LA POESÍA SÓLO PIDE QUE CANTEMOS
Yony G. Osorio G
“Vamos poeta
ahí está el árbol la hierba
la
hoja caída también es resistente
la
flor marchita tiene su belleza
la poesía sólo pide que cantemos”.
(Adolfredo Brizuela).
Nos arriesgamos hacia un naufragio seguro al
explorar fugazmente la escritura del poeta, escritor, pintor, profesor de Castellano
y Literatura, Trabajador Social, Magister en Orientación de la Conducta y
Doctor en Ciencias de la Educación, Adolfredo Brizuela (San Felipe, estado
Yaracuy-Venezuela, 1950). Así que para aventurarnos en este sucinto balance hemos
tomado como título el verso: “La poesía
sólo pide que cantemos” (Aroma de quietud, 2011, p.18). Por
cierto, esta unidad significativa alberga uno de los sentires de la poesía como
es el espíritu del ruiseñor. Y éste se encuentra enmarcado en el carácter
exhortativo vinculado al temple inspirador de la experiencia poética;
permitiéndonos insertar, anticipadamente, el trabajo del poeta yaracuyano al
hecho de que: “…la poesía realmente innovadora es un canto solitario” (José
Edmundo Clemente, Descubrimiento de la metáfora, 1977, p. 47). Esta
afirmación pudiera corresponderse con la expresión del alma forjada como el
metal en la soledad y al calor del fuego por el dios Hefesto, desde donde
brilla ese “enunciado metafórico” que viene cimentándose a través del tiempo en
las obras: Gestos de lo días, (1982), Aroma de quietud (2011) y, hasta
ahora, Canto de bambú (2016).
Paradójicamente partimos del poemario Aroma
de quietud, su segundo libro, del que solamente haremos un transitorio asomo
al revelar esta reminiscencia de incienso. Si bien, no estaría demás compartir las
palabras del ensayista Orlando Barreto, impresas en el prólogo a este trabajo
poético, las que precedan en el acercamiento alrededor de los 64 textos
divididos en dos partes: “Hoja audible” y el “Color de la palabra”. En tal
sentido, al emprender la ojeada sobre esta textura que precisa la danza de la
palabra, intuimos la presencia de las cosas que habitan en el reposo, la
tentación de la mirada y el canto que nombra y dispone el mundo en el cuerpo
del poema. En tanto, Barreto fija la mirada en esa fuente nutricia constitutiva
de las cosas en sí que invitan a la serenidad y lo inaudible conjugados en el
canto. He allí el sentido previsto en el acto creador cuando éste, al referirse
al libro, nos abre una rendija hacia ese fluir susurrante:
“El
silencio, la quietud del oidor acá se convierte en un inquieto surtidor que se
ofrece como fuente del canto y que el lector puede descubrir no ya en la
evidencia pronunciada, mas sí en la oscura,
misteriosa permanencia que hace posible el movimiento erótico del poema. (…) El
ser del canto que, junto al “siendo”
de las cosas, exige el callar
del buen oidor, ese silencio que habría
que guardar –y aguardar- para alcanzar a oír y ver el ritmo, el resuello del
cuerpo del amor, el “rumor de lejanía”,
y, en fin, el aroma de la quietud”. (En Aroma de quietud, p. 9. Prólogo de Orlando Barreto.).
Barreto
continúa su acierto en tono filosófico al mostrar y confirmar el estado de
atención correspondiente al ser del canto en medio de las entidades que lo circundan.
Por tanto, esa “Hoja audible” resume todo un discurso conformado por un
bestiario poblado de grillos, sapitos, sapos, ranas, pájaros, chicharras y
hormigas. Igualmente, confluyen los fenómenos naturales al deslizarse
sutilmente en la textura del poema la lluvia, la noche/luz y el viento. De este
modo, el sinestésico crujir de los colores y una taza de café acompañan la
soledad y las circunstancias abrumadoras del alma humana o de un corazón
latiente debatiéndose entre la nostalgia y la ausencia. Además, esta hechura integra
recursos expresivos como la onomatopeya, la humanización y la metáfora. Siendo el
cuerpo verbal contemplado como un todo trazado de palabra desdibujada en la
imagen de la levedad: “una imagen hablada
por el viento” (Ibídem, p. 45).
Al prestar
atención a esa palabra que zarpa congelada en el viento de instantes, gestos y
memoria también percibimos el estatismo de unos ojos que contemplan la mirada
ausente en donde nada se mueve: “sin
olas, / gaviotas ni palmeras” (p. 46). Aunque sigue habitando “El color y
la palabra” en la “Hoja audible” orientándose la voz poética únicamente: “hacia la soledad, / la ausencia a la
inevitable lejanía” (p. 47). En tal sentido, tanto el cuerpo del poema como
la instancia amatoria se fusionan en un solo ser. Acontecimiento que podemos
apreciar cuando una gota de rocío, al precipitarse, nos ubica en un estallido
poético-erótico. Este hechizo es contemplado desde la aparente insignificancia
de las cosas sucediéndose a cada instante. Siendo objeto de la percepción
atenta por el ojo que nos devuelve la imagen poética de lo mínimo, al estilo de
la grandiosidad del japonés, cuando sus sentidos se sitúan en la realidad o es
la irrealidad la que descansa en los ojos. Pero si seguimos el curso de esa
gota tentadora notaremos cómo va encendiéndose en la dermis del poema:
“En tu piel
deslizada
gota de rocío
más allá
fuerza incontenible
lava de volcán” (p. 48).
Y ESE GESTO TUYO ANCLADO
EN LA MEMORIA
“…permanece el canto…” (En Canto
de Bambú, p. 75).
No sorprende la coincidencia en cuanto a que Aroma
de quietud nos continúe suministrando
el subtítulo para hacer una somera mención a Gestos de los días (1982),
primer poemario que le publican al poeta Adolfredo Brizuela. De tal modo, esta
inicial y capital obra, sin que ello menoscabe las posibilidades expresivas de
las demás, es sustancia agitándose en el espacio de la palabra, el gesto y el
canto. Ella depara un discurso poético pleno de imágenes evocadoras de ausencias
fijándose y condensándose en la apariencia de la segunda persona gramatical
(Tú) y su variante pronominal (Me) desdibujándose en el simple acto del: “caminar por el perfume/ que me dejó tu
gesto” (p.3, s/n). De allí que en estos dos fragmentos que citamos a continuación
el poeta da cuenta de la acción del sujeto desde la instancia que ensueña y
sueña tendiendo hacia la fugacidad. Lo que se manifiesta de acuerdo al
dinamismo circular que aparenta el poema cuajado de verbos en infinitivos, a su
vez, tejiéndose una atmósfera plena de sensaciones visuales de raudo cinetismo,
reminiscencias con olor incitante a un pretérito anclado en la infancia, gestos
que se deslizan entre los dedos de un cuerpo ondulante ascendiendo desde los
abismos del onirismo:
“Hoy
quiero saltar
atrapar
la mariposa
caminar por el perfume que dejó tu gesto
pinchar el globo que nos acompaña
desde niños
y trepar por tus cabellos
hasta el regreso”. (Ob. Cit. p.3, s/n).
……………………………………………………
“…tú venías navegando esta
existencia
poblándola
con tu canto mágico de cosas
pero tú venías saltando los
encantos del sueño”. (Ibídem, p.7 s/n).
No
escapa a la aprehensión de la transparencia verbal en este imaginario de alta
factura y desnudez lírica, el objeto amoroso configurado en el lenguaje secreto
de “las figuras del amor” trabado como sospecha de rumor de ausencias de
sujetos que dialogan desde lo inasible. Las “Figuras del amor” se corresponde
con “los celos, la ausencia, la angustia, la espera y el yo te amo” y se
expresan mediante un tipo de lenguaje sintetizado aflorando por “bocanadas de
frases, reducidas muchas veces a breves palabras que sólo tienen la intención
de afirmar un estado de ánimo muy peculiar” (Santaella, J., 1983, pp. 197-202).
En tal sentido, en esa espacialidad tan sólo subsisten la fragancia o el rastro
de voces evaporadas de dos seres que se
diluyeron en el fuego de lo incesante:
“Dijiste
que te ibas
para que derribara el viaje
y te
fuiste
yo deseaba quedarme
y me fui
Sólo el vacío no logró marcharse
y desde la soledad
conversaron nuestras sombras
y se amaron”. (Ibídem, p.21 s/n).
Hasta aquí esta brevísima
alusión a un poemario considerado como fundacional de la gesta del Yo lírico de
donde extraemos también el subtítulo, a partir del cual pretendemos abordar el tercer
canto, su muestra más reciente que ahora nos presenta este escritor intitulada Canto
de bambú (2016). En él ya se perfila el rumbo de la palabra aguda por
decir, con la que se experimenta y asume nuevos giros sostenidos de ritmos
armoniosos. Sin embargo, no dudamos que los caminos re-emprendidos estén tan
distantes de la configuración de la belleza que se viene creando aguardando el
candor de lo iniciático. Por cierto, a propósito de lo primordial nos viene a la
memoria ese énfasis puesto en este aspecto por Jenny
Asse Chayo en su trabajo denominado: “EL MITO, EL RITO Y LA
LITERATURA, Mito y Literatura”. Allí ella recuerda el trasfondo de
donde emana ese poder de la ritualidad de la palabra: “Los
elementos iniciáticos están latentes en el inconsciente, se manifiestan en
sueños y en la imaginación que nutre la producción literaria…” (Chayo, pp.
42-55). Pero exhibamos esta estampa para poder apreciar ese
instante de lo cíclico:
“Así
como un sol entre lloviznas
comienza la vida
así
como el punto de tu risa
surge este canto
como el regreso a la belleza
pasan los caminos que inventaste
así te alejas” (Gesto de los días, p.23, s/n).
EN LA PALABRA QUE NO
TERMINA DE PRONUNCIARTE
“…si la palabra salva los instantes
libera
las cosas del recuerdo”.
(p.15, s/n).
Veamos cómo salimos
de esta supuesta sencillez, escritura milenaria alejada de nuestra mirada
cotidiana dado que en la historia de su aprehensión, por parte de los
occidentales, ella se encuentra exaltada de fallidos logros. Claro, existen
excepciones venerables en las plumas del mexicano Juan José Tablada, el
argentino Jorge Luis Borges, Octavio Paz, entre otros mexicanos memorables. Sin
embargo; a lo mejor no cubren las expectativas de cultivadores oriundos que
durante años, y luego sus herederos han practicado esa mínima expresión como
una condición lúdica del hombre. Se pudiera decir que también las limitaciones
del hombre cuentan para llegar al grado de perfección pretendido en cualquier
hacer.
De las
calificaciones recibidas por el hombre entre “Homo faber, Zoon politkon y
homo ludens”, quisiéramos emparentar
y enfatizar sobre esta última expresión porque ella guarda como sustrato el
sentido de una competencia especialísima para desarrollar actividades un tanto
libérrimas, en cierto modo, circunscritas a reglas de juego. Así que para
nuestra orientación bástese recurrir a una de las figuras importantes en este
quehacer del haikú/ haikai y/o todas
las posibles formas que le antecedieron. Se trata de Matsuo Bashoo, de quien se
dice que en el despliegue de una de sus etapas de evolución poética probó esa chispa
lúdica, facultad centrada en las particularidades propias de esa hechura,
talento e ingeniosidad. Por ejemplo, el rasgo singular preponderante que se
manifiesta en uno de esos momentos
vivenciales se determina de acuerdo a que:
“La característica principal del haikai Teimon es el ingenio y no la
reacción emocional. No se trata de la
expresión directa de los sentimientos del poeta por los objetos de la
naturaleza, sino de un
inteligente hilvanar de palabras donde lo expresado jamás se trata de una respuesta vulgar. Sin que exista otro
propósito en ello a no ser el de lograr un efecto verbal habilidoso, por lo que la fuente de
apreciación del lector y placer del poeta pasarían a ser una especie
de magia de las palabras”. “Durante el período Teimon, se supone que también Bashoo
ocupó su tiempo y energías jugando con
las palabras y poniendo a prueba su ingenio”. (Poesía
japonesa, en revista Poesía: 2002, p. 2).
Advertimos que no
somos ni pretendemos ser conocedores en cuanto al tratamiento de esta lengua,
menos versionistas, tan sólo nos consideramos extremadamente legos en el asunto
del haikai. En virtud de ello, asumimos responsablemente al plantearse tal
desafío que no queda más que recurrir a manuales, revistas e información
electrónica con el objeto de intentar mínimamente allegarnos al libro Canto
de bambú, cuya muestra contiene 40 poemas, l6 textos correspondientes
al capítulo I y 24 que conforman el capítulo II.
LAS SÍLABAS QUE DANZAN EN EL POEMA Y SUS TEMAS
“Rayitos de sol
pincelas en el campo
¡araguaneyes!”
(p.77).
Por
otra parte, al revisar la bibliografía en torno a este tópico, y sin ir muy
lejos, se nos dice que la cantidad de versos requeridos para la construcción de
esta especie de composición es de tres versos circundantes, 17 sílabas danzan
en el centro del poema, ubicando espacialmente 5 en la primera, 7 en la segunda
y 5 para el tercer verso. De acuerdo al texto que venimos citando, un tanto
didáctico, y para hurgar sobre lo que se nos quiere decir en torno al haikú, contamos
con los autores de Pedagogía de la escritura creadora. Minicuento, diario, imagen poética,
haikú (1998), quienes parten de la extensión, origen, su figura central
y explicación sobre su constitución:
“El haikú es el poema más corto que existe. Su
origen es japonés, y fue creado por Matsuo Bashoo
en el siglo XVII d. c., quien es, según los mismos japoneses, el máximo poeta
de todos los tiempos en este género.
Si decimos género es porque bien podría el haikú ser considerado por nosotros –los occidentales- como un género
lírico específico, con sus solos tres versos constituidos
en total por diecisiete (17) sílabas repartidas así: Cinco (5) para el primer
verso, siete (7) para el segundo, y
para el tercero, cinco (5); no obstante su brevedad y su extremada sencillez aparente;...” (Jaramillo F.
/ Manjarrés E., p. 209).
Los posibles temas, para este tipo de discurso
poético, tienen que ver con aparentes cosas insignificantes de nuestro diario
vivir, como también está implícito todo un sistema de creencias y una
cosmovisión con la que se sazona esta composición: el budismo Zen. Su temario obedece,
entre otras cosas a:
“… “las cosas” más pequeñas, tales como el
movimiento de los pelos de una oruga al contacto con el viento, un niño ciego delante de un cerezo en flor, un
mendigo, un relámpago, una hormiga, la
caída de una hoja seca, la luna, un camino solo, una puerta abierta… (…) Pero
el haikú en su simplicidad aparente
es –para nosotros- el género poético más difícil, más exigente y más riguroso que existe; es, en su
brevedad, el poema –si es que podemos hablar así-, más arduo y
tenaz, sobre todo cuando entendemos que es en lo más pequeño donde reside todo
el universo. (Ibídem, p. 209).
Ahora, para
ilustrar-nos en cuanto a la constitución de esta forma de expresión mínima
(haikú), sus temas, la ingeniosidad en la arquitectura de este brevísimo,
inquietante y supuestamente “llano” universo imaginario, tomemos el poema que
funge como epígrafe acompañante del aparte en la p.5, para acometer un equívoco
más en nuestro intento por acercarnos y deslumbrarnos ante este “arduo y tenaz” paisaje poético:
“Rayitos de sol
pincelas en el campo
¡araguaneyes!” (p.77).
Antes de comenzar advertimos que el uso
de ese diminutivo precedente, nos parece u obedece quizás, a la emoción y
afectividad ante la simultánea concurrencia del instante sentido y sorprendente. Así que al reavivar
la mirada sobre estas pinceladas poéticas, partimos de Octavio Paz para quien
la primera parte está sujeta a “una condición general y la ubicación temporal y
espacial del poema (otoño, primavera, mediodía o atardecer, un árbol o una
roca, la luna, el ruiseñor)…”. De este modo, en
el texto del poeta Adolfredo Brizuela percibimos la magnificencia y el
hechizo tanto del despertar como del ocaso de una estación. Aquí están
presentes conjugándose elementos que
derivan del hecho cósmico (los rayitos del astro sol) y la flora arraigada en el
planeta tierra (araguaneyes situados en un campo). También en la composición se
menciona un dispositivo eficaz, que en este caso particular sería la manifestación
de rayitos similares a trazos lumínicos reveladores plásticamente de “araguaneyes
cosmosolares” fijados en el paisaje (“…la otra condición es “relampagueante,
debe tener un elemento activo”… “Una es descriptiva y casi enunciativa; la
otra, inesperada”). Pero en qué se traduce ese chispazo entre dos magnitudes
disímiles, tal vez, en la aparición de ese nuevo ser fundido: “un amanecer de
araguaneyes” (“La percepción poética surge del choque entre ambas”). En fin, este
hecho nos sumerge en el éxtasis de la contemplación de las pequeñas cosas,
llenado nuestras cuencas visuales del esplendor en la espontaneidad. Sin
embargo, no estarían demás algunas preguntas sobre este horizonte de simulada
“sencillez”: ¿Acaso miramos esa realidad de la misma manera? ¿Por qué “convencernos”
de lo que enuncia el poeta si también a nosotros nos sorprende ese instante?
¿Por qué y de qué se vale el poeta para sentir y expresar sobre esa “exigente”, “tenaz”, “ardua” y “extremada” brevedad
de “aparente” “candidez”?
UNA LECTURA DESPOJADA COMO LA FLECHA DEL
MISMO HAIKÚ
“El bello jardín
agosto en espina
botón de rosas”
(p.
61).
Como dicen que
“a los débiles los ampara dios”, en
este caso, a los que carecen de herramientas, y antes que “corra la tinta”,
tenemos en nuestras manos la salvadora y prestigiosa revista Poesía (2002), que
dedica en su No. 71-72 un interesante e ilustrativo trabajo sobre la poesía
japonesa. De ella tomamos una reflexión del que aún para ese entonces era su
Director, el poeta y médico psiquiatra Reynaldo Pérez Só. Por cierto, quien ha
sido un serio estudioso, además de homenajeado en el 8tvo. Festival Mundial de
Poesía 2011, con quien tuvimos la oportunidad de intercambiar unas breves
palabras.
En este
trabajo de Pérez Só denominado “FUUGA”, elaborado con la certeza de un cercano
seguidor de este tipo de expresión, de tono irónico, contundente, polémico y
certero como la flecha del mismo haikú, nos topamos con su lectura despojada,
contrastante y esclarecedora en donde sostiene dos orientaciones que buscan mirar
desde otras perspectivas este tipo de estructura, necesarias para quienes ven
esta composición con temeraria facilidad:
“Cuando
hablamos y pensamos sobre poesía y
literatura japonesa, una imagen, un lugar común se nos muestra: la poesía
japonesa es muy corta, concentrada. Realmente, no es cierto, pues nos limitamos
a las traducciones a lenguas occidentales”. (…) Ellos, los japoneses, se
empeñan en una factura poética, visual, cargada de sentido, hacia dos
direcciones (vedado totalmente a nuestras lenguas); una, en las
representaciones pictográficas ideogramas, kanjis) que relacionan al lector con
el poema sin mayores mediadores, concretamente. Además la ambigüedad, la doble
lectura por equívoco, queda relegada o desaparece, frente al texto. Y no nos
detengamos en la sucesión de los kanjis, sus diferentes combinaciones, sus
estructuras interna, riquezas de composición. Imposible en nuestro sistema. La
otra factura, también de imposible
traducción, es la caligrafía, los valores estéticos que ella implica, las
cargas emocionales que transmite, etc. Lo cierto es, que luego de la versión
nos resta una cosa muy pequeña, diríamos mejor, muñones, bien lejos del
original.
Termina acentuando Reynaldo Pérez Só, como para advertir a
la consciencia sensible, en no insistir
en tal limitación porque cercan con las reducidas definiciones las
posibilidades manifiestas en esta “pequeña
capsula cargada de poesía”, al decir de Octavio Paz (Citado en Pedagogía de la escritura creadora.
Minicuento, diario, imagen poética, haikú. p. 230). Así que concluye R.
P. Só con una crítica arrolladora:
“Todavía recordamos la ingenuidad de muchos
poetas occidentales que quisieron copiar formalmente
el haiku, reduciendo versos a 5, 7, 5 sílabas para llegar al poema. La poesía
estaba en otra parte, pues entendieron
los fragmentos que su propia cultura les permitía. (En revista Poesía, 2002, p.23).
PARA ALUMBRAR-NOS DESDE UNA MIRADA DIVERSA
“En la quietud de la noche
zigzagueantes farolitos
alumbrando ausencias”
(p.83).
Como
entre nuestras finalidades está continuar el sondeo del poemario Canto
de bambú (2016) del poeta yaracuyano Adolfredo Brizuela, por lo demás acompañado
con una ilustración de portada y contraportada del artista plástico Luis
Noguera, estableceremos un puente con los lectores de manera transitoria. Al
mismo tiempo, consideramos necesario contar con la fuente directa y
esclarecedora de un extraordinario estudioso y recreador de esta forma, como es
el mexicano Octavio Paz, quien en su libro Las peras del olmo explora este tema
a profundidad. En este sentido, nuevamente apelaremos a los autores citados,
pues ellos no dejaron de pasar por alto la valiosísima consideración asentada
en la obra de Octavio Paz:
“Desde el punto de vista formal el haikú se
divide en dos partes. Una da la condición general y la ubicación temporal y espacial del poema (otoño, primavera,
mediodía o atardecer, un árbol o una
roca, la luna, el ruiseñor); la otra relampagueante, debe tener un elemento
activo. Una es descriptiva y casi
enunciativa; la otra, inesperada. La percepción poética surge del choque entre ambas. La índole misma del haikú es
favorable a un humor seco, nada sentimental, y a los juegos de palabras, onomatopeyas y aliteraciones, recursos
constantes de Bashoo, Busson e Issa. Arte
no intelectual, siempre concreto y anti-literario, el haikú es una pequeña
cápsula cargada de poesía capaz de
hacer saltar la realidad aparente”. (Citado por Jaramillo F. / Manjarrés E. En Las peras
del olmo, pp. 229-230).
La primera parte del libro Canto
de bambú (2016) contiene 16
poemas y comienza con un epígrafe del trigésimo octavo patriarca Zen, el
maestro Tozan Ryokai, y de éste localizamos una referencia oportuna que
anticipará la atmósfera, el tono, estado anímico, la experiencia y todo cuanto regirá
en la construcción de los poemas que intentaremos observar desde otros ángulos.
Por ello, nos permitiremos extraer textos que son trascendentes para seguirle
la pista al libro y al nutriente de donde toma el aliento este escritor e igualmente
alumbrar-nos en ese escabroso sendero mediante Denko Zen (2014):
“Todas las grades vías de conocimiento de la
humanidad han verbalizado esta experiencia de silencio
pleno, pero ninguna ha usado verdaderamente el símbolo (palabra, imagen, etc.)
más que para referirse a la
importancia de la experiencia. Por esto los místicos nunca se inquietaron
por desvelar el misterio, sólo lo
sugieren, lo dibujan sutilmente. ¿Qué mayor sutileza que la simplicidad expresiva de los haikus?
古池や (Furu ike ya) Un viejo estanque かわず飛び込む (kawazu tobikomu) Una rana salta
dentro
水の音 (mizu no oto) El
sonido del agua.
El silencio es la antesala de una
conciencia plena y despierta. El sustrato universal de la realidad jamás podrá ser desvelado, esto es,
objetivado. Volviendo sobre el primer libro que he citado, el Samadhi del Espejo Precioso,
leemos:
“Turbado
por las palabras caes en el abismo.
En
desacuerdo con las palabras
llegas
al callejón sin salida de la duda.
Expresarse con un lenguaje decorado
pertenece al mundo de las manchas.
Medianoche es la verdadera luz. El alba no es
clara”.
¿Pero qué trata de revelarnos este poeta
yaracuyano con la figurada simplicidad? Apenas miramos la disposición textual y
notamos un acto de desprendimiento que implica dejarse llevar por lo
inaprensible, hundirse en la noche absoluta para luego verle la cara lumínica a
la unidad de los contrarios. En éste se manifiesta el reconocimiento de la existencia
mediante el otro.
No está lejos el yo
del poeta en esta aventura de la tradición literaria al retornar a ese
simbolismo de la noche como tema. En cuanto a ese impulso nocturnal recordamos
a Novalis y no muy distante en Canoabo a Vicente Gerbasi, entre otros. Pero en
este caso no se trata de ver dentro del campo semántico la dualidad de este
fenómeno cósmico como mero hecho de dos términos que se oponen, es decir,
NOCHE/LUZ. La “Noche” como ausencia y el “Día” como presencia de luz solar. De
lo que se trata aquí es de irrumpir en tal realidad dual, trascender
poéticamente vivenciando un estado de fusión plena sin dejar de lado las derivaciones
de esos signos que se suscitan en el “plano
instintivo-afectivo”. Para ilustrar-nos sólo tomaremos una fase de un
cuadro descriptivo de rigor metodológico y fundamental para el estudio de estos
dos vocablos (Noche/Luz) localizados en el libro Campo semántico y connotación
de María de Jesús Fernández Leborans (1977), suficiente para descifrar las
entrañas del misterio y los diversos sentidos que se generan de estos:
NOCHE (Plano instintivo) (Plano afectivo)
-Sensación orgánica -Temor
de frío
y debilidad Tristeza
-Paralización
Inseguridad
inercia
DÍA (Plano
instintivo) (Plano
afectivo)
-Sensación
orgánica -Ánimo
de calor -Alegría
vigor
-Seguridad
-Actividad,
Vitalismo
(Fernández, pp. 24-25).
El
otro lado de la noche está en ser principio, origen de las cosas. “Considerada
por Homero una de las más grandes, una diosa ante la cual el mismo Zeus se
tiene en sagrado temor reverencial”. Esto nos lo dice el investigador Karl
Kerényi (1999), quien nos pasea por la mitología griega dejándonos una hermosa
interpretación del relato. Pero hemos de justificar que para este recorrido sin
brújula, y los grados de imprecisión que se nos impone, nos parece válido
establecer asociaciones sobre los sentidos que alcanzan determinados términos
en el contexto.
“(…) ella, era un pájaro de alas negras. La antigua Noche concibió del
Viento y puso su Huevo plateado “en el regazo gigante de Oscuridad. Del Huevo
brotó el hijo del impetuoso Viento, un dios de alas doradas. Se llamaba Eros,
el dios del amor; pero este no es sino uno
de sus nombres que este dios portó. (…) Su nombre Fanes explica con
exactitud lo que hizo cuando salió del cascarón del Huevo: reveló y trajo a la
luz todo lo que hasta entonces había permanecido oculto en el Huevo de plata;
en otras palabras, el mundo entero. Arriba en lo alto había un vacío, el
cielo”. (Kerényi: 24-25).
ESCUCHA EL CANTO DEL BAMBÚ
“Ausente
en la rama seca
permanece
el canto
aún, su vuelo”
(p. 75).
Ahora
sí, ha llegado el momento en que propiamente nos dispondremos a transitar por esos
senderos en donde sólo se “escucha el canto del bambú” (p. 37). Claro está que con
este verso consentimos el sentido de lo sentencioso y su carácter determinante a
los fines de no desviarnos en la consecución del camino. Al mismo tiempo, de
ese poema emerge el nombre que le da identidad a la totalidad del poemario Canto
de bambú.
En
esta sección daremos un vistazo más particularizado a los textos de esta obra tomando
en cuenta que después de los precedentes martillazos con el propósito de pretender
una visión general de este trabajo poético, se nos revela que simplemente alrededor
de tan sólo 6 versos encontramos la muestra de un poema desabrigado y expuesto
a la intemperie en donde se nos propone un canto libérrimamente desprendido. Por
otro lado, visualizamos elementos dispuestos en donde tenemos la oportuna invitación
ecuménica a una especie de consagración al silencio, abriéndose un compás para
que compartamos y hagamos de éste una “ingenua” mirada:
“Ahora
cuando
me da igual
atrapar
la imagen o dejarla ir
abrazarme a la vida o que ella me abrace
cuando sé que soy porque existes
me
entrego a la noche y hago de ella mi mañana”. (p.15).
En este segundo poema, incesante el “Ser” del
poeta se aferra afectivamente a los elementos cósmicos ante la posibilidad del
fervor por la solemnidad vital pero desde lo efímero, lo pasajero. Ese asirse a
la sustancia incorpórea llámese Aire o
viento está asimilada al poemario de Adolfredo Brizuela como la última posibilidad
de una esperanza, pero advirtiéndose también sobre la pérdida de esa relación
del hombre con lo cósmico, de allí la reafirmación de ese algo en qué confiar: “…si hubiera confiado en el viento” (p.
17). Tal vez la invocación responda a un principio fundante del que Anaxímenes
expresa: “Del AIRE, brotan todas las
cosas por rarefacción y por condensación. (…) por rarefacción (calentamiento) se origina del aire, fuego, y por gradual
condensación (enfriamiento), viento,
nube, agua, tierra, piedra” (Lascaris,
Comneno, p.90). Esta Cosmogonía ha
estado presente en la humanidad y tratada de las más diversas maneras, pasando por
Anaxímedes de Mileto como desde la multidisciplinariedad.
“Tal vez
si
hubiera confiado en el viento
en el
esperar del tiempo
en el
poder del cielo
no habría
agravio
ni
versos a favor de la tristeza”.
(Ob Cit. p. 17).
La
sensualidad en el poema parece ostensible si percibimos el brote sutil del
aspecto lúdico que hace pensar en lo inefable. De tal modo, el dinamismo que
notamos parte de la oscilación rítmica
de un aproximarse en la distancia. Pero para provocar más tensión en la atmósfera que envuelve a
este cuerpo verbal, el poeta introduce un tipo de artificio designado como “Koan”. Éste concerniente a “pequeñas historietas con forma de
adivinanza, fábula o simplemente forma de Koan que usaban los maestros Zen para
enseñar a sus alumnos”:
“Para acercarme
me distancio
y de sus labios
bellos-inasibles
la
pretensión de un koans
sobre
un beso”.
(p.19).
Nos parece que el uso de este tipo de
dispositivo, “Koan”, por el poeta
Adolfredo Brizuela nos brinda la ocasión para valorar el alcance y
adiestramiento adquirido en esta formulación y el cultivo de esta sabiduría
milenaria. Al mismo tiempo, como lectores, permite enriquecer los horizontes de
la mirada para intentar aprehender y captar la incertidumbre que se desliza a
través de las líneas que sostienen al poema. Por lo tanto, no está demás sumar
otros sentidos dados a este acertijo de la tradición oriental.
“Un kōan (公案; Japonés: kōan, Chino:
gōng-àn) es, en la tradición zen, un problema que el maestro plantea al novicio
para comprobar sus progresos. Muchas veces el koan parece un problema absurdo,
ilógico o banal. Para resolverlo el novicio debe desligarse del pensamiento
racional y aumentar su nivel de conciencia para adivinar lo que en realidad le está
preguntando el maestro que, trasciende el sentido literal de las palabras.
Tienen el propósito de desconcertar el pensamiento discursivo lógico-racional y provocar un shock mental que lleve a un aumento de conciencia (despertar). Los maestros zen, a menudo recitan y comentan koan, y algunas veces se concentran en ellos durante sus sesiones de meditación. Los profesores pueden utilizar los koan como una manera de sondear a los estudiantes acerca de sus progresos iniciáticos y comprobar si ya han tenido experiencias de entendimiento de la doctrina y de despertar (Satori). Las respuestas pueden ser orales pero también pueden ser gestos o acciones”. (Blogspot, 2010).
Tienen el propósito de desconcertar el pensamiento discursivo lógico-racional y provocar un shock mental que lleve a un aumento de conciencia (despertar). Los maestros zen, a menudo recitan y comentan koan, y algunas veces se concentran en ellos durante sus sesiones de meditación. Los profesores pueden utilizar los koan como una manera de sondear a los estudiantes acerca de sus progresos iniciáticos y comprobar si ya han tenido experiencias de entendimiento de la doctrina y de despertar (Satori). Las respuestas pueden ser orales pero también pueden ser gestos o acciones”. (Blogspot, 2010).
Mediante el recurso
anafórico que procura reafirmar la intensidad expresiva,
se pretende hacerte partícipe del ritual y de la ceremonia ante el advenimiento
emocional de la palabra. Este re-encuentro celebratorio con esa entidad que despierta
en el “Soñador de palabras” aviva en
un instante de intimidad el goce pleno en el refugio de la misteriosa noche,
Nyx. En tanto, suponemos que tal expectativa ante ese encuentro precedido por el
desprendimiento, pero inaplazable por la alta necesidad del “Ser”, “quien se diferencia de los demás porque es
un ser de lenguaje, “está emparentada a ese amor que también experimentó
Neruda cuando se manifestó sobre la importancia de las palabras: “Amo tanto las palabras…las inesperadas…Las
que glotonamente se esperan, se acechan, hasta que de pronto caen…Vocablos
amados…”.
“Ha vuelto
sin pretensiones siquiera
ha vuelto
inocente y frágil
ha vuelto
y esta vez, la piensas la tocas
se desliza
y es palabra, imagen contenida
verso ajeno, que al final de la noche
te hace suyo”.
(p. 21).
Queda en la materia “flotante”, el principio del todo,
humanizada para hacer de ésta la aflicción del desprendido discurso lírico
confiado al dinamismo hacedor de esa entidad:
“Cuelgo en la primera esquina
este
horadado sentir
para
que el viento
haga versos de nostalgia” (p. 27).
Desde las tentaciones oníricas,
estanque de lo dado en lo inasible se enuncian existencias construidas en el lenguaje
que emergen de las inmediaciones de ese aparato psíquico en estado puro. Allí
se constituye un brote de imágenes consteladas; unas agitándose en las pupilas humedecidas en las
aguas azules, otras en el rumor de la nostalgia desvaneciéndose en la lejanía,
atravesando sabores efímeros y fundando el mundo animal (pájaros) y vegetal
(flores):
“Soné
en mi
sueño
pájaros y flores
una
playa ahogada en los azules
el
viento trayendo de tu sal
y en
la boca
el sabor del beso no dado
lo
que no se dijo”. (p.
29).
Aquí se destaca la preeminencia de la palabra sosteniendo
el curso de los acontecimientos, siendo ésta la ocasión para recobrar una experiencia
que se muestra como “antesala de una
conciencia plena y despierta” en ese intervalo del silencio. Experiencia sedimentada
en el legado del maestro Zen Tozan, y que ahora es entidad reanudada a los
efectos de re-crear-se, a su vez, sustancia que madura ascendiendo en este
poema:
“Con palabras descubre la luz
con palabras devela la belleza
con palabras, inventa el sufrir”. (p. 31).
Ya, en medio del canto límpido del ruido, se revelan
las cosas, se nombra el hecho, es decir, la cosa en sí, para que se haga el
milagro puesto en escena: bambú, hortensia y piedras. Cada uno es presencia
imperturbable ante la mirada contemplativa, por tanto, las cosas existen, son.
Están allí para abismarnos y el Yo se mantiene en relación con el todo: sólo el
silencio, la quietud. Pero recordemos la presencia del bambú (Dracaena
Sanderiana) en la cultura oriental, según ésta proporciona armonía,
tranquilidad:
“Libre de sí
escucha el canto del bambú
libre de ilusión
las hortensias son hortensias
y las piedras cuentan soledades”. (p.37)
Con este otro poema de la primera parte daremos por terminada
nuestra mirada anterior, para luego retomar el grueso sobre el que está
estructurada la II parte de la obra en cuestión. Vislumbremos, pues, el poder
de nombrar manifiesto, competencia del ser humano. En tanto, es la reanimación
de los demás entes que se encuentran alrededor o en relación con el facultado
que se asume dador de vida, de existencias desde la fabulación en razón de que
“la palabra es siempre creadora de mito”.
Acto que fluctúa en la presencia/ausencia de la cosa designada y la que
sólo es en “sí”, sin que sea llamada
por la potencia del “Ser” con su fuerza de revelamiento desde lo inasible.
Primero, hagamos la distinción
del poema del escritor Adolfredo Brizuela a los efectos de constatar y
establecer el correlacionamiento con el cardinal ejemplo expuesto por el
maestro Ángel Rosenblat en torno al acto creador generado, cuando se nombran
las cosas, seres, entes y demás objetos. Por ejemplo, en este texto observemos la
dimensión que adquiere esa cosa al ser nombrada, es decir, el ser en potencia,
existe tan sólo al ser llamado al estar. Según testimonia el filósofo Heidegger,
la palabra salvaguarda “la fuerza de nombrar”. Asimismo, Priscilla N. Cohn en
el libro Heidegger: su filosofía a través de la nada (1975), recoge la
afirmación heideggeriana en cuanto a que designado cualquier ser mediante la
palabra: “no vacilamos en decir que existen cosas tales como árboles, pájaros,
insectos, yerbas y “piedras”. (pp.18-19).
“La nombra
y se
aproxima a su esencia
deja de nombrarla
lo invisible
se hace claro” (p. 23).
Cuando
el maestro Ángel Rosenblat encara el acto potencial de nombrar mediante la
palabra, “la que lo habita todo”, establece una relación etimológica de la
misma brindando una visualización del universo de sentidos que abarcan, sus
similitudes y las posibilidades de designación según las distintas formas, bien
sea: parábola, fábula, leyenda hasta lo que entraña el poder del mito con
capacidad fabuladora.
“El sustantivo palabra nos conducirá también a tierras misteriosas: procede del
latín eclesiástico parabola
tomado a su vez del griego (significaba comparación o
alegoría), y la parábola era la forma por excelencia de la palabra de Jesús.
(…) la palabra entrañablemente asociada con la fábula
y la parábola. En griego está unidad además con una forma de creación
religiosa: el mito. El griego (mythos), además de designar el mito o la leyenda, significaba
palabra la palabra, y (mythéuo) o (mythéomai), hacer mitos, era corrientemente hablar. De manera más
hermosa lo expresaba Paul Valery,
partiendo de la poesía: “Mito es el nombre de todo lo que existe por la sola virtud de la palabra…Todo nuestro
lenguaje se comprende de pequeños sueños breves…no se puede hablar sin crear mitos…La palabra nos habita y lo habita
todo…En un principio era la fábula…”
(Rosenblat, 1997: 165-166).
En el caso
de la entidad referida en el poema, la cosa nombrada apenas aparenta sólo “ser
en tránsito”, puesto que ni siquiera alcanza la firme convicción del estar en
la cercana instantaneidad esencial. Sin embargo, lo ya designado que ahora es
lo innominado, sólo admite la inverosimilitud (“lo claramente invisible”). Pero
como “el lenguaje es la morada del ser”
en tanto que “la palabra nos habita y lo habita todo”, en consecuencia, el
sujeto tendrá la potestad predicativa de afirmar hasta la contradicción. Esto
es, nombrar lo innominado que inmediatamente lo nombrado será cosa carente de
realidad esencial (“una clara invisibilización”).
Sería oportuno intentar
retocar este asunto ontológico apelando a la indumentaria que se menciona en el corpus teórico del
filósofo francés Paul Ricoeur en torno a sus
reflexiones contrastantes y enriquecedoras, especialmente las de su Metáfora
viva, recogidas por Mario
J. Valdés y otros en la obra: Con Paul Ricoeur indagaciones hermenéutica (2000).
Paul Ricoeur comenzó
denominando al lenguaje poético “enunciado
metafórico, otorgándole una
relevancia significativa y particular a esa forma de abordar la realidad. A su
vez, nosotros, para aliviar un poco la irrupción perceptiva provocada por el
poema de Adolfredo, utilizaremos la categoría “tensión de significados o metafórica”, de la cual emerge esa realidad simultáneamente (denominada-innominada)
porque puede instantáneamente ser como dejar de ser (“La nombra-deja de nombrarla). Por otro lado, esa duda o “colapso
semántico puro y simple” que también se suscita ante los ojos del perceptor en
las Muestras III-II, creemos comprender,
designa una “nueva pertinencia”. Al
respecto, para dar respuestas a este ludismo de significaciones metafóricas en
el plano verbal se estima la siguiente consideración: “La dificultad que esta
nueva pertinencia ofrece al lector resulta de la singular manera de ser del
lenguaje poético, siempre expresado con signos verbales, pero habitado por
elementos no verbales” (Ob. Cit., pp. 46-47). Por último, lo denominado como “realidad escindida” permite captar en
las tres muestras el sentido de dichas realidades poetizadas, cuya apreciación
de las dos precedentes tan sólo transcribiremos relacionándolas con el poema
del escritor yaracuyano Adolfredo Brizuela (Muestra III), el que también se nos
propone suficientemente bifurcado.
De estas dos primeras
muestras se confirma que: “En ellas, los personajes poéticos no sólo se
perciben a sí mismo como sujetos escindidos sino que perciben una escisión
similar en la realidad:
Muestra I
“conocemos a las gentes pero sólo tal cual
son
y no la sabemos tal cual no son
pese a que carecen de la
facultad de no ser porque no saben
que pueden no ser o ser”
(Jaime Sáenz, 1957, boliviano).
Muestra
II
“PREGUNTA:
¿Qué es real en el universo?
RESPUESTA:
El universo es el esfuerzo de un fantasma
para
convertirse en realidad”
(Juan Luis Martínez, 1985, chileno).
(Ob.
Cit., pp. 50-51).
Muestra III
“La nombra
y se
aproxima a su esencia
deja de nombrarla
lo invisible
se hace claro”
(Adolfredo Brizuela, 1950, p. 23, venezolano).
Una vez observadas las dos primeras muestras e
incluida la tercera correspondiente al poeta yaracuyano, consideramos que el justificado
análisis en cuanto a las realidades
con las que se topan nuestros ojos precisa una visión dividida
relacionada mediante la cópula “es”. Al mismo tiempo, enunciado metafórico se
sostiene en la simultaneidad de ese juego verbal. De acuerdo al nivel de
similitud mostrado en la interpretación de esas dos realidades fragmentadas, lo
juzgamos extensivo a la muestra II. Así que
“La metáfora, como ilustran estas muestras,
surge de las tensiones entre aquello que “es” y aquello que “no es”. Su lugar,
por tanto, no será el nombre, ni la oración, ni siquiera el discurso, sino esta copulación del verbo ser que
permite lo impensable dentro de la tradición analítica de la significación. Como observa Ricoeur, en estos
casos el “es” metafórico significa simultáneamente
el “no es” literal y el “es como” del símil. El producto de estas tensiones ha
de ser una verdad que toca la realidad de
manera particular: la verdad metafórica, que informa tanto como la literal, en sentido de que
ambas son falibles y están sujetas a corrección. Si la literal goza de mayor prestigio entre nosotros es
porque el uso y las costumbres la han legitimizado. (Ob.
Cit., pp. 50-51).
ALUMBRANDO AUSENCIAS
“La luz del alba
oculta estrellas
la negritud de la noche
las deja ver”
(p.91).
Sabemos
que aún nuestra forma de mirar sigue construida desde el ojo occidental, lo que
ocasiona desaciertos cuando se intenta situarse en las estaciones donde se
despliega “la floración del ciruelo”/
“los campos desolados” de la tradición oriental. Además, hay que tomar en
cuenta “los cuatros principios
primordiales que rigen la estética de la poesía oriental”. Fundamentos que
permiten apreciar y ensanchar la visión para poder captar el chispazo
desprendido de la sensibilidad en que se mueven los creadores de esta
composición. Entonces, como es justo que compartamos esos principios, de nuevo
recurriremos a ese excelente trabajo de la Revista Poesía, para seguir
sondeando este brillo de lodo si es que esta información se corresponde:
“El Sabi
está impregnado por el espíritu de sencillez y austeridad. El aislamiento actúa como forma de internamiento y depuración, para
poder observar con más profundidad las cosas que nos rodean. El Wabi
representa el espíritu de soledad; aquella percepción conmovedora del lugar común.
Este principio participa como un homenaje a lo humilde. El Mono-no-Aware es la esencia de tristeza que nos deja el sentido
de impermanencia de las cosas; ese sentir que hemos perdido algo que tenemos. Y
el Yuguen refleja el sentido de la
quietud mística de las cosas. (…). El Yuguen
nos sugiere el sentimiento de una honda comunión con la naturaleza, un descenso
hacia las profundidades. (Revista Poesía, p. 71-72).
La segunda parte del poemario Canto
de bambú está constituida por 24 poemas, 18 ocupan un espacio de tres
versos y algunos dispuestos bajo la fórmula compositiva 5/7/5. De igual modo, prevalece
el foco nocturno iluminando el misterio, la precariedad de la luna con su carga
simbólica desde de la óptica de la “feminidad,
sensualidad, misterio, luminosidad, delicadeza, impermanencia” y nostalgia
en el transcurrir de dragones y navíos, que son brújula reflejada en sus
encantos: “Luna menguante/ echo a volar
cometas/animo barcos” (p. 57). Asimismo, columpian elementos cósmicos en plena
fusión “Luz/noche”, que tan sólo es lograda en el lenguaje que emana del
ensueño, luego transfiguración metafórica hecha escritura en: “En la claridad de la noche”, / “el lado
oscuro del alba”, “Luz del alba”, la negritud de la noche. (pp., 51, 91).
Ahora
pasemos a descubrir en los 6 textos del poeta Adolfredo Brizuela que a
continuación exponemos, algunas consideraciones en cuanto a esta tipología
denominada haiku. Ésta se ha gestado en el tiempo desde el Hokku,
Renga hasta la esencial fórmula. En
este particular, tienen la palabra dos maestros; por un lado: “Sogui logró independizar el Hokku del
Renga, dándole forma al Haiku. (…) y, por otro, Gracias a Sogui y Sokan, el Hakai-Renga, se vuelve más popular y se
desprende de las reglas tan complicadas para el entendimiento de la gente
ordinaria”.
“Pasa
la luna “Cerrar
los ojos “En la quietud de la noche
una
dama con sombrero verla
desaparecer zigzagueantes
farolitos
sombra del patio”. (p. 71).
la eternidad”. (p. 59). alumbrando ausencias” (p.83).
“Canta
el tuqueque “En
la pagoda “Rayitos de sol
suspira el campesino aguardan impacientes pincelas en el campo
la regla de agua”. (p. 79). viejos
trebejos”. (p.55) ¡araguaneyes!”. (p. 77).
Finalmente,
tanto en estos textos como en el resto del eje temático está centrado en la
noche/luz: sombra/oscuridad/inercia/asombro/vigor/ánimo/presencia de
luz/ausencia/ de oscuridad/presencia de
ruido/ausencia de silencio; misterio, irracionalidad, reposo, muerte, invisibilidad.
Sin embargo, el poeta sigue: “alumbrando
ausencias” bajo “secretas
claridades”/ “botón de rosas” “gotas de lluvia”, “la regla de agua”, “agosto en
espina”. La soledad no deja de estar presente en el aullido desgarrado y
conmovedor en los secretos misteriosos de la oscuridad. El tono irónico: “espinas he traído/como amuleto”, lo
melancólico, satírico: “este verso es
como un piojo”, lo melancólico,
pero esta vez tallados “viejos trebejos”
bajo el poder animista de la palabra agitando utensilios en la memoria, que vuelven la presencia de su amigo Rafael
Zárraga en su morada.
Los 6 poemas guardan relación con la
disposición silábica, que según la antigua práctica en el Japón: “la
repetición 7 expresaba regularidad de la naturaleza y la alternancia de 5 y 7
su irregularidad”. Otro factor se da en el diseño de esta estructura: “Generalmente el Haiku alude a una
descripción general en sus dos primeros versos, y luego rompe la continuidad de lo expuesto en el tercer verso. A esto
muchos estudiosos llaman el factor
sorpresa que desarticula el esquema lógico consecutivo, impregnándole
sugerencia y amplitud. (En revista Poesía: 68-70).
“Sobre una rama seca “Limonerito “Rayitos
de sol
un
cuervo se ha posado: un sueño que se quiebra: pincelas en el campo
Atardecer de otoño” tu
rama seca” ¡araguaneyes!
(Bashoo) (Brizuela, p.69). (Ibídem, p. 77).
Ahora, para
hacer otra consideración en torno a estos tres textos precedentes, tomamos uno perteneciente
a Bashoo y los otros dos al poeta yaracuyano Adolfredo Brizuela. Así que de
acuerdo al examen realizado, a pesar de la fragilidad en nuestra apreciación, creemos
que aún estamos muy distantes de hundirnos en el florecimiento de esa visión. No
obstante, al comparar las tres muestras referidas sostenemos que este autor ha adquirido
durante su quehacer poético la experiencia para el cincelamiento, concisión, constancia
en la ajustada sensibilidad y el distanciamiento que le depara el carácter autonómico
con respecto a su primer proyecto poético.
El clima que ronda
en la creación del poeta Adolfredo Brizuela parte de los principios forjadores
de una estética milenaria, por lo tanto, ellos se condensan en su preocupación
poética relacionada con un espíritu de austera sencillez, lo que implica el
aislamiento, depuración concisa de los elementos que sirven a la composición, al
afinamiento de la percepción conmovedora del lugar común, una honda comunión
con la naturaleza, un descenso hacia las profundidades, que permite desentrañar
lo manifiesto, lo que ha estado allí. Aspectos que resurgen desde la mirada
instantánea de lo mínimo: seres, entidades, cosas, objetos que deslumbran para
quedarse ensimismado en la quietud, lo fugaz.
He aquí
el contraste-analógico entre dos acontecimientos circunscritos al hecho creador,
uno entraña la sabiduría del hombre del campo en cuanto a un misterioso ser
viviente, el tuqueque, anunciante de la lluvia y; el otro, tiene que ver con ese
impacto provocado en la soledad cuando nos sorprende la aparente simpleza de un
fenómeno natural: el cromatismo
espectacular del florecer-amanecer (araguaneyes). Son expresiones presentes en
los dos poemas de Adolfredo Brizuela, las que se conjugan para despertarnos
mediante ese “animalejo”, el tuqueque, y las flores en la conciencia cósmica de
una mañana única. Por cierto, sobre esta especie de “animalario” encontramos
una reseña de Luis Mata García, 2006, en su libro La fauna en la toponimia Anzoatiguense
que da cuenta de su existencia: “Tuqueque es un nombre vernáculo
aplicado a la especie de lagartos gekkonidos
Gonatodes vittatus y a la especie de iguánidos Tropidurus torquatus. (…) Sinónimos
populares del tuqueque son: cotejo, guaricongo, congo, tuteque y tuteca”. (Luis
Mata García, 2006: 60).
Ahora bien, dejemos estos dos poemas un
poco más expuestos sobre este paisaje poético, con la intención de lograr alterar
por un momento el ojo inquietante del espectador. Lo hacemos, tal vez, como un ejercicio
de la mirada y en la espera de su silencio, como cierre para este equívoco:
“Canta el tuqueque “Rayitos de sol
suspira el campesino pincelas en el campo
la regla de agua”. ¡araguaneyes!
(Ibídem,
p. 79). (Ibídem, p.77).
En cuanto a lo que establece Octavio Paz,
citado anteriormente, como condición en la creación del poema, es perceptible
el campo, el alba, árboles, el patio, la noche, la pagoda, verificables todos en
el poemario. La otra circunstancia en el acto poético del haiku tiene que ver
con lo inesperado: la revelación de un florecer-amanecer (“araguaneyes”), (“regla de agua”), (“Atardecer
de otoño”), (“Sombra del patio”) y (“la eternidad”). Todas ellas están
presentes en la construcción que nos lega el poeta Adolfredo Brizuela en esta
riesgosa composición para que se consuma el asombro cotidiano, la expectación
ante esa “pequeña cápsula cargada de poesía capaz de hacer saltar la realidad
aparente”:
“Qué pena
si Orión pudiese mirar
de ti se asombraría.”
(p.85).
En conclusión, esa desenvoltura “supuesta”
en la construcción del poema requiere un alto grado de paciencia y delicadeza para
su cabal comprensión. Demanda un compromiso exigente puesto que se asume como
un desgarramiento de las sutilezas del corazón, desprendimiento espiritual, el
poder de la intuición y la toma de conciencia de “ese pan al hombro”, alzado desde la dignidad del poeta en su drama
existencial. En tal sentido, no habría razón para pedirle tanto a ese perceptor
degustador de la riqueza poética generada por este tipo de lectura. Más bien, esta
actividad para el hombre arriesgado en ese naufragio implica una dolorosa complejidad
en la concepción y edificación de ese “organismo”
de expresión verbal. Imaginémonos por un instante toda la energía empleada para
la decantación incluyendo la poda despiadada, tal vez obsesiva, operando en el
poema cuya finalidad es la permanencia de lo esencial. Ahora, en el caso
particular del trabajo ejercido por escritor Adolfredo Brizuela en su Canto
de bambú, coincidimos con Orlando Barreto cuando en el prólogo a este
libro al consentir que esa “sencillez” resulta en una complicación. Y es que llegar
a tal densidad hasta acabar en una gota de rocío en la plenitud de su
transparencia, para que se habite instantáneamente el esplendor del abismo, ¿no
es un riesgo aguardado en la experiencia poética alcanzado para la estética de
este poeta yaracuyano? Y, últimamente, dejamos abierto el espacio con la cita confirmatoria de Barreto y los cántaros
de la poesía para humedecer los ojos del lector atento a las naturales
sorpresas condensadas en una imagen: “Estos poemas de Canto de bambú, ya lo
insinué, son de líneas muy sencillas y mínimas. Sin embargo, observo que esta
sencillez no obedece a un ejercicio de reducción o simplificación; es, esta
sencillez de una alta complejidad”. (p. 4).
“Se desvanece
la imagen en el cielo
gotas de lluvia”
(p.87).
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