así como un canto elegíaco, pero bastante alejado del sentimentalismo tosco y si muy cerca del poema escrito en ese baldío sereno del dolor.  

Un poeta como Willian Osuna es un transeúnte que merodea por la locura inyectada en la ciudad, es un despistado que vaga por callejas inhóspitas buscando el poema en cada recoveco que la ciudad le ofrece. Se pierde en el estrepito del asfalto como buscando esquivar la jauría de escritorios de las oficinas que buscan devorarlo en el papeleo burocrático, donde la poesía es negada para privilegiar la cifra, la letra pequeña, el tragaluz del empleado del mes.

El poeta como juglar y ciudadano (junto con sus poemas, se entiende) se ha traspapelado con la ciudad, con la esquina del barrio, con el olor de hollín y monóxido que respiran las calles. Tararea, sin rumbo y en solitario, viejas melodías mientras su espíritu va elucubrando en silencio la metafora que lo redima o que salve a esa ciudad dibujada en sus pupilas. No tiene punto de contacto con esos poetas, trajeados de normalidad y peinados como los primero de la clase, redactando el poema de lenguaje impoluto, sin faltas políticas ni ortográficas, ni requiebros justicieros: el poema de belleza gramatical inexpugnable.  

En lo personal me gusta la poesía de William Osuna debido a ese tono irredento y barriobajero, me cautiva ese leimotiv de música popular que se filtra entrelíneas en muchos de sus poemas. Me anima esta poesía hecha desde la ternura y la rabia, mientras los politicastros de siempre van de gatopardianos vendiendo utopías al mayoreo.

La ciudad escribe el poema, relata la tragedia, narra el absurdo y la comedia. El poeta es apenas el escriba que anota en la servilleta del bar esa brumosa e imprecisa metáfora que pasa por la calle en volandas. El poeta con prontitud intenta atrapar ese celaje que se aleja para escribir ese poema sin horario ni constelaciones; para darle oportunidad a ese poema que coloque todo de cabeza y que a su vez también lo perturbe, que lo zarandeé un poco  hasta arrastrarlo a ese hueco de la perplejidad y la belleza, en este tiempo con veda de musas y la inspiración jubilada.

Octavio Paz escribió que “el poeta desaparece detrás de su voz, una voz que es suya porque es la voz del lenguaje, la voz de nadie y la de todos”. La voz de William Osuna se pierde en esa espiral de voces que circulan por la ciudad o que se escriben en sus paredes. La poesía de William Osuna le dice al lector que la ciudad puede leerse y de algún modo ésta también nos escribe. La ciudad como artefacto y el poema como llave (o herramienta) para descubrir sus infiernos, sus bellezas ocultas, sus revelaciones y esa singular estética que la moldea. La poesía de William Osuna le da un rasgo de prestancia a la ciudad, la convierte en un mito, en un canto, en un ave que vuela, en una barriada que asciende desde la calle a lo azul, donde la Luna semeja un decorado de utilería.

Me interesa ese desenfado de la metáfora desencuadernada con una belleza perturbada haciendo equilibrios en el alambre de los versos, pero con un pulso creativo preciso y sin medias tintas. Algo feroz se pasea por esta poesía de William Osuna; solo espero que ahora cercano al Poder, con su oficina a cuesta, no deje la perversidad de su verbo y que no se aquiete el tigre de su escritura por eso que él mismo ha escrito: “es menos perverso el tigre/encerrado en la quietud de sus rayas”.


William Osuna
Obtuvo en 2007 el Premio Nacional de Literatura. Ha dirigido el taller de poesía del Centro de Estudios Latinoamericanos Rómulo Gallegos, Celarg (1981), y el taller de poesía de la Casa de la Cultura de Maracay (1982). En 1985 coordinó un plan de alfabetización en el barrio Los Erasos, en Caracas, y entre 1991 y 1995 impartió la cátedra de poesía en la Universidad Metropolitana. Ha publicado Estos 81 (1978); Mas si yo fuese poeta, un buen poeta (1978); 1900 y otros poemas (1984); Antología de la mala calle (1990 y 1994); San José Blues + Epopeya del Guaire y otros poemas, y Miré los muros de la patria mía (2004).

miércoles, 26 de febrero de 2020

Discurso de la premio Nobel OlgaTokarczuk


El narrador tierno

Por Olga Tokarczuk


1.

La primera fotografía de la cual fui consciente es una foto de mi madre antes de que ella me diera a luz. Desafortunadamente, es una fotografía en blanco y negro, lo que significa que muchos de los detalles se han perdido, convirtiéndose solo en formas grises. La luz es suave y lluviosa, probablemente una luz de primavera, la clase de luz que se filtra a través de una ventana, manteniendo la habitación con un brillo apenas perceptible. Mi madre está sentada al lado de nuestra vieja radio, como esas que tienen un ojo verde y dos diales, uno para regular el volumen y el otro para encontrar una estación radial. Esta radio luego se convirtió en mi gran compañera de la infancia; de ella aprendí sobre la existencia del cosmos. Al girar una perilla de ébano, los delicados sensores de las antenas se movieron y en su alcance cayeron todo tipo de estaciones diferentes: Varsovia, Londres, Luxemburgo y París. A veces, sin embargo, el sonido fallaba, como si entre Praga y Nueva York, o Moscú y Madrid, las antenas de las antenas tropezaran con agujeros negros. Cada vez que sucedía eso me temblaba la espalda. Creía que a través de esta radio diferentes sistemas solares y galaxias me hablaban, crepitaban y chirriaban y me enviaban información importante.

Cuando de niña miraba esa foto estaba segura de que mi madre me había estado buscando al girar el dial de nuestra radio. Como un radar sensible, penetró en los reinos infinitos del cosmos, tratando de averiguar cuándo llegaría y de dónde. Su corte de pelo y su atuendo (un gran cuello de barco) indican cuándo se tomó esta foto, es decir, a principios de los años sesenta. Mirando desde algún lugar fuera del marco, la mujer encorvada ve algo que no está al alcance para una persona que mira la foto después. Cuando era niña, imaginaba que lo que estaba sucediendo era que ella estaba mirando el tiempo. Nada sucede realmente en la imagen: es una fotografía de un estado, no un proceso. La mujer está triste, aparentemente perdida en sus pensamientos.

Cuando más tarde le pregunté acerca de esa tristeza, lo cual hice en numerosas ocasiones, siempre buscando la misma respuesta, mi madre dijo que estaba triste porque yo aún no había nacido, pero ya me extrañaba.

«¿Cómo puedes extrañarme cuando todavía no estoy allí?», le preguntaba.

Sabía que extrañas a alguien que has perdido, que el anhelo es un efecto de pérdida.

«Pero también puede funcionar al revés», respondió. «Extrañar a una persona significa que está allí».

Este breve intercambio, en algún lugar del campo del occidente de Polonia a finales de los años sesenta, un intercambio entre mi madre y yo, su pequeña hija, siempre ha permanecido en mi memoria y me ha dado una fuerza que me ha durado toda mi vida. Porque elevó mi existencia más allá de la materialidad ordinaria del mundo, más allá del azar, más allá de la causa y el efecto y las leyes de la probabilidad. Ella colocó mi existencia fuera del tiempo, en la dulce vecindad de la eternidad. En la mente de mi hijo entendí que había más de lo que había imaginado antes. Y que incluso si dijera: «Estoy perdido», entonces todavía comenzaría con las palabras «Yo soy», el conjunto de palabras más importantes y extrañas del mundo.

Y así, mi madre, una joven que nunca fue religiosa  me dio algo que alguna vez se conoció como un alma, y ​​me proporcionó el narrador más tierno del mundo.

2.

El mundo es un tejido que tejemos diariamente en los grandes telares de informaciones, debates, películas, libros, chismes, pequeñas anécdotas. Hoy, el alcance de estos telares es enorme: gracias a Internet, casi todos pueden participar en el proceso asumiendo la responsabilidad o no, con amor u odio, para bien o para mal. Cuando esta historia cambia, también lo hace el mundo. En este sentido, el mundo está hecho de palabras.

Por lo tanto, cómo pensamos sobre el mundo y, quizás aún más importante, cómo lo narramos tiene un significado masivo. Una cosa que sucede y no se dice deja de existir y perece. Este es un hecho bien conocido no solo por los historiadores, sino también (y, quizás, sobre todo) por todos los sectores políticos y tiranos. El que tiene y teje la historia está a cargo de su versión.

Hoy nuestro problema radica, al parecer, en el hecho de que todavía no tenemos narraciones listas no solo para el futuro, sino incluso para un ahora concreto, para las transformaciones ultrarrápidas del mundo de hoy. Nos falta el lenguaje, nos faltan los puntos de vista, las metáforas, los mitos y las nuevas fábulas. Sin embargo, vemos intentos frecuentes de aprovechar narraciones oxidadas y anacrónicas que no pueden encajar en el futuro, sin duda suponiendo que algo viejo es mejor que una nada nueva, o tratando de lidiar de esta manera con las limitaciones de nuestros propios horizontes. En una palabra, carecemos de nuevas formas de contar la historia del mundo.

Vivimos en una realidad de narraciones polifónicas en primera persona, y nos encontramos rodeados por ese ruido polifónico. Lo que quiero decir con primera persona es  la clase de cuento que orbita estrechamente el yo de una especie de cajero que, más o menos directamente, escribe sobre sí mismo y a través de él. Hemos determinado que este tipo de punto de vista individualizado, esta voz del yo, es la más natural, humana y honesta, incluso desde una perspectiva más amplia. Narrar en primera persona es tejer un patrón absolutamente único; es tener un sentido de autonomía como individuo, ser consciente de ti mismo y de tu destino. Sin embargo, también significa construir una oposición entre el yo y el mundo, y esa oposición puede ser alienante a veces.

Creo que la narración en primera persona es muy característica de la óptica contemporánea en la que el individuo desempeña el papel de centro subjetivo del mundo. La civilización occidental se basa, en gran medida, y depende de ese descubrimiento del yo que constituye una de nuestras medidas más importantes. Aquí la persona es el actor principal y su juicio, aunque es uno entre muchos, siempre se toma en serio. Las historias tejidas en primera persona parecen estar entre los mayores descubrimientos de la civilización humana; son leídas con reverencia, con plena confianza. Esta clase de historia, cuando vemos el mundo a través de los ojos de un yo que es diferente a cualquier otro, crea un vínculo especial con el narrador que le pide a su oyente que se coloque en su posición única. Lo que las narraciones en primera persona han hecho para la literatura y, en general, para la civilización humana es reelaborar por completo la historia del mundo, de modo que ya no es un lugar para las acciones de héroes y deidades sobre las que no podemos tener influencia, sino más bien un lugar para personas como nosotros, con historias individuales. Es fácil identificarse con personas que son como nosotros, lo que genera entre el narrador de la historia y su lector u oyente una nueva variedad de comprensión emocional basada en la empatía. Y esto, por su propia naturaleza, reúne y elimina fronteras. Es muy fácil perder el rastro en una novela de las fronteras entre el yo del narrador y el yo del lector.

La «novela absorbente» en realidad cuenta con que esa frontera se difumine: el lector, a través de la empatía, se convierte en narrador por un periodo de tiempo. Así, la literatura se ha convertido en un campo para el intercambio de experiencias, un ágora donde todos pueden contar su propio destino o dar voz a su alter ego. Por lo tanto, es un espacio democrático: cualquiera puede hablar, todos pueden crear una voz que hable por sí misma. Nunca en la historia de la humanidad tantas personas han sido escritoras y narradoras. Solo tenemos que mirar las estadísticas.

Cada vez que voy a ferias de libros veo cuántos de los libros que se publican en el mundo de hoy tienen que ver precisamente con esto: el ser autor. El instinto de expresión puede ser tan fuerte como otros instintos que protegen nuestras vidas y se manifiesta más plenamente en el arte. Queremos que nos noten, queremos sentirnos excepcionales. Hay variedad de narrativas: «Te voy a contar mi historia», o «Te voy a contar la historia de mi familia», o incluso, simplemente, «Te voy a contar dónde he estado». Comprende el género literario más popular de hoy. Este es un fenómeno a gran escala también porque hoy en día tenemos acceso universal a la escritura y muchas personas alcanzan la capacidad de expresarse en palabras e historias. Paradójicamente, sin embargo, esta situación es similar a un coro compuesto solo por solistas, voces compitiendo por llamar la atención, todos viajando por rutas similares, ahogándose unos a otros. Sabemos todo lo que hay que saber sobre ellos, podemos identificarnos con ellos y experimentar sus vidas como si fueran nuestras. Y sin embargo, notablemente a menudo, la experiencia lectora es incompleta y decepcionante ya que resulta que expresar un «yo» autoritario difícilmente garantiza la universalidad. Parece que lo que nos falta es la dimensión de la historia, que es la parábola. Porque el héroe de la parábola es a la vez él mismo, una persona que vive bajo condiciones históricas y geográficas específicas, pero al mismo tiempo va mucho más allá de esas circunstancias concretas.

Cuando un lector sigue la historia de alguien escrita en una novela puede identificarse con el destino del personaje descrito y considerar su situación como si fuera la suya, mientras que en una parábola debe entregar completamente su distinción y convertirse en el Hombre común. En esta operación psicológica exigente la parábola universaliza nuestra experiencia y encuentra un denominador común para destinos muy diferentes. Que hayamos perdido de vista, en gran medida, la parábola es un testimonio de nuestra actual impotencia.

Quizás para no ahogarnos en la multiplicidad de títulos y apellidos comenzamos a dividir la literatura en géneros, que tratamos como las diferentes categorías de deportes, con escritores como sus jugadores especialmente entrenados.

La comercialización general del mercado literario ha llevado a una división en ramas: ahora hay ferias y festivales de este o aquel tipo de literatura, completamente separados, creando una clientela de lectores ansiosos por esconderse en una novela criminal, alguna fantasía o ciencia ficción. Una característica notable de esta situación es que lo que se suponía que ayudaría a los libreros y bibliotecarios a organizar en sus estantes la gran cantidad de libros publicados y a los lectores a orientarse en la inmensidad de la oferta, se convirtió en la creación de categorías abstractas no solo en las obras existentes. Cada vez más el trabajo de los géneros literarios es como una especie de molde de pastel que produce resultados muy similares, su previsibilidad se considera una virtud, su banalidad es un logro. El lector sabe qué esperar y obtiene exactamente lo que quería.

Siempre me he opuesto intuitivamente a tales órdenes, ya que conducen a la limitación de la libertad de autor, a una reticencia hacia la experimentación y una transgresión que de hecho es la cualidad esencial de la creación en general. Y excluyen completamente del proceso creativo cualquier excentricidad sin la cual el arte se perdería. Un buen libro no necesita defender su afiliación genérica. La división en géneros es el resultado de la comercialización de la literatura en su conjunto y el efecto de tratarla como un producto a la venta con toda la filosofía de la marca y la focalización y otros inventos similares responde al capitalismo contemporáneo.

Hoy podemos tener la gran satisfacción de ver el surgimiento de una forma completamente nueva de contar la historia del mundo que se muestra en las series de televisión cuya tarea oculta es inducirnos un trance. Por supuesto, este modo de narración ha existido durante mucho tiempo en los mitos y los cuentos homéricos. Heracles, Aquiles u Odiseo son, sin duda, los primeros héroes de las series. Pero nunca antes este modo ha ocupado tanto espacio o ejercido con una influencia tan poderosa en la imaginación colectiva. Las dos primeras décadas del siglo XXI son propiedad indiscutible de las series. Su influencia en los modos de contar la historia del mundo (y, por lo tanto, en nuestra forma de entender esa historia también) es revolucionaria.

En la versión de hoy, la serie no solo ha extendido nuestra participación en la narrativa en la esfera temporal generando sus diversos tempos, ramificaciones y aspectos, sino que también ha introducido sus propias órdenes nuevas. Dado que en muchos casos su tarea es mantener la atención del espectador el mayor tiempo posible, la narrativa de la serie multiplica los hilos entrelazándolos de la manera más improbable, de modo que cuando se pierde, incluso, se remonta a la vieja técnica narrativa una vez comprometida por la ópera clásica, de la Deus ex machina. La creación de nuevos episodios a menudo implica la revisión total y ad-hoc de la psicología de los personajes para que sean adecuados a los eventos en desarrollo de la trama. Un personaje que comienza como gentil y reservado termina siendo vengativo y violento, un personaje secundario se convierte en protagonista, mientras que el personaje principal, al que ya nos hemos apegado, pierde importancia o en realidad desaparece por completo, para nuestra consternación.

La materialización potencial de otra temporada crea la necesidad de finales abiertos en los que no hay forma de que ocurran o resuenen completamente cosas misteriosas llamadas catarsis: catarsis, anteriormente la experiencia de la transformación interna, el cumplimiento y la satisfacción de haber participado en la acción final. Tal complicación, en lugar de conclusión, el aplazamiento constante de la recompensa que es la catarsis, hace que el espectador sea dependiente. La fabula interrumpida creada hace mucho tiempo y bien conocida por las historias de Scherezade, ahora retoranda audazmente en serie, alteran nuestra subjetividad y tiene extraños efectos psicológicos sacándonos de nuestras propias vidas e hipnotizándonos. Al mismo tiempo, la serie se inscribe en el ritmo nuevo, prolongado y desordenado del mundo, en su comunicación caótica, su inestabilidad y fluidez. Esta forma de contar historias es probablemente la que más creativamente busca una nueva fórmula hoy.

En ese sentido hay un trabajo concienzudo en la serie sobre las narrativas del futuro, sobre la estructura de la historia para que se adapte a nuestra nueva realidad. Pero, sobre todo, vivimos en un mundo de demasiados hechos contradictorios y mutuamente excluyentes, todos luchando entre sí con uñas y dientes.

Nuestros antepasados ​​creían que el acceso al conocimiento no solo brindaría a las personas felicidad, bienestar, salud y riqueza, sino que también crearía una sociedad igualitaria y justa. Lo que faltaba en el mundo, en su opinión, era la sabiduría omnipresente que surgiría naturalmente de la información.

John Amos Comenius, el gran pedagogo del siglo XVII, acuñó el término «pansofismo». Con él  se refería a la idea de la omnisciencia potencial, el conocimiento universal que contendría en él toda la cognición posible. Esto también fue, y sobre todo, un sueño de información disponible para todos. ¿El acceso a los hechos sobre el mundo no transformaría a un campesino analfabeto en un individuo reflexivo consciente de sí mismo y del mundo? ¿El conocimiento al alcance de la mano no significará que las personas se volverán sensibles y dirigirán el progreso de sus vidas con ecuanimidad y sabiduría?

Cuando surgió Internet por primera vez parecía que esta noción finalmente se realizaría de manera total. Wikipedia, que admiro y apoyo, podría haberle parecido a Comenius, como muchos filósofos de ideas afines, el cumplimiento del sueño de la humanidad: ahora podemos crear y recibir una enorme cantidad de hechos que se complementan y actualizan sin cesar y que son democráticamente accesibles para casi todos los lugares de la Tierra.

Un sueño cumplido es a menudo decepcionante. Resultó que no somos capaces de soportar esta enorme cantidad de información que, en lugar de unir, generalizar y liberar, ha diferenciado, dividido o encerrado en pequeñas burbujas individuales creando una multitud de historias que son incompatibles entre sí o, incluso, abiertamente hostiles unas hacia otras, y antagónicas.

Además, Internet, completamente y de manera irreflexiva sujeta a los procesos del mercado y dedicada a los monopolistas, controla cantidades gigantescas de datos utilizados no de manera pansófica para un acceso más amplio a la información, sino que, por el contrario, sirve, sobre todo, para programar el comportamiento de los usuarios, como aprendimos después del asunto de Cambridge Analytica. En lugar de escuchar la armonía del mundo, hemos escuchado una cacofonía de sonidos, una estática insoportable en la que tratamos, desesperados, de escuchar una melodía más tranquila, incluso el ritmo más débil. La famosa cita de Shakespeare nunca ha sido más adecuada de lo que es para esta nueva realidad cacofónica: cada vez más, Internet es una historia, contada por un idiota, llena de ruido y furia.

La investigación por parte de politólogos desafortunadamente también contradice las intuiciones de John Amos Comenius, basadas en la convicción de que cuanto más universalmente disponible fuera la información sobre el mundo, más políticos se aprovecharían de la razón y tomarían decisiones importantes. Pero parece que el asunto no es tan simple. La información puede ser abrumadora y su complejidad y ambigüedad dan lugar a todo tipo de mecanismos de defensa, desde la negación hasta la represión, incluso para escapar a los principios simples de simplificación, ideología y pensamiento partidista.

La categoría de noticias falsas, fake news, plantea nuevas preguntas sobre qué es la ficción. Los lectores que han sido engañados, desinformados o engañados repetidamente han comenzado a adquirir lentamente una idiosincrasia neurótica específica. La reacción a tal agotamiento con la ficción podría ser el enorme éxito de la no ficción que, en este gran caos informativo, grita sobre nuestras cabezas: «Te diré la verdad, nada más que la verdad» y «¡Mi historia se basa en hechos !”.

La ficción ha perdido la confianza de los lectores ya que mentir se ha convertido en un arma peligrosa de destrucción masiva, incluso si todavía es una herramienta primitiva. A menudo me hacen esta pregunta incrédula: «¿Es verdad lo que escribiste?». Y cada vez siento que esta pregunta es un presagio del final de la literatura.

Esta pregunta, inocente desde el punto de vista del lector, suena al oído del escritor verdaderamente apocalíptica. ¿Que se supone que debo decir? ¿Cómo voy a explicar el estado ontológico de Hans Castorp, Anna Karenina o Winnie the Pooh?

Considero que este tipo de curiosidad leída es una regresión de la civilización. Es un deterioro importante de nuestra capacidad multidimensional (concreta, histórica, pero también simbólica, mítica) para participar en la cadena de acontecimientos llamados nuestras vidas. La vida es creada por los acontecimientos, pero solo cuando somos capaces de interpretarlos, tratamos de entenderlos y de darles un significado, se transforman en experiencia. Los acontecimientos son hechos, pero la experiencia es algo inexpresablemente diferente. Es la experiencia, y no cualquier evento, lo que constituye el material de nuestras vidas. La experiencia es un hecho que ha sido interpretado y situado en la memoria. También se refiere a una cierta base que tenemos en nuestras mentes, a una estructura profunda de significados sobre la cual podemos desplegar nuestras propias vidas y examinarlas completa y cuidadosamente. Creo que el mito cumple la función de esa estructura. Todo el mundo sabe que los mitos nunca sucedieron realmente, pero siempre están sucediendo. Ahora continúan no solo a través de las aventuras de los héroes antiguos, sino que también se abren paso en las historias ubicuas y más populares de películas, juegos y literatura contemporáneas. Las vidas de los habitantes del Monte Olimpo han sido transferidas a la dinastía, y los actos heroicos de los héroes son atendidos por Lara Croft.

En esta ardiente división entre verdad y falsedad, los cuentos de nuestra experiencia que crea la literatura tienen su propia dimensión.

Nunca me ha entusiasmado particularmente ninguna distinción directa entre ficción y no ficción, a menos que comprendamos que esa distinción es declarativa y discrecional. En un mar de muchas definiciones de ficción, la que más me gusta es también la más antigua, y proviene de Aristóteles. La ficción es siempre un tipo de verdad.

También estoy convencida de la distinción entre historia real y trama hecha por el escritor y ensayista E.M. Forster. Dijo que cuando decimos: «El rey murió y luego la reina murió», es una historia. Pero cuando decimos: «El rey murió, y luego la reina murió de pena», eso es un complot. Toda ficcionalización implica una transición de la pregunta «¿Qué sucedió después?» a un intento de entenderlo basado en nuestra experiencia humana: «¿Por qué sucedió de esa manera?».

La literatura comienza con ese «por qué», incluso si tuviéramos que responder esa pregunta y otra vez con un «No sé» corriente. Por lo tanto, la literatura plantea preguntas que no pueden ser respondidas con la ayuda de Wikipedia, ya que va más allá de la información y los acontecimientos refiriéndose directamente a nuestra experiencia.

Pero es posible que la novela y la literatura en general se estén convirtiendo ante nuestros ojos en algo realmente marginal en comparación con otras formas de narración; que el peso de la imagen y de las nuevas formas de transmisión directa de la experiencia (cine, fotografía, realidad virtual) constituirá una alternativa viable a la lectura tradicional. La lectura es un proceso psicológico y perceptivo bastante complicado. En pocas palabras: primero el contenido más elusivo se conceptualiza y verbaliza transformándose en signos y símbolos, y luego se «decodifica» de nuevo del lenguaje a la experiencia. Eso requiere una cierta competencia intelectual. Y, sobre todo, exige atención y concentración, habilidades cada vez más raras en el mundo extremadamente distraído de hoy.

La humanidad ha recorrido un largo camino en sus formas de comunicar y compartir experiencias personales, desde la oralidad, confiando en la palabra viva y la memoria humana, hasta la Revolución de Gutenberg, cuando las historias comenzaron a ser ampliamente mediadas por la escritura y de esta manera arregladas y codificadas. El mayor logro de este cambio fue que llegamos a identificar el pensamiento con el lenguaje, con la escritura. Hoy enfrentamos una revolución en una escala similar, cuando la experiencia se puede transmitir directamente, sin recurrir a la palabra impresa. Ya no es necesario llevar un diario de viaje cuando simplemente se puede tomar fotos y enviarlas a través de sitios de redes sociales directamente al mundo, de una vez y para todos.

No hay necesidad de escribir cartas, ya que es más fácil llamar. ¿Por qué escribir novelas gordas cuando puedes entrar en una serie de televisión? En lugar de salir a la ciudad con amigos, sería mejor jugar un juego. ¿Alcanzar una autobiografía? No tiene sentido, ya que estoy siguiendo la vida de las celebridades en Instagram y sé todo sobre ellas. Ni siquiera es la imagen la que más se opone hoy al texto, como pensamos en el siglo XX, preocupándonos por la influencia de la televisión y el cine. Es, en cambio, una dimensión diferente del mundo, que actúa directamente sobre nuestros sentidos.

3.

No quiero esbozar una visión general de la crisis al contar historias sobre el mundo. Pero a menudo me preocupa la sensación de que falta algo en el mundo que al experimentarlo a través de pantallas de vidrio y aplicaciones, de alguna manera se vuelve irreal, distante, bidimensional y extrañamente indescriptible, a pesar de encontrar cualquier información asombrosamente fácil. En estos días, las palabras preocupantes «alguien», «algo», «en algún lugar», «en algún momento» pueden parecer más arriesgadas sobre ideas muy específicas y definidas pronunciadas con total certeza, como «la tierra es plana», «las vacunas matan», «el cambio climático no tiene sentido» o «la democracia no está amenazada en ninguna parte del mundo». «En algún lugar» algunas personas se están ahogando al intentar cruzar el mar. «En algún lugar», por «algún» tiempo «Algún tipo de» guerra ha estado ocurriendo. En la avalancha de información, los mensajes individuales pierden sus contornos, se disipan en nuestra memoria, se vuelven irreales y se desvanecen.

La avalancha de estupidez, crueldad, discursos de odio e imágenes de violencia se contrarrestan desesperadamente con todo tipo de «buenas noticias», pero no ha sido así. La capacidad de controlar la dolorosa impresión, que encuentro difícil de expresar, de que hay algo mal en el mundo. Hoy en día, este sentimiento, una vez exclusivo de los poetas neuróticos, es como una epidemia de falta de definición, una forma de ansiedad que emana de todas las direcciones.

La literatura es una de las pocas esferas que intentan mantenernos cerca de los hechos concretos del mundo, su propia naturaleza siempre es psicológica, porque se enfoca en el razonamiento interno y los motivos de los personajes revelan su experiencia inaccesible a otra persona o, simplemente, provoca al lector a una interpretación psicológica de su conducta. Solo la literatura es capaz de permitirnos profundizar en la vida de otro ser, comprender sus razones, compartir sus emociones y experimentar su destino.

Una historia siempre da vueltas en torno al significado. Incluso si no lo expresa directamente, incluso cuando se niega deliberadamente a buscar significado, y se enfoca en la forma, en el experimento, cuando presenta una rebelión formal, buscando nuevos medios de expresión. Mientras leemos incluso la historia escrita de manera más conductista y moderada no podemos evitar hacer las preguntas: «¿Por qué está sucediendo esto?», «¿Qué significa?», «¿Cuál es el punto?», «¿A dónde lleva esto?». Es muy probable que nuestras mentes hayan evolucionado hacia la historia como un proceso de dar sentido a millones de estímulos que nos rodean, y que incluso cuando estamos dormidos continúan ideando implacablemente sus narraciones. Entonces, la historia es una forma de organizar una cantidad infinita de información dentro del tiempo, estableciendo su relación con el pasado, el presente y el futuro, revelando su recurrencia y organizándolo en categorías de causa y efecto. Tanto la mente como las emociones participan en este esfuerzo.

No es de extrañar que uno de los primeros descubrimientos realizados por las historias fue el Destino, además de aparecerse siempre a las personas como algo aterrador e inhumano, de hecho introdujo el orden y la inmutabilidad en la realidad cotidiana.

4.

Señoras y señores: unos años más tarde, la mujer de la fotografía, mi madre, que me extrañaba aunque todavía no había nacido, me estaba leyendo cuentos de hadas.

En uno de ellos, de Hans Christian Andersen, una tetera que había arrojado al basurero se quejó de lo cruel que había sido tratada por la gente, porque la desecharon tan pronto se rompió su asa. Pero si no fueran perfeccionistas, tan exigentes, podría haber sido útil para ellos. Otros objetos rotos recogieron su melodía y contaron historias verdaderamente épicas de sus pequeñas y modestas vidas como objetos.

Cuando era niña, escuchaba estos cuentos de hadas con las mejillas sonrojadas y lágrimas en los ojos. Creía profundamente que los objetos tenían sus propios problemas y emociones, así como una especie de vida social comparable a la humana. Los platos de la cómoda podían hablar entre sí, y las cucharas, cuchillos y tenedores en el cajón formaban una especie de familia. Del mismo modo, los animales eran criaturas misteriosas, sabias y conscientes de sí mismas con quienes siempre habíamos estado conectados por un vínculo espiritual y una similitud profundamente arraigada. Los ríos, los bosques y las carreteras también tuvieron su existencia: seres vivos que mapearon nuestro espacio y crearon un sentido de pertenencia, un enigmático Raumgeist. El paisaje que nos rodeaba también estaba vivo, al igual que el Sol y la Luna, y todos los cuerpos celestes, todo el mundo visible e invisible.

¿Cuándo comencé a tener dudas? Estoy tratando de encontrar el momento en mi vida cuando con solo pulsar un interruptor todo se volvió diferente, menos matizado, más simple. El susurro del mundo quedó en silencio, para ser reemplazado por el estruendo de la ciudad, el murmullo de las computadoras, el trueno de los aviones que sobrevolaban el cielo y el ruido blanco y agotador de los océanos de información.

En algún momento de nuestras vidas comenzamos a ver el mundo en pedazos, todo por separado, en pequeños trozos que son galaxias separadas entre sí, y la realidad en la que vivimos lo sigue afirmando: los médicos nos tratan por especialidades, nuestro almuerzo no tiene nada que ver con una enorme granja de ganado, o mi nuevo top con una fábrica en mal estado en algún lugar de Asia. Todo está separado de todo lo demás, todo vive aparte, sin ninguna conexión.

Para que todo esto nos resulte más fácil se nos dan números, etiquetas de nombre, tarjetas, identidades plásticas crudas que intentan reducirnos a usar una pequeña parte del todo, de lo que ya hemos dejado de percibir.

El mundo se está muriendo y no lo notamos. No vemos que el mundo se está convirtiendo en una colección de cosas e incidentes, una extensión sin vida en la que nos movemos perdidos y solitarios, arrojados aquí y allá por las decisiones de otra persona, limitados por un destino incomprensible, una sensación de ser el juguete de Las principales fuerzas de la historia o el azar. Nuestra espiritualidad se está desvaneciendo o se está volviendo superficial y ritualista. O bien, nos estamos convirtiendo en seguidores de fuerzas simples: físicas, sociales y económicas que nos mueven como si fuéramos zombies. Y en un mundo así somos realmente zombies.

Es por eso que anhelo ese otro mundo, el mundo de la tetera.

5.

Toda mi vida he estado fascinada por los sistemas de conexiones e influencias mutuas que generalmente desconocemos, pero que descubrimos por casualidad, como sorprendentes coincidencias o convergencias del destino, todos esos puentes, tuercas, pernos, juntas soldadas y conectores que seguí en vuelos. Me fascina asociar hechos y buscar orden. En la base, como estoy convencida, la mente del escritor es una mente sintética que recoge obstinadamente todas las pequeñas piezas en un intento de unirlas nuevamente para crear un todo universal.

¿Cómo vamos a escribir, cómo vamos a estructurar nuestra historia para que sea capaz de elevar esta gran forma de constelación del mundo?

Naturalmente, me doy cuenta de que es imposible volver al tipo de historia sobre el mundo que conocemos por mitos, fábulas y leyendas, que, comunicada oralmente, mantuvo el mundo. Hoy en día la historia debería ser mucho más multidimensional y complicada; después de todo, realmente sabemos mucho más, somos conscientes de las increíbles conexiones entre cosas que parecen estar muy separadas.

Echemos un vistazo de cerca a un momento particular en la historia del mundo.

Es el 3 de agosto de 1492 , el día en que una pequeña carabela llamada Santa María zarpará de un muelle en el puerto de Palos en España. El barco está al mando de Cristóbal Colón. El sol brilla, hay marineros yendo y viniendo por el muelle, y hay estibadores cargando las últimas cajas de provisiones a bordo. Hace calor, pero una ligera brisa del oeste refresca a las familias que se han despedido. Las gaviotas se pavonean de arriba abajo por la rampa de carga observando de cerca las actividades humanas.

El momento que ahora podemos ver a través del tiempo llevó a la muerte de 56 millones de los casi 60 millones de nativos americanos. En ese momento, representaban aproximadamente el 10 por ciento de la población total del mundo. Sin darse cuenta, los europeos les trajeron algunos regalos letales: enfermedades y bacterias a las que los habitantes indígenas de América no tenían resistencia. Además de eso vino la despiadada opresión y el asesinato. El exterminio continuó durante años y cambió la naturaleza de la tierra. Donde los fríjoles, el maíz, las papas y los tomates habían crecido en campos cultivados que se regaron de una manera sofisticada, la vegetación silvestre regresó. En solo unos años, casi 150 millones de acres de tierra cultivable se convirtieron en jungla.

A medida que se regeneraba, la vegetación consumía grandes cantidades de dióxido de carbono, lo que debilitaba el efecto invernadero y, a su vez, redujo la temperatura global de la Tierra.

Una de las muchas hipótesis científicas para explicar el inicio de la edad de hielo menor que a finales del siglo XVI trajo un enfriamiento a largo plazo del clima en Europa.

La edad de hielo menor cambió la economía de Europa. Durante las décadas que siguieron, los largos inviernos congelados, los veranos frescos y las intensas precipitaciones redujeron el rendimiento de las formas tradicionales de agricultura. En Europa occidental, las pequeñas granjas familiares que producen alimentos para sus propias necesidades resultaron ineficientes. Se produjeron olas de hambruna y la necesidad de especializar la producción. Inglaterra y Holanda fueron la más afectadas por el clima más frío. Como sus economías ya no podían depender de la agricultura comenzaron a desarrollar el comercio y la industria. La amenaza de tormentas llevó a los holandeses a secar los pólderes y convertir las zonas pantanosas y las zonas marinas poco profundas en tierra. El cambio hacia el sur del rango donde se produce el bacalao, aunque catastrófico para Escandinavia, resultó ventajoso para Inglaterra y Holanda: permitió que estos países comenzaran a convertirse en potencias navales y comerciales. El enfriamiento significativo se sintió particularmente agudo en los países escandinavos. El contacto con Groenlandia e Islandia se interrumpió, los inviernos severos redujeron las cosechas y se iniciaron años de hambruna y escasez. Así que Suecia volvió su mirada codiciosa hacia el sur, embarcándose en una guerra contra Polonia (especialmente cuando el Mar Báltico se había congelado, lo que facilitaba marchar un ejército a través de él) e involucrarse en la Guerra de los Treinta Años en Europa.

Los esfuerzos de los científicos, tratando de establecer una mejor comprensión de nuestra realidad, demuestran que es un sistema de influencias mutuamente coherente y densamente conectado. Esto ya no es solo el famoso «efecto mariposa», que como sabemos implica la forma en que los cambios mínimos al comienzo de un proceso pueden conducir en el futuro a resultados tremendos e impredecibles, pero aquí tenemos un número infinito de mariposas y sus alas, en constante movimiento, una poderosa ola de vida que viaja a través del tiempo.

En mi opinión, el descubrimiento del «efecto mariposa» marca el final de la era de la fe inquebrantable en nuestra propia capacidad de ser efectivos, nuestra capacidad de controlar, y de la misma manera nuestro sentido de supremacía en el mundo. Esto no le quita a la humanidad nuestro poder para ser constructor, conquistador e inventor, pero ilustra que la realidad es más complicada de lo que la humanidad podría haber imaginado. Y que no somos más que una pequeña parte de estos procesos.

Tenemos cada vez más pruebas de la existencia de algunas dependencias espectaculares, a veces muy sorprendentes a escala mundial.

Estamos todos personas, plantas, animales y objetos inmersos en un solo espacio que se rige por las leyes de la física. Este espacio común tiene su forma, y ​​dentro de él las leyes de la física esculpen un número infinito de formas que están incesantemente vinculadas entre sí. Nuestro sistema cardiovascular es como el sistema de una cuenca fluvial, la estructura de una hoja es como un sistema de transporte humano, el movimiento de las galaxias es como el torbellino de agua que fluye por nuestros lavabos. Las sociedades se desarrollan de manera similar a las colonias de bacterias. La escala micro y macro muestra un sistema interminable de similitudes. Nuestro discurso, pensamiento y creatividad no son algo abstracto, alejado del mundo, sino una continuación en otro nivel de sus interminables procesos de transformación.

6.

Me sigo preguntando si en estos días es posible encontrar las bases de una nueva historia que sea universal, integral, inclusiva, arraigada en la naturaleza, llena de contextos y al mismo tiempo comprensible.

¿Podría haber una historia que vaya más allá de lo poco comunicativo de uno mismo, revelando un mayor rango de realidad y mostrando las conexiones mutuas? ¿Sería capaz de mantener su distancia del punto central bien pisado, obvio y poco original de las opiniones comúnmente compartidas, y lograr mirar las cosas de manera periférica, lejos del centro?

También sueño con un nuevo tipo de narrador: una «Cuarta persona», que no es simplemente una construcción gramatical, por supuesto, sino que logra abarcar la perspectiva de cada uno de los personajes, además de tener la capacidad de Paso más allá del horizonte de cada uno de ellos, que ve más y tiene una visión más amplia, y que puede ignorar el tiempo. Oh sí, creo que la existencia de este narrador es posible. ¿Alguna vez te has preguntado quién es el maravilloso narrador de historias en la Biblia que grita en voz alta: «En el principio era la palabra»? ¿Quién es el narrador que describe la creación del mundo, su primer día, cuando el caos se separó del orden, quien sigue la serie sobre el origen del universo, quien conoce los pensamientos de Dios, es consciente de sus dudas y con un mano firme establece en papel la increíble frase: «¿Y Dios vio que era bueno»? ¿Quién es, quién sabe lo que Dios pensó?

Dejando de lado todas las dudas teológicas, podemos considerar esta figura de un narrador misterioso y tierno como milagrosa y significativa. Este es un punto de vista, una perspectiva desde donde se puede ver todo. Ver todo significa reconocer el hecho último de que todas las cosas que existen están mutuamente conectadas en un solo todo, incluso si las conexiones entre ellos aún no nos son conocidas. Verlo todo también significa un tipo de responsabilidad completamente diferente para el mundo, porque resulta obvio que cada gesto «aquí» está conectado a un gesto «allá», que una decisión tomada en una parte del mundo tendrá un efecto en otra parte de eso, y esa diferenciación entre «lo mío» y «lo tuyo» comienza a ser discutible.

Por lo tanto, podría ser mejor contar historias honestamente de una manera que active un sentido del todo en la mente del lector, que active la capacidad del lector para unir fragmentos en un solo diseño y descubrir constelaciones enteras en pequeñas partículas de eventos. Para contar una historia que deja en claro que todo el mundo y todos están inmersos en una noción común, que producimos minuciosamente en nuestras mentes con cada giro del planeta.

La literatura tiene el poder de hacer esto. Deberíamos eliminar las categorías simplistas de literatura de alto y bajo nivel, popular y de nicho, y tomar la división en géneros muy a la ligera. Deberíamos abandonar la definición de «literatura nacional», sabiendo al igual que nosotros que el universo de la literatura es una sola cosa, como la idea de unus mundus, una realidad psicológica común en la que nuestra experiencia humana está unida. El autor y el lector realizan roles equivalentes, el primero a fuerza de crear, el segundo haciendo una interpretación constante.

Tal vez deberíamos confiar en los fragmentos ya que son fragmentos que crean constelaciones capaces de describir más, y de una manera más compleja, múltiples -dimensional. Nuestras historias podrían referirse entre sí de una manera infinita, y sus personajes centrales podrían entablar relaciones entre sí.

Creo que tenemos una redefinición por delante de lo que entendemos hoy en día por el concepto de realismo, y una búsqueda de uno nuevo que nos permita ir más allá de los límites de nuestro ego y penetrar en la pantalla de vidrio a través de la cual vemos el mundo. Porque en estos días la necesidad de la realidad es atendida por los medios de comunicación, los sitios de redes sociales y las relaciones indirectas en Internet. Quizás lo que inevitablemente nos espera es una especie de neo-surrealismo, algunos puntos de vista reorganizados que no temerán enfrentarse a una paradoja e irán contra la corriente cuando se trata del simple orden de causa y -efecto. De hecho, nuestra realidad ya se ha vuelto surrealista. También estoy segura de que muchas historias requieren una reescritura en nuestros nuevos contextos intelectuales, inspirándose en nuevas teorías científicas. Pero me parece igualmente importante hacer referencia constante al mito y a todo el imaginario humano. Volver a las estructuras compactas de la mitología podría traer una sensación de estabilidad ante la falta de especificidad en la que están viviendo hoy en día. Creo que los mitos son el material de construcción para nuestra psique y no podemos ignorarlos (a lo sumo, podríamos desconocer su influencia).

Sin duda, pronto aparecerá un genio capaz de construir una narrativa completamente diferente e inimaginable en la actualidad, y todo lo esencial se acomodará. Este método de narración seguramente nos cambiará; dejaremos caer nuestras viejas y restrictivas perspectivas y nos abriremos a las nuevas que, de hecho, siempre han existido en algún lugar aquí, pero hemos estado ciegos ante ellas.

En el Doctor Faustus, Thomas Mann escribió sobre un compositor que ideó una nueva forma de música absoluta capaz de cambiar el pensamiento humano. Pero Mann no describió de qué dependería esta música, simplemente creó la idea imaginaria de cómo podría sonar. Quizás en eso se basa el papel de un artista: dar un anticipo de algo que podría existir y, por lo tanto, hacer que se vuelva imaginable. Y ser imaginado es la primera etapa de la existencia.

7.

Escribo ficción, pero nunca es pura fabricación. Cuando escribo tengo que sentir todo dentro de mí. Tengo que dejar que todos los seres vivos y los objetos que aparecen en el libro me atraviesen, todo lo que es humano y más allá del ser humano, todo lo que está vivo y no está dotado de vida. Tengo que mirar de cerca cada cosa y persona, con la mayor solemnidad, y personificarlos dentro de mí, personalizarlos.

Para eso me sirve la ternura, porque la ternura es el arte de personificar, de compartir sentimientos, y, por lo tanto, descubriendo similitudes. Crear historias significa dar vida constantemente a las cosas, dar existencia a todas las pequeñas partes del mundo que están representadas por las experiencias humanas, las situaciones que las personas han sufrido y sus recuerdos. La ternura personaliza todo con lo que se relaciona, lo que hace posible darle una voz, darle el espacio y el tiempo para que exista y se exprese. Es gracias a la ternura que la tetera comienza a hablar.

La ternura es la forma más modesta de amor. Es el tipo de amor que no aparece en las Escrituras o en los evangelios, nadie lo jura, nadie lo cita. No tiene emblemas o símbolos especiales, ni conduce a la delincuencia ni a la envidia inmediata.

Aparece donde miramos de cerca y con cuidado a otro ser, a algo que no es nuestro «yo».

La ternura es espontánea y desinteresada; va mucho más allá del sentimiento de empatía. En cambio, es el compartir consciente, aunque quizás un poco melancólico, del destino común. La ternura es una profunda preocupación emocional por otro ser, su fragilidad, su naturaleza única y su falta de inmunidad al sufrimiento y los efectos del tiempo. La ternura percibe los lazos que nos conectan, las similitudes y la similitud entre nosotros. Es una forma de mirar que muestra al mundo como vivo, interconectado, cooperando y codependiente de sí mismo.

La literatura se basa en la ternura hacia cualquier ser que no sea nosotros. Es el mecanismo psicológico básico de la novela. Gracias a esta herramienta milagrosa, el medio más sofisticado de comunicación humana, nuestra experiencia puede viajar a través del tiempo llegando a aquellos que aún no han nacido, pero que algún día recurrirán a lo que hemos escrito, las historias que contamos sobre nosotros mismos y nuestro mundo.

No tengo idea de cómo será su vida, ni quiénes serán. A menudo pienso en ellos con un sentimiento de culpa y vergüenza.

La emergencia climática y la crisis política en la que ahora estamos tratando de encontrar nuestro camino, y que estamos ansiosos por oponernos al salvar al mundo, no han salido de la nada. A menudo olvidamos que no son solo el resultado de un giro del destino o del destino, sino de algunos movimientos y decisiones muy específicos, económicos, sociales y que tienen que ver con la perspectiva mundial (incluidos los religiosos). La avaricia, la falta de respeto a la naturaleza, el egoísmo, la falta de imaginación, la rivalidad interminable y la falta de responsabilidad han reducido el mundo al estado de un objeto que se puede cortar en pedazos, agotar y destruir.

Por eso creo que debo contar historias como si el mundo fuera una entidad viva y única, formándose constantemente ante nuestros ojos, y como si fuéramos una parte pequeña y al mismo tiempo poderosa de él.

© THE NOBEL FOUNDATION 2019

Traducción del inglés de WMagazín.